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Mundo

6 de Julio de 2011

Estudio afirma que todos somos “hijos de puta” en potencia

Un biólogo argentino acaba de lanzar en México un ensayo donde concluye que “cualquier persona, puesta en las circunstancias adecuadas, puede actuar de forma ‘hija de puta'”, un mal comportamiento que existe desde siempre, pero evoluciona con el tiempo. “Si usted abre el diario, cualquiera, cualquier día, en cualquier página, se da cuenta cuánto sufre […]

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Un biólogo argentino acaba de lanzar en México un ensayo donde concluye que “cualquier persona, puesta en las circunstancias adecuadas, puede actuar de forma ‘hija de puta'”, un mal comportamiento que existe desde siempre, pero evoluciona con el tiempo.

“Si usted abre el diario, cualquiera, cualquier día, en cualquier página, se da cuenta cuánto sufre el ser humano por causa de la hijoputez. Comparado con ella, el Alzheimer, la lepra, el cáncer son un juego de niños”, dijo a Efe Marcelino Cereijido (Buenos Aires, 1933).

Doctor en Fisiología por la Universidad de Buenos Aires y afincado en México desde hace décadas, Cereijido es autor de “Hacia una teoría general sobre los hijos de puta” (Tusquets, 2011), una obra que aspira a ser un acercamiento científico a los orígenes de la maldad.

En la obra el autor se pregunta si el término “hijo de puta” aplicado en lenguaje convencional a ciertas personas en distintas culturas “es una manera soez de hablar o hay algo realmente a lo que se le pueda llamar hijoputez” que tiene características concretas, analizables y precisas.

Refiere, por ejemplo, que el calificativo se le puede endilgar tanto a un violador como a un multimillonario, a pesar de la tan distinta repercusión social de los actos de uno y de otro.

“Me dicen que para estar vivo y sano (…) hacen falta dos dólares diarios por cabeza. Bueno, lo que gana esa gente (en alusión a los grandes magnates) haría que muchísima gente no tenga hambre y no se muera de hambre. Para mí ese señor puede no violar a nadie sexualmente, pero es un hijo de puta”, aseguró Cereijido.

En la obra refiere que la expresión “hijo de puta” existe en al menos treinta lenguas en el mundo, con variaciones eufemísticas que incluso se aprecian en la lengua española, donde “puta” puede pasar a ser “perra”, “pucha” o “aijuna”, un arcaísmo del Río de la Plata en Argentina.

Afirma también que el machismo “es en sí una de las formas más terribles y comunes de la hijoputez, porque además es caldo de cultivo para generar hijos de puta”.

El libro divulgativo combina “conocimiento científico y guitarrero” en torno a un tema como el de la maldad recurrente en la historia del pensamiento humano durante siglos, señala.

“Siempre lo ha sido (un tema importante), lo que pasa es que en el siglo XIX en adelante hablar del demonio parece un poco demodé. Entonces quedaba más de moda que un Rousseau dijera que uno es bueno, pero la sociedad lo hace malo”, aseguró en entrevista el autor.

Recuerda que en la Edad Media también fueron muy comunes las disquisiciones sobre el demonio y sus manifestaciones, pero concluye que en cada época el fenómeno evoluciona, cambia y adquiere sus propias características.

El libro contiene referencias, reflexiones y citas de personajes célebres que le dieron vueltas al fenómeno de la maldad, como sucede con Montaigne, de quien el autor eligió la frase “Nadie está libre de decir estupideces / lo grave es decirlas con énfasis”.

Finalmente, el biólogo argentino concluye que es inútil buscar una condición genética en la propensión de unos seres humanos a hacer el mal, a diferencia de otros, y señala que el resultado es una combinación y circunstancias variables.

La tesis de la obra apunta a que “cualquier persona, puesta en las circunstancias adecuadas, puede actuar de forma hija-de-puta”.

Cereijido es profesor emérito del Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (IPN) en Ciudad de México y ha estudiado en Harvard e investigado en las universidades de Munich (Alemania) y Nueva York (EE.UU.)

Además, el científico ha recibido el Premio Nacional de Ciencias y Artes en México (1995) y el Internacional de Ciencias Bernardo A. Houssay (1993), que otorga la Organización de Estados Americanos (OEA).

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