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Cultura

4 de Febrero de 2011

Siguen los rounds: Gumucio le responde a Sutherland

Por

Amigo Juan Pablo:

Te agradezco la respuesta a mi artículo. Lo escribí para eso, para que provocara un diálogo, aunque sea a alarido limpio, que pudiera remover las conciencias adormecidas de una izquierda que se dedica pasivamente a comentar lo mal que gobierna ese grupito de gerentillo y empleados del mes que nos gobiernan.

Nos conocemos hace mucho, como me recuerdas, desde cuando te llamabas Poblete y yo tartamudeaba y quería ser surrealista. Muchos años en que muchas cosas han cambiado, pero que en lo esencial creo lo mismo que creía entonces. ¿Veinte años o más? Una época en que ya desconfiaba profundamente del discurso solipista y estéril de cierta intelectualidad de izquierda que en esa época se preparaba para ser parte del gobierno. Veinte años en que todo —Fuguet, Bolaño, el mismo Clinic,“La Nana” de Silva— le pasó delante a esa izquierda vigilante sin que pudiera entenderlo del todo nunca.

El rigor de mi crítica, la virulencia que tu denuncias, nacen justamente de la cercanía y el afecto. Muchos de los que escriben en esta separata son amigos míos. Hay entre ellos gente que admiro, que leo, que sigo, que aplaudo en privado y en público. Es justamente esa admiración a las partes lo que me hacen reprobar la profunda ineficacia del todo.

Si los que escribieran aquí fuese una tropa de viejos de mierda que repiten tonteras no abría perdido un tiempo que no me sobra,
escribiendo lo que escribí. Es el hecho de que escribas tú, o Zambra, o mi admirada Diamela Eltit, lo que me alarma y me preocupa.

Es el hecho de que esta separata no sea una entre miles sino la única que conozca, lo que me hace lamentar el terrible estado del
pensamiento crítico en Chile. Un pensamiento crítico que, lo veo por el tono de tu carta, detesta ser criticado.

Un pensamiento crítico que le encanta juzgar a la Concertación, la Iglesia, o la derecha (aunque esta apenas la critiquen), pero aprieta las nalgas y se pone lívida cuando alguien osa siquiera ponerse a dialogar con ella.

Diálogo imposible, se ve por el tenor de tu carta y la ausencia de otras cartas. Como en la tan admirada Cuba, el que crítica o duda es
un traidor al que hay que sacarle a la luz sus trapitos sucios al sol (demasiado visibles los míos para ser de utilidad).

Tu intentas no basar tu crítica en mi biografía aunque a falta de argumentos —busco uno y no lo encuentro —recurres a ella una y otra vez. Redes sociales, apellidos, becas (a las que no he postulado), todo sirve y nada prueba nada.

Notarás que me abstuve totalmente de usar yo ese método. Entre los firmantes hay muchos que fueron parte de la “cena de los notables” de la Concertación.

El candidato que convocó a los convocado fue ministro de tres gobiernos de ellas, nada menos (de Educación en una época clave
del “establecimiento del sistema neoliberal” en ella).

Varios otros fueron asesores, becarios, amigos de amigos de estos gobiernos, lo que me parece completamente normal. Como me parece normal y sano que se critique al neoliberalismo amparado en las cátedras y direcciones de una universidad privada, tan privada como la universidad de los Andes o del Desarrollo.

Ese es el Chile en que vivimos, un país formidablemente injusto, pero también menos pobre que el que dejó la dictadura. Un país donde las lealtades y las certezas ideológicas se han complicado para bien o para mal.

Un país que una izquierda imaginaria o no, debe conocer antes de criticar. Un país que, para bien o para mal, lee este pasquín y deserta de los variados intentos de revistas serias y políticas correctas. Un país en ue han pasado cosas, muchas cosas estos veinte años, no todas ellas trágicas o lamentable.

