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Opinión

2 de Junio de 2011

The soul/el alma/ of Chile

A The Clinic llegó un libro sorprendente, increíble, una joya ultramontana para coleccionistas: “El Alma de Chile”. Prologados por Piñera, reflexionan sobre los aspectos que definirían al país, entre otros, Agustín Edwards, Gonzalo Rojas S., Mario Kreutzberger, el general Fuente Alba, Juan de Dios Vial Larraín, Patricia Matte Larraín, el Cardenal Jorge Medina y Gonzalo Rojas Sánchez. Le pasamos el libro a Alfredo Jocelyn-Holt para que lo leyera y reseñara. Y lo hizo.

Alfredo Jocelyn Holt
Alfredo Jocelyn Holt
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¿A qué gringo o angloparlante que venga a Chile por negocios, o a estudiar, a pescar, o a admirar la Patagonia antes que la chinguen, le podrá interesar un libro titulado The Soul of Chile como este publicado a todo trapo por Editorial Novum? Además, ¿qué onda el libro in the first place?

Veintiséis reflexiones al respecto. De terror la versión traducida; cualquier editor que se digne de su nombre, sepa o no el idioma hereje, persigue a los traductores por estafa y, luego, los azota en la plaza pública. Para qué les cuento las fotos y el diseño. Papel cuché, que siempre me recuerda la laca en los peinados y permanentes, tipo Almodóvar, de las señoras de la generación de mi mamá. Muestras caligráficas de cada uno de los autores (ahí se nota quién sí, quién no… fue a colegio pagado). Mucha bandera y tricolor, no vaya a ser que se le olvide a uno, míja, que es sobre Chile, la Patria, este libro, gracias a Dios. Y de la selecta compañía de autores, bueno, salvo honrosas excepciones, podrían haber estado todos en alguna tallarinata de las “Damas de Rojo” fotografiados en las páginas de vida social de El Mercurio, La Segunda o Caras, si no haciendo la visita de rigor (el pésame que no fue) preguntando por la salud mental de Luis Eugenio, presbítero suicida y capellán de la Orden de Malta (de hecho, al menos tres autores de esta colección de ensayos militan en ese anacronismo viviente).

En fin, la estética a primera vista es propia de creativos de la campaña del “Sí” el ‘88, cesantes todos estos años. Las fotos los delatan, hasta los huasos desfilan. Me hizo recordar a cuando Benjamín Mackenna y la Nena Ossa dirigían los destinos culturales de este país. Que esta publicación cuente con el auspicio del gobierno –preceden retratos y presentaciones de Piñera y Alfredo Moreno– es preocupante. ¿Qué tanto ha cambiado y se ha distanciado del discurso quinchero-cultural la derecha? Por suerte Luciano no aparece.

Algunos de los subtítulos de los ensayos dan una idea de los temas, del sesgo de sus autores y de lo pavorosa (no exagero) que es la traducción: “Soul of Chile alludes to a reality, very rich in content and aspects” (Alicia Amunátegui viuda de Ross con impecable caligrafía de las Monjas Inglesas); “The Week of the Essence of Chile” (Agustín Edwards Eastman, quien figura con chamanto floreado chillón de Doñihue, y ahora último de la APEC, hablando de equinos); “The Navy and the soul of Chile” (Comandante en Jefe de la Armada de Chile, cuadrado con la identidad); “Carabineros represent the Nacional (sic) Soul” (General Eduardo Gordon, doblemente cuadrado); “Celestial Soul –The Little North, Aquatic Soul– The Canals” (Raúl Irarrázaval, Gran Maestre del capítulo maltés local); “The Chilean soul is individualistic” (Carmen Luisa Letelier nunca más desafinada que aquí); “The need to develop potential” (Patricia Matte, feroz de conyugal, más que la “viuda de Ross”, firmando “de Larraín” y eso que ella es Larraín, su apellido materno); “My vocation producing high quality wines” (Aurelio Montes, igual a sí mismo, pasando aviso); “To understand the continental ones” (es decir “Comprender a los continentales”: la visión de Mahani Teave, la pianista rapanui, bonita, pero a juzgar por lo que escribe, mejor que siga con el piano)… Resumiendo: si así pretenden “vender” el país afuera, olvídense o pregúntenle a Luis Eugenio sobre el suicidio versión “la vida después de la vida”.

