Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Nacional

26 de Junio de 2011

Cómo ser bueno cuando casi todo es malo

Niñas embarazadas antes de llegar a octavo básico; pequeños mal alimentados, hacinados en mediaguas, viendo violencia todo el tiempo. Muchos expertos opinan que la pobreza no puede justificar los malos resultados académicos de los chicos más marginados. Debieran venir a Montedónico.

Por

Texto y Foto por Luc Gajardo Ebensperger.

La Escuela Montedónico queda en la punta del cerro Playa Ancha, donde las micros llegan a duras penas y vacías. Un gato tiñoso y sin nariz, se pasea por encima de un muro colegio. En la sala del séptimo básico, el profesor Reinaldo Montenegro hace clases de Ciencias Naturales.
-Evelyn, ¿es verdad lo que me dijeron?
-¿Qué cosa?
-Tú sabes.
Silencio.
-¿Qué estoy embarazada?
-¿Es cierto?
-Sí.
-¡Díos mío! ¿Y tu mamá sabe?
-No. Es que no me comprende y me va hacer abortar. Eso le dijo a mi hermana.
-¿Y cuándo piensas decirle?
-Para el día de la mamá.
Risas.
Montenegro se agarra la cabeza. Se vuelve contra la pizarra y le pega con los puños.
-¿Y cuánto tienes?
-14.
-Dios. Pero de embarazo.
-Ahh… dos meses y medio.
-Evelyn, ese bebé es tu sangre y si tú quieres tenerlo nadie te puede obligar a abortar. ¿No creen ustedes?
-Sí poh. Si le gustó la cachita ahora tiene que apechugar- grita el Víctor.

El profesor pregunta a los alumnos qué saben de los abortos. Todos saben.
-Hay una señora que los hace. Mi mamá cuando iba a tener quintillizos abortó tres. Mis dos hermanos nacieron- comparte Margarita.
-Una tía mía tenía SIDA y quedó embarazada. Abortó pero como no tenía fuerzas se murió- agrega Camila.
-¡Yo sé cómo se hacen! Le meten una máquina por la conejita y trituran a la guagua. Después la vomita. O la caga- interviene Juan.

Montenegro se descontrola y echa a Juan de la sala. Dice que no necesita idiotas en la clase. A Juan lo echan muy seguido.
-Vas a terminar igual que tu hermano- le grita Montenegro. El profesor se refiere a Bam-Bam, el hermano de Juan, un chico de 17 años que está en el hospital con una pierna hecha pedazos por un balazo de una pajera hechiza.

Varios alumnos comparten experiencias similares. La mayoría vive en la población aledaña a la escuela, que también se llama Montedónico. Es un conjunto de mediaguas levantado en los ‘70 donde vinieron a parar centenares de damnificados por los temporales de esos años. Sus vidas no han mejorado mucho desde entonces. Los padres tienen trabajos esporádicos: son vendedores ambulantes, cartoneros y recicladores de basura. En la población, cuentan los vecinos, los hechos de violencia estallan seguido y fuerte. Es común que las historias de aquí sean titulares de la crónica roja porteña.

El consultorio local registra el impacto de esa vida en los niños. María Aravena, directora del Departamento de Asistencia Social del consultorio, habla de “privación afectiva y social”.

-La mayoría de las casas de esta población son mediaguas de dos piezas y el hacinamiento los expone a ser promiscuos y a no desarrollarse plenamente. Por eso terminan siendo hiperquinéticos y desadaptados, o sea teniendo problemas conductuales y de atención- dice Aravena.

Tras la salida de Juan, el curso se desordena. Alexis se para y empieza a dar vueltas por la sala. Según Montenegro, Alexis tiene algún grado de deficiencia mental. Según todo el resto, es tonto no más. Montenegro cuenta que se hizo un informe que determinaba que Juan debía ir a una escuela especial. Pero su madre insistió en matricularlo aquí. Todos lo llaman ‘el loquito Alexis’
-¡Yo no estoy loco!- grita Alexis mientras limpia la pizarra en frenéticos círculos.
-Acá todos tienen deficiencias mentales- murmura el profesor.

Montenegro habla desde la falta de recursos, desde el día a día a veces violento y desesperanzado. Habla desde la impotencia, y se equivoca. Muchos chicos de su escuela tienen problemas, está claro. Pero no es algo que lleven en los genes. Su problema es que son extremadamente pobres. De una pobreza que, como describen los investigadores Javier Corvalán y Gregory Elacqua, “implica no sólo falta de dinero, sino también problemas de salud, vivienda inadecuada, criminalidad en el barrio, crisis familiares y, por cierto, mucho estrés parental”.

