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Nacional

14 de Junio de 2011

La Siberia Pehuenche

En septiembre de 2004 fue inaugurada la represa Ralco. Gerentes, accionistas e ingenieros de Endesa brindaron aquel día sobre el imponente muro de 150 metros emplazado sobre el río Biobío. Los acompañaba lo más selecto de la Concertación gobernante. A seis años y cuarenta kilómetros montaña arriba, caminos intransitables y casas enterradas en la nieve dan cuenta del lado B de una tragedia que afecta a 93 familias y que hoy amenaza con repetirse en la Patagonia. Pedro Cayuqueo estuvo allí en el 2009 y este es su relato.

Por

“Antes teníamos una o dos hectáreas de tierra en Ralco Lepoy. Apenas nos alcanzaba para criar algunas aves, animalitos y hacer huerta… Acá Endesa nos pasó veinte hectáreas promedio por familia”, me cuenta José Millanao, 58 años, miembro de la comunidad pehuenche El Barco, en la cordillera de la octava región. “Lo vimos como un avance pero hoy estamos casi peor. Los animales se nos mueren en invierno, los mata la nieve o se acaba el pasto y no hay forraje… Los estamos vendiendo todos para comprar mercaderías o pagar deudas”.
Millanao es uno de los 184 comuneros pehuenche que a fines de los años ’90 aceptó permutar sus tierras a Endesa para posibilitar la construcción de la represa Ralco en el Alto Biobío. Vivía en la comunidad Ralco Lepoy, a orillas del río, y se trasladó junto a su familia montaña arriba hasta el Fundo El Barco, uno de los dos lugares elegidos por la entonces transnacional española para trasladar a las familias afectadas directa o indirectamente por el emplazamiento de la central. El otro fue El Huachi, en las cercanías de Santa Bárbara.
“No pudimos negarnos. La situación estaba mala allá en el bajo, no había trabajo, no teníamos tierra, animales y Endesa prometió ayudarnos. Un día pasó un bus de la empresa y nos trajeron con mi señora a ver las casas que se estaban construyendo aquí. Era verano y estaban los maestros, meta pega… se veían bonitas las casas, eran grandes y tenían un fogón. Decidimos permutar. Quedaba lejos, pero creímos que valía la pena”, recuerda Millanao. Le bastó soportar solo uno de los nueve inviernos que lleva en la zona para darse cuenta que el paraíso bien podría transformarse en un infierno.
-Acá es muy duro, en los inviernos caen dos, tres, hasta cuatro metros de nieve y no se puede hacer nada en varios meses porque la nieve lo tapa todo. Antes, Endesa limpiaba con su maquinaria los caminos, pero ya no. Antes también había una asistente social de la empresa, anotando los problemas que había y tratando de buscar soluciones. Pero cuando se terminó la represa, nunca más la vimos. Toda la gente que Endesa traía para ayudarnos desapareció de un día para otro -recuerda Millanao.
EL BARCO
El Barco queda a casi 80 kilómetros del poblado de Alto Biobío, antiguo campamento maderero hoy reconvertido en cabecera de la comuna más pobre de Chile según la última encuesta CASEN, y puerta de entrada a los cajones cordilleranos. El camino bordea primero el lago artificial de la represa Pangue para alcanzar, en poco más de una hora de zigzagueante trayecto, la comunidad Quepuca Ralco, aquella del cementerio inundado por el embalse y cuya dramática historia relata el documental “Sitio 53”. Una hora más de viaje y se arriba a la comunidad Ralco Lepoy, tierra de las emblemáticas “ñañas” (abuelas) Nicolasa y Berta Quintremán, las mismas que por largos años mantuvieron a raya los planes de Endesa en la zona.
El lugar donde alguna vez estuvo la casa de Nicolasa se encuentra cubierto por el lago artificial. Berta, porfiada como un viejo roble, si bien terminó permutando parte de su propiedad -el propio presidente Lagos la visitó para rogarle que lo hiciera-, no aceptó jamás abandonar su casa ubicada a media falda entre el cerro y el imponente lago. Allí la encontramos, como siempre, calentando el agua para el mate en su pequeña e improvisada ruca-fogón y regañando por igual a sus chanchos, perros y a este par de periodistas étnicos “citadinos” que la visitan sin previo aviso y que, por si no bastara, poco y nada logran entender las palabras en mapudungun con que ella saluda, recibe e interroga.
-Debieran hablar mejor su lengua, si son buenos mapuches como dicen que son… Qué diría su maire, su paire, si los viera -nos regaña una y otra vez.
La charla-reto se prolonga por más de una hora. En español, la mayoría del tiempo; en mapudungun, cuando la memoria nos lo permite. Tras una última ronda de mates, seguimos viaje montaña arriba, hacia la tierra de los “endesados”, como aún denomina la “ñaña” Berta a todos aquellos pehuenches que optaron por permutar sus tierras. “Ellos traicionaron su tierra”, nos dice, al tiempo que desea buen viaje. “Peukayal ñaña”, le digo. Una sonrisa se dibuja en su rostro.
Media hora de trayecto y arribamos a Chenqueco, pequeño caserío de colonos chilenos que cobija la única escuela internado de la zona y una posta de salud que funciona una o dos veces a la semana sólo en verano, porque en invierno ni hablar. Desde allí se sube hacia El Barco, por un camino en evidente mal estado. “Es que para arriba a nadie le interesa construir represas”, nos explica don Jorge, dueño de uno de los dos únicos almacenes del poblado. “Este camino lo tienen botado… la empresa, el Estado, a nadie le interesa. En invierno no sube ni baja nadie. Ni a caballo”, me señala.
Bienvenidos a Siberia.

