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Cultura

15 de Febrero de 2011

Avalancha de Migas

Por


Leídos por separado, los artículos y crónicas de Gumucio sólo a veces dejan una impresión duradera, pero siempre dejan una impresión. Esto en parte se debe a la velocidad de su prosa, a la prisa que tiene, no tanto por desovillar una idea, sino por experimentar adónde esa idea pueda llevarlo. Dentro de ese modo de proceder propio de los ensayistas atentos al latido de su yo, a Gumucio lo distingue que, mientras piensa o se deja llevar por los ecos y rumores de una idea, al mismo tiempo está pensando en cómo escribir esa idea. Entonces, sus crónicas, artículos y ensayos son relatos de una mente en acción. De esa idea inaugural lo que sigue es una avalancha, un desgobierno, una prosa rápida que protesta ante la noción de que la parsimonia, ponderación y rigurosidad son los galones del pensamiento racional. Leídos por separado, de los artículos y crónicas de Gumucio se pueden conseguir unas cuantas provocaciones, muchos gestos de acuerdo y otros muchos de desacuerdo.

Leídos en conjunto, como se puede hacer en “La situación”, es otra la reacción. Gumucio es favorecido por esta recopilada y parcial totalidad, en la que su juguera de ideas puede funcionar como reclamaba su creador. La velocidad implícita en su escritura requiere a un lector que esté dando vuelta las páginas a la misma velocidad, algo imposible en el medio original de publicación de estos artículos. Puestos uno al lado del otro, más que crónicas, lo que Gumucio escribe son viñetas de su autobiografía intelectual y moral, o ética y estética como a él mismo le gustaría decir, fragmentos en los que pone a disposición del lector lo que estaba pensando en ese momento y nada más, sin temor a contradecirse (y hay varias contradicciones en “La situación”) precisamente porque la mente piensa desde las contradicciones (Gumucio es, en efecto, un dialéctico).

El libro está dividido en cuatro secciones: “Bisabuelos y tutores”, “Abuelos y padres”, “La situación” y “Esos inválidos”. Las dos primeras se ocupan directamente de escritores que pertenecen al panteón, a la historia noble de la literatura y de los precursores más inmediatamente chilenos. Las dos últimas refieren a la realidad más urgente, es decir, al ahora, y en esas crónicas resuena mucho más la contingencia.

En “Enrique Araya: la tragedia del humorista”, Gumucio recuerda los afanes y desventuras de su abuelo, un inventor de sí mismo que facilitaba la risa en los demás pero quería para sí que los demás lo tomaran en serio. Su abuelo es un espejo terrible, pero también alentador. Chejov y Bellow son héroes como nunca lo fueron, ni tal vez lo serán, Joyce y Flaubert. En “La situación” los anhelos románticos de los jóvenes que ya no viven en tiempos difíciles son observados con menos cinismo de lo que se podría esperar, con menos mala conciencia, pero también con afecto y hasta ternura. “El eterno retorno de Miguel Serrano” es de sobra conocido, y si el título suena a pesadilla, por no decir a parodia, es porque el eterno retorno de Miguel Serrano sería una pesadilla, con suásticas y águilas y todavía más exposición para Warnken.

“La situación” es de esos libros, como apunta en su nota de contratapa el siempre comedido y preciso Roberto Merino, que no dejan indiferente, que provocan una cierta complicidad, la de un lector comprometido persiguiendo a un escritor inquieto que va dejando migas en un camino que conduce, quizá, a algún lugar.

LA SITUACIÓN

Rafael Gumucio

Ediciones UDP

2010, 165 páginas

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