En los últimos años el problema se ha vuelto masivo. A tal punto que la escuela de Montedónico fue incluida en un programa especial que patrocina el ministerio de Salud. Se llama “Habilidades para la Vida” y les enseña cosas básicas como escuchar, obedecer y dialogar; también respetar a los demás y a sí mismos. Cosas que constituyen el piso mínimo para que les sea posible estudiar. Cosas que los niños debieran aprender en sus casas.
Hoy el programa se está implementando en 70 comunas y trabaja con cerca de 60 mil niños en todo el país.

NIÑOS DE COLORES

El frío penetra sin compasión en Montedónico. Y la niebla lo humedece todo.

En la biblioteca de la escuela está la sicóloga Leyla Amor junto a media docena de niños que en promedio tienen 6 años. Los chicos están ahí porque son verdes, azules o amarillos.

-Los niños verdes- explica la sicóloga- tienen dificultad en la expresión de emociones y no saben acatar normas. Tienen una tendencia a desarrollar trastornos depresivos y antisociales. He escuchado a profesores referirse a ellos como ‘malos de adentro’, porque es súper difícil entender que para llamar la atención, un chico le pegue a un compañero o le entierre un lápiz en la cabeza.
Leyla explica que luego están los niños azules que son iguales a los verdes pero tienen más habilidades sociales. Y por último, los niños amarillos, cuyas capacidades están inhibidas: tienen poca motivación para el aprendizaje. Pero acatan las normas, porque son temerosos y vergonzosos. Son los que menos dan problemas porque casi no se notan.

-Las niñitas amarillas suelen ser abusadas sexualmente. Se sienten menos y por eso creen que merecen ser maltratadas- explica Leyla.
Ezequiel, un niño verde, se encarama en una mesa y limpia el vaho de la ventana. Mira para afuera. Luego da un salto, pega un grito y se va encima de Hugo.

Le saca su gorrito de lana y le pega un soplamoco.

Hugo absorbe el golpe. Se cubre la cabeza con las manos y sus ojos se cristalizan. Le da vergüenza quedar descubierto. Sólo unos delgados y largos rizos cubren una enorme quemadura que va desde la cabeza al cuello. Cuando guagua le cayó una olla con agua caliente encima.
-Devuélvele el gorro al Hugo, por favor- le pide Leyla.

Hugo lo mira con rabia. Exequiel le devuelve la mirada desafiante. Luego tira el gorro y bota algunos lápices de colores. Leyla suspira y se agacha a recoger.
John, de buzo Adidas, está muy concentrado armando su títere. En un arranque de creatividad toma la tijera y con la lengua mordida se corta un mechón para pegárselo al mono. Los dedos le quedan con pelos y cola fría. John hizo a su papá, que está preso por robo con intimidación.

Exequiel se para y boxea el aire. Grita, se tira al suelo y finge un ataque de epilepsia. René se levanta y se tira encima. Ruedan peleando y terminan enredados debajo de la mesa. Leyla los separa.
-Te voy a sacar la chucha – amenaza Exequiel mientras se saca una pelusa de la boca. René se ríe burlón y soba su codo.
Leyla llama al orden. Nunca pierde la paciencia. Los sienta otra vez y comienza la ronda de preguntas. La idea es conocer con quién viven. Si se sienten queridos en sus casas. John vive con su mamá y sus siete hermanos. Hugo vive con su abuela. José, un niño azul, agacha la cabeza antes de responder.

-Mi papá se fue de la casa la semana pasada. Es que se peleó con mi mamá porque quería fumarse un cigarro y ella no lo dejó. Mi papá se puso como loco. Sacó un sable de su bolso y la pescó del cuello. Decía que la iba a matar, después la tiró al suelo y rompió la tele.

-¿Y tu estabas ahí?… José, en las peleas de adultos tú no tienes que meterte porque son cosas de grandes- le dice Leyla y le toma la mano. Pero el niño se suelta y responde serio.

-Sí, pero yo me tiré encima porque no puedo andar dejando que a mi mamá le peguen.

Leyla se saca los lentes y se aprieta el entrecejo con los índices. Trata de explicarle lo inexplicable.
Un auxiliar llega con las bandejas del almuerzo. Estefanía, una niña amarilla, se levanta y se sube a la mesa al lado de la ventana. Cruza los brazos y se amurra. No quiere comer.

Estefanía vive con su abuela Juana. Su madre tuvo que irse de la población luego de un violento incidente con sus vecinos.
-Lo que pasa es que hubo un atado entre mi hija y una vecina esquizofrénica- cuenta la abuela. Agrega que una noche toda la familia de la mujer invadió la casa de su hija a patadas. Estefanía salió corriendo en pijama.
-La niña vino a buscarme para que llamara a los carabineros, pero cuando ellos llegaron esta gente salió a pegarles. Al final arrancaron todos y se robaron el DVD que le había comprado a la Estefanía para su cumpleaños. La Estefanía se quedó sentadita en la vereda, mirando.