SIBERIA
Cuando se enteraron de los beneficios que contemplaba el “Plan de Relocalización” de Endesa, algunos pehuenche no dudaron en permutar sus tierras. Se trataba -en teoría- de un negocio redondo: pocas tierras, erosionadas e improductivas a orillas del Biobío, a cambio de nuevos terrenos, animales, modernas viviendas, electricidad y una calidad de vida digna de habitantes de los alpes suizos. La infraestructura básica prometida por Endesa alentaba sus sueños helvéticos: el paquete incluía una casa habitación de 66 metros cuadrados, un fogón de 20, una bodega de 70 e incluso un espacioso corral para los animales. Las parcelas serían entregadas cercadas y con instalaciones sanitarias y de agua potable funcionando. Para esto, la empresa ordenó construir redes de alimentación que incluyeron 22 kilómetros de tuberías, debido a lo distanciado entre sí de las viviendas.
Adicionalmente, Endesa contempló un sistema de riego en aquellos sectores donde era posible potenciar la agricultura y que involucraba 220 hectáreas de “praderas” para las familias. El plan incluía programas “culturales” y de “etnoturismo” como nuevos polos de desarrollo local. La punta de lanza de esta estrategia sería el Complejo turístico emplazado por Endesa en la laguna El Barco, hermoso paraje a diez kilómetros de la comunidad con zonas de camping, picnic, senderos de trekking, estacionamientos, baños y agua potable. Todo ello, claro, administrado por los propios pehuenches. ¿Quién podría oponerse a tanta maravilla junta?
Domingo Puelma, 61 años y padre de cinco hijos, no pudo. Más aún: fue uno de los dirigentes pehuenche que encabezó el proceso de negociaciones de las familias relocalizadas luego en El Barco. Le tocó, por tanto, escuchar de boca de los propios gerentes de Endesa las promesas y convencer más tarde a sus hermanos. Hoy, igual que el ex dirigente José Millanao, se siente estafado y, peor, responsable de la situación que padecen gran parte de los miembros de su comunidad en estos confines cordilleranos.
-Participé activamente en las negociaciones, junto al peñi Ricardo Gallina y otros de Lepoy y Quepuca. Veíamos que era favorable para nuestra gente permutar las tierras. Había mucha pobreza, casi ningún futuro para nuestros hijos y el ofrecimiento de Endesa lo encontramos bueno, vimos que era mejor que lo poco y nada que teníamos -explica. Y sigue:- Sabíamos que estaba lejos, que los inviernos eran duros, pero nos juraron que por al menos diez años nos estarían apoyando con proyectos, maquinaria, asistencia. Endesa prometió que iba a construir nuevos caminos, puentes, que habría locomoción todos los días, forraje para los animales… Todo eso decía la permuta que firmamos.
Aquella promesa se denominaba “Plan de Asistencia de Continuidad” y si bien no era parte oficial de lo firmado, constituía un compromiso público de Endesa que los pehuenches asumieron como parte del acuerdo. Aparte de los beneficios propios de la relocalización (tierras, animales y casas), la empresa se comprometía a seguir apoyando a las familias, al menos hasta que lograsen la autosustentabilidad e independencia en la utilización de los bienes recibidos, plazo que los estadísticos de la multinacional cifraron en diez años.
“Algunas cosas se cumplieron al inicio. Algunas veces mal, otras a medias, otras bien. La asistente social de la empresa siempre nos decía que todo demoraba. Pero el tiempo pasó y comenzamos a darnos cuenta que nos estaban mintiendo, puro chamullando como se dice”, cuenta Puelma. “La luz eléctrica, por ejemplo, que prometieron instalar apenas llegáramos, no apareció sino años más tarde. Y ahora a todos nos están cobrando. Al que no paga, simplemente se la cortan. En mi casa estamos con velas porque no tenemos plata para pagar. Tenemos los postes y los medidores de bonito en nuestras casas”, agrega.
El tiempo también hizo su parte. Las casas, por ejemplo, se gotean en invierno, la madera se pudre por su mala calidad. Los puentes están casi todos a punto de caerse y la micro funciona solo a veces, dependiendo del tiempo, de la nieve.
-Hemos reclamado, pero nos dicen que Endesa no tiene responsabilidad, que debemos reclamar a las autoridades -denuncia el dirigente.
Puelma escuchó las promesas de Endesa. Hoy mira lo que han cumplido. Se queja:
-Fuimos engañados, estafados.