Dice Piñera en la presentación: “Pocos títulos he visto tan audaces y ambiciosos como el de este libro. Desentrañar lo que es ‘El Alma de Chile’, en un sentido profundo y certero, es una tarea de enorme envergadura. Valiente, por tanto, el que lo intenta. Y genial, quien lo logra”. En verdad, no lo logran: más que audaz el libro es temerario, atrevido y pretencioso.
En el artículo inicial (“The Essence of the Soul of Chile”, algo así como el soul del soul chilensis) Joaquín Alliende se las da de versificador (juzgue usted si rima), pero –precioso dato– deja caer, como sí quiere y no quiere la cosa, que el autor de la famosa homilía de Raúl Silva Henríquez en el Tedeum del 18 de septiembre de 1974 sobre “el alma de Chile” no fue el “Cardenal” sino nada menos que Raúl Hasbún (p. 16), su entonces otro secretario (no solo Luis Eugenio). De modo que cuando a los políticos les da con el cuento del Cardenal (Lagos papá y Piñera suelen citar el sermón) corean a Hasbún (¡!), the true voice que habla; Silva Henríquez, a lo sumo, dijo amén y, luego, los hizo persignar a todos. A los libros malos hay que leerlos, contienen información.

La mayoría de los autores simplemente venden sus propios trastos. Montes su chacolí; el “Dunny” su diariamente necesario periódico dato aviso, “un reflejo fiel del alma nacional en todos sus matices” según propia confesión (p. 63), Paz Ciudadana, los caballos corraleros…; el General Fuente-Alba, en un “combo” de dos por uno, la “seguridad nacional” y cómo el Ejercito es “un factor de encuentro civil-militar” habiendo contribuido con “cien años de paz” (p. 69), así de carepalo y cuadrado con su propio cuento. Lo que es el ensayo de Otto Dörr (angustiadísimo con el deterioro del lenguaje hablado en Chile, el “‘…ón” p‘arriba y el “‘…ón” p‘abajo, la “ch” convertida en “sch” que encuentra feísima, y la coprolalia, el lenguaje caca, que, según él, manifestaría cierta demencia y daño de los lóbulos frontales del cerebro), tuve la sensación que quiso ser algo así como discurso de recepción en la Academia Chilena de la Lengua (de la que, tengo entendido, no es miembro) en vena Goethe-Humboldt, desentonando con una colección como ésta, bastante dispareja como se podrá haber apreciado.

Mario Kreutzberger es anecdótico, recurre a sus recuerdos de cuando todavía era niño e inocente, tierno su artículo (“Recordar es volver a vivir”); Margot Loyola sobre la cueca es, al menos, auténtica, y dice algunas cosas en que vale reparar; Lautaro Núñez bien podría haber publicado su lúcida pieza sobre nuestros pueblos originarios en otro lugar (aquí me temo que se pierde); Gonzalo Rojas Sánchez y Juan de Dios Vial Larraín se van por la fácil y sólo rescatan a personajes señeros un tanto obviamente, por tanto, ambos son prescindibles. Lo mismo cabría decir de las contribuciones de dos Premios Nacionales de Historia (Guarda y Martinic) que no impresionan ni conmueven. Y así otros varios.

La muestra es adivinable. Si usted gusta de los artículos de “Artes y Letras”, en especial los de la época de Jaime Antúnez, se sentirá en terreno familiar. Lo más interesante del libro es que sea una suerte de fósil, representativo de cierto mundo conservador, angustiado, ultranacionalista (ése el común denominador de casi todos los ensayos). Perversamente lamento, eso sí, que se haya publicado después del cierre de la cápsula de tiempo enterrada en Plaza de Armas. Me puedo imaginar a nuestros futuros compatriotas teniendo que descifrar sus contenidos tanto como los gringos que leen la versión en inglés.

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