INOCENCIA INTERRUMPIDA
Gladys Rojo es la directora del la escuela Montedónico hace un mes. Pero lleva trabajando aquí 34 años. Está contenta porque el alcalde Cornejo visitó el lugar y decidió mandar a arreglar los baños que estaban hechos un desastre. Eran del año 72, de cuando se fundó la escuela. Ahora tienen duchas y agua caliente.

El paso siguiente es techar el patio porque cuando llueve, los alumnos se empapan y se embarran. La infraestructura, sin embargo, no es el único problema aquí. En el último Simce que dieron los 4tos. básicos les fue pésimo. Aunque subieron respecto de 2002, aún permanecen 20 puntos abajo del promedio nacional tanto en lenguaje como en matemáticas y comprensión del medio ambiente.

Resultados como éstos han movido el debate nacional sobre la educación en los últimos años. El sentido común indica que la educación es la única forma real de salir de la pobreza. Y muchos expertos reclaman que la falta de recursos no puede ser justificación para que tantos chicos no adquieran ni siquiera los conocimientos mínimos. La ex ministra de educación Mariana Aylwin, por ejemplo, reclama en su blog por “las bajas expectativas de los establecimientos respecto de sus posibilidades de mejorar”. Agrega que cuando era ministra “Fue una sorpresa ver que a la hora de tener que definir metas, las escuelas que tenían puntajes más bajos, se proponían avanzar dos puntos en el SIMCE siguiente. Nuestros niños no pueden más”, se escucha tantas veces. Por eso es necesario exigir más.”

Sin embargo, en la oficina de la directora Gladys este debate suena increíblemente lejano. Por ejemplo, ahora llega el “Chapa”. Tiene 14 años y un hijo de 4 meses al que mantiene con la plata que gana como lanza. Viene a la Dirección porque se agarró con el Vicente, que es más chico pero peor. De una agresividad “trastornante”, según describe un profesor. Vicente vive con su abuela que se la pasa llorando a los profesores porque no sabe qué hacer con él. Gladys trata diariamente con apoderados que, incluso, a veces llegan drogados a discutir los problemas de sus hijos y terminan llorando a mares.
Vicente vive pateando puertas y sillas y pe-leando e insultando duramente a las profesoras.

-Se pelearon y terminaron a piedrazos. El ‘chapa’ le tiró un peñasco por la cabeza y le dejó un chichón enorme. Yo traté de calmarlos pero era imposible. Incluso me llegó un piedrazo en la pierna. Al menos vi que el ‘Chapa’ estaba preocupado por lo que pasó. Y eso es un avance, significa que le importa. Es que son tantas las estrategias que uno usa para tratar de calmar su agresividad. Son niños golpeados por el sistema, por eso reaccionan así. Pero a veces me descontrolo-se toma la cabeza- y pienso ‘¿qué más hago?’

Entran el “Chapa” y el Vicente a la oficina y la puerta se cierra. Al otro día, el “Chapa” ha sido expulsado. Según Gregorio Pérez, subdirector de la escuela, ‘va derechito a la cárcel. Desearía que las cosas fueran distintas, pero no lo son’.

La profesora Zulema Riffo tiene la misma aprensión. Lleva 12 años trabajando en la escuela con niños de pre-básica y hace unos días se encontró con Michael, uno de sus más recordados alumnos. Ahora Michael está en el liceo. Zulema lo recuerda con especial cariño pese a lo violento y agresivo que era. A Michael le daban rabietas de miedo. Agarraba a patadas todo y Zulema tenía que sacar a los otros niños de la sala hasta que se le pasara. Michael gritaba que cuando llegara su papá iba a acuchillar a su mamá por haberlo dejado en la escuela. Se sacaba el pelo. Su mamá lo iba a buscar y en la casa lo reventaba a correazos. Michael llegaba morado a clases. Zulema no daba más de la pena.

-Sabía que Michael era un niño especial. Una vez le hicieron un examen y resultó tener un elevado C.I., sólo que con rasgos sicopáticos.
Cuando se encontraron se abrazaron con cariño y conversaron. A Zulema le llamó la atención la forma de hablar de Michael. Pese a que cuando chico tenía un vocabulario superior a los demás, hoy hablaba como cualquier joven marginal. Le preguntó qué le había pasado, en qué pasos andaba. Michael sólo la miraba.
“Usted sabe que yo no fui un niño feliz”, fue lo único que le contestó antes de despedirse.

Zulema cuenta el episodio con una tristeza que desgarra. No quiere que eso siga pasando. Luego mira a sus actuales alumnos jugando en una sala recién acondicionada y llena de colores. Quiere creer que esta nueva generación está más protegida. Que hay más conciencia de parte de los padres de educar con amor y refuerzos positivos a los niños. Que hay más recursos disponibles para ellos.

Afuera, los secundarios entregan los colegios tras protestar dos semanas por una educación mejor.
La campana de salida chirrea con todo. De las salas salen cursos enteros corriendo. Un auxiliar abre la reja y los niños desaparecen en la neblina.

Notas relacionadas