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Opinión

11 de Diciembre de 2010

Gansters y ambulantes

Pepe Lempira
Pepe Lempira
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Escenas de la vida policial… Un amigo, en transitoria cesantía, vende poleras de Bielsa a las afueras del Monumental, para que los hinchas se lleven un recuerdo del DT traicionado. La batida policial sobre ellos es furibunda. Decenas son detenidos. Haciendo malabares y dando muestras de pericia y refinado sentido espacial, carabineros logra meter 30 de los ambulantes en un solo furgón. El chofer grita “¡¿Querís que los meta arriba del techo?!”. En la comisaría, el oficial les dedica un discurso a los detenidos: “Éste es su gobierno. Denle las gracias. Yo debiera estar haciendo mi pega normal, pero me pidieron un número. Tantos de ustedes tenían que estar detenidos hoy”. Les dijo que se cuidaran, sobre todo de la 30a comisaría de Radiopatrullas, el Escuadrón Centauro. Que el gobierno quería la cabeza de los ambulantes este fin de año navideño, les dijo. Lo que no es raro, considerando que medio gabinete era hasta marzo miembro de directorios de las grandes cadenas de retail… de las megacorporaciones del comercio establecido.

Tampoco es extraño, considerando que muy buenas fuentes afirman que ministro del Interior, Hinzpeter, sueña con ser el próximo presidente del país, bajo la ilusa premisa de que lo logrará, si es que borra en cuatro años la sensación de que la está delincuencia desatada. Y Hinzpeter desea tan fervientemente la banda que aúlla, como una bestia herida, si Espina sugiere que den un paso al costado los ministro con “respaldo ciudadano”, entre los que el abogado de Piñera se incluye a sí mismo, como un colado al lado de Golborne (pese a protestar que no tiene ambiciones presidenciales).

El Escuadrón Centauro, en tanto, cumple con teletonescas metas -con números redondos- en sus operativos cotidianos. Apresan indiscriminadamente a centenares de pobres diablos por tratar de ganarse el pan en las calles. Porque los ambulantes serían sucios, criminales en potencias, nos dice día a día ese periodismo que posa de denunciante por grabar a reducidores de chucherías. Que vive de mordisquear el hígado de los caídos. De propagar las generalizaciones de la sobremesa del mediocre. Los estereotipos del petimetre sin calle en el cuerpo.

Si los hacemos desaparecer y los arreamos, la calle estará más vacía y primermundista, dicen. Nuestro psicosomático de temor de vereda remitira. Porque, nos repiten, todo ladrón es ocasional ambulante y todo ambulante, ocasional ladrón. Y así, mágicamente, llega el día en que es legítimo que un policía, actuando como si fuera un gánster contratado por el comercio establecido, como un vendedor de protección al mejor postor, pueda volcar el mote con huesillo de una pobre vieja ante la mirada atónita de todos. O que un vendedor cunetero de películas piratas termine muriendo tras las rejas, en el incendio de la cárcel San Miguel. Y que el mismo Hinzpeter pueda aparece en cámara lamentando lo sucedido, para completar este círculo de miserias callejeras y paleciegas.

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