DESIERTO
Las características del lugar aconsejaban no realizar en El Barco ningún intento de reasentamiento humano. A escasos diez kilómetros del límite con Argentina, la zona siempre había sido un territorio hostil para los antiguos pehuenches, que sólo lo visitaban para las “veranadas”, nunca en invierno. Esto lo sabían sobre todo los antiguos inquilinos chilenos. Según nos relataron los funcionarios de la Sub-agencia de Chenqueco de la Empresa de Abastecimientos de Zonas Aisladas (antigua ECA), las cinco familias que antiguamente vivían en El Barco, mientras fue propiedad privada, debían ser abastecidas todo el año por el dueño del fundo con víveres adquiridos a ellos.
Es más: durante la Reforma Agraria, en la década de los 70′, cuando varios y extensos fundos del Alto Biobío fueron parcelados y expropiados por el gobierno para asentar campesinos, solo uno se salvó: El Barco, que fue mantenido en propiedad privada debido a que “carecía de condiciones necesarias para asentamientos humanos”.
¿Sabían esto las autoridades que aprobaron el plan de relocalización? Un estudio elaborado por Raúl Molina y Martín Correa para la Comisión Especial de Pueblos Indígenas (CEPI), antecesora de la CONADI, se los dejó más que claro a comienzos de los 90’. Denominado “Las Tierras Pehuenche del Alto Bio-Bio”, establece que las tierras de El Barco constituían “veranadas”, debiendo ser “bajados” sus animales durante el invierno hacia las partes bajas de la cordillera, “donde los inquilinos del fundo arrendaban talaje para su mantención”.
Sendos informes de organismos gubernamentales alertaron además sobre esto. En 1998, en plena etapa de evaluación de las permutas por parte de la CONADI, un informe sobre el plan de desarrollo productivo de los predios El Huachi, Santa Laura y El Barco, por el entonces intendente Martín Zilic, señalaba que el fundo estaba “en el límite de la desertificación” y que “no debería usarse en actividades agropecuarias”, si lo que se buscaba era cautelar la sustentabilidad de la cuenca hidrográfica a la que pertenecía. La comisión encargada de elaborar el informe la integraron profesionales de la Seremi de Agricultura, del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria de Chillán, INIA-Quilamapu, del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) y de la Corporación Nacional Forestal (CONAF). Demás está decir que los resultados del documento fueron silenciados y sólo conocidos tras una denuncia del actual senador del MAS y por entonces diputado de la Bancada Verde, Alejandro Navarro.
Endesa también lo sabía. Originalmente, propuso El Barco como “medida de mitigación ecológica” por la pérdida de unas 3.000 hectáreas de bosque nativo que quedarían inundadas o serían afectadas por el megaproyecto. La empresa planteó un esquema de manejo similar y complementario al de la Reserva Nacional Ralco. Sin embargo, con el transcurso del tiempo, cambió su postura y abiertamente presentó el fundo como espacio para la “relocalización” de las familias pehuenche afectadas por la inundación de sus tierras.
-Endesa sabía que estas tierras no eran aptas para vivir y nosotros de alguna forma también. Pero confiamos en los apoyos que nos prometieron para el futuro, en los proyectos, en su Plan de Asistencia. Nos faltó asesoría, saber más de estas cosas. Imagínese, muchos que viven aquí son gente que no sabe leer, escribir… y ellos llegaban con abogados, antropólogos, psicólogos, con un regimiento de gente para convencernos. ‘Van a tener progreso’, nos decían. ‘Piensen en sus hijos’. Yo me pregunto, adónde están ahora todos ellos -dice Domingo Puelma.

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