Un país que tiene sus propias complejidades que no son las de Venezuela, Cuba o Estados Unidos. Un país del que somos partes y no
sólo victimas. Más aún, si como la mayor parte de los firmantes de este manifiesto es parte del quintil más rico del país.

Perdona Juan Pablo, pero no veo la política o la economía como una serie de conspiraciones mundiales donde nos toca ser una y otra vez los esclavos hundidos en la nada. No creo que todo esté perdido, o que Chile -como funestamente declaró Armando Uribe- murió el 73.

Que Evelyn Matthei y Andrés Allamand hayan intentado legislar sobre el aborto terapéutico y las uniones de hecho, me parece una victoria de los que se han esforzado por hacer visible por todos los medios el tema del aborto y le matrimonio gays.

Tu eres de esos, Juan Pablo, y modestamente he tratado yo también ser de aquellos, de los que no se callan, de los que insisten con el tema, de los que creen que es bueno que invada también el Internet (que no existe para los de la separata) y la televisión  (despreciada una y otra vez por esta).

¿Qué hace la separata en torno a esos temas? Lo hunde en el aburrimiento, el balbuceo pos estructuralista casi francés (¿belga tal
vez?), la vaguedad y la nada. Inmoviliza la lucha porque en vez de afilar las armas las usa de decorado para sus casas.

¿Por qué la izquierda no gana? ¿Por qué influye tan poco? ¿Por qué el tenor del debate lo impone una y otra vez la derecha? Lo más fácil ha sido siempre echarle la culpa al empedrado. El enemigo es un gigante, y los amigos son todos unos traidores. Yo y sólo yo comprendo lo que está pasando. Yo creo que el tipo de reflexión de la separata, el discurso circular que infecta, por ejemplo, el teatro y las artes visuales chilenas, explica en gran parte las derrotas sucesivas de una izquierda a la que le gusta demasiado el rol de víctima y demasiado poco el rol de protagonista.

A mi, para no ir más lejos, la repetición sin fin de este discurso que quiere ser académico (como si no hubiese algo más reaccionario que la academia), me ha alejado como la peste de este tipo de debate. Observo con espanto que décadas después de desengancharme y vivir mi vida, los mismos discursos, con el mismo sonsonete de vaga superioridad se repite. Los mismos hablando de lo mismo. O lo que es peor, gente más joven que ha vivido otras cosas, repitiendo los discursos de sus mayores para ganarse un lugar de prestigio.

¿Dónde están los flaites, los cuicos, los fachos, los delincuentes, los pacos en esta separata? Veo en la separata, y me encantaría que me lo desmintieran con hechos, un mundo que quiere con desesperación, parecerse a si mismo. Una izquierda que ha renunciado a cualquier intento de sorprender o llamar la atención, que se abriga en sus identidades más seguras.

Una izquierda que ha renunciado completamente al futuro para quedarse del todo en el pasado. Dejándole, por cierto, el futuro a
la derecha que hace con él lo único que sabe hacer: Destruir. Una izquierda que ante la inmensidad del mal que denuncia en todo y todos  termina por preferir irse a acostar a esperar que la redención baje del cielo, que Chile se arrepienta de pecar y vuelva al seno del creador.

Porque huele a catequesis la separata. Un catequesis convertido, por cierto, una serie de artículos de fe a los que hay que obedecer si no se quiere caer -como por lo visto he caído yo al parecer- en el anatema.

No quise insultar a los que de verdad luchan, sino quise evitar que este gesto, la separata, sea un vano acariciarse la propia barriga, una masturbación solitaria y altamente satisfactoria de la que -como he visto tantas veces- solo quedaran patentado una serie de lugares comunes con que ahorrarse la observación directa de la realidad.

El Chile de hoy permite hasta el infinito los ghettos. Cada uno su colegio, su universidad, su barrio, su separata. Mientras no molesten
a los demás tienes derecho a tu minoría. Es contra esos ghettos, es contra la ceguera de no saber que hay otra cosa fuera de sus muros, y no contra los firmantes de este manifiesto, contra lo que me rebelé.

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