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Poder

1 de Junio de 2011

El día de furia del hombre más derechista de Chile

El columnista de El Mercurio Gonzalo Rojas tuvo el miércoles un día como el último que viviría Ítalo Noli. Una mañana aciaga transcurrió para el hombre que remplazó con creces a Hermógenes Pérez de Arce en el tabloide hasta que terminada la marcha de los universitarios en el centro de Santiago, un grupo de alumnos […]

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El columnista de El Mercurio Gonzalo Rojas tuvo el miércoles un día como el último que viviría Ítalo Noli. Una mañana aciaga transcurrió para el hombre que remplazó con creces a Hermógenes Pérez de Arce en el tabloide hasta que terminada la marcha de los universitarios en el centro de Santiago, un grupo de alumnos de la PUC interrumpió su clase del optativo Pensadores del siglo XX tocando un bombo que llamaba cual flautista de Hamelin a los estudiantes a participar de una asamblea.

A las 14:00 hrs Rojas iniciaba el módulo de su ramo en el segundo piso de la Casa Central de la universidad cuando un grupo de alumnos que había participado en la marcha -que congregó alrededor de 30 mil estudiantes en el centro de Santiago- se aprestaba a iniciar su asamblea. El ruido -y quizás también el fondo del llamado- sacó de sus casillas a Rojas, que bajó por las escaleras a increpar a la alumna que a esa hora hacía retumbar el tambor en uno de los patios de la PUC.

El columnista favorito de la derecha y de El Mercurio se apuró para llamarle la atención a la alumna -se sabe que a Rojas le gusta salir a trotar los fines de semana con sus alumnos e incluso algunos de ellos cuentan que les reemplaza una nota si lo acompañan- y “completamente descontrolado”, como recuerda una alumna, se dirigió hacia ella para prohibirle que continuará con el tum tum tum. La estudiante le hizo ver que le estaba faltando el respeto por hacer clases mientras la Universidad estaba en paro y volvió a tocar el bombo. Tum tum tum. Y Rojas tam tam tam ardiendo en ira.

El abogado e historiador se alteró aún más, rojo de ira retomó su alegato. Se acercó al grupo e insistió en la prohibición de hacer ruido, mientras otros alumnos, entre risas, lo invitaban a participar de la asamblea.

Derrotado y con el rabo entre las piernas, Rojas regresó furioso a su clase. Con su partida, una interrogante quedó penando en el patio de la Pontificia ¿Se animará el librepensador a retratar el episodio en su columna? Habrá que esperar su próxima entrega en el diario de Agustín.

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