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Poder

23 de Julio de 2011

La Universidad de Chile y el lobby

Por: Hipólito Cuando el Rector de la Universidad de Chile Víctor Pérez habla de regular el lobby, como exigencia para el acuerdo sobre Educación Superior con el gobierno, sabe muy bien lo que está hablando. Sabe perfectamente lo que se puede conseguir por esta vía. Lo sabían muy bien sus antecesores y desde la llegada […]

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Por: Hipólito
Cuando el Rector de la Universidad de Chile Víctor Pérez habla de regular el lobby, como exigencia para el acuerdo sobre Educación Superior con el gobierno, sabe muy bien lo que está hablando. Sabe perfectamente lo que se puede conseguir por esta vía. Lo sabían muy bien sus antecesores y desde la llegada de la democracia lo han practicado con singular eficacia Lavados, Riveros y ahora él. Este tema en la actual discusión sobre la Reforma Universitaria, anunciada por Sebastián Piñera en el discurso del 21 de Mayo y anticipado por Lavín el año pasado, es ajeno a la mayor parte de las casas de estudios que participan en el Consejo de Rectores de Universidades Chilenas, CRUCH. No lo conocen, no lo practican o no lo pueden practicar y han terminado por aceptar esta discusión poco efectiva, en las que el rector de la Universidad de Chile está más bien prisionero de sus propias palabras, que comprometido con una causa que conduzca a algún objetivo común.

En efecto, la discusión del lobby comenzó cuando el Rector hace presente este tema a su invitado, nada menos que el Patrono de la Universidad, en la inauguración del Año Académico 2010. Ahí se instala una discusión que sugiere que las universidades privadas han llegado donde están, por lobby y tal vez, una que otra, por sus propios méritos. Las universidades privadas han conseguido, primero la autonomía del Consejo Superior de Educación y después buenos niveles (años) de acreditación en la CNA (Comisión Nacional de Acreditación) gracias a este mecanismo. Han presionado al gobierno para que disponga masivamente de créditos a la masiva matrícula del sistema de educación terciaria (Crédito con Aval del Estado, CAE), han abierto la asignación del programa MECESUP, más allá del CRUCH, entre otros logros.

Pero el efecto más importante que han obtenido con esta práctica es la relativización del concepto de universidad al no observarse el cumplimiento del espíritu y letra de la ley, que establece que las universidades son instituciones sin fines de lucro. Dicho de otra manera, notables ministros, subsecretarios y directores de educación superior (estos últimos ahora, en su gran mayoría, en el universitario privado), habrían tenido una escasa observancia de este fundamental precepto legal.
La síntesis sería entonces que las universidades privadas se instalaron en la geografía universitaria chilena a punta de ”lobby y lucas” y ahora, autónomas y con miles de estudiantes, se presentan ante la autoridad pública enrostrándole que disponen de 2/3 de la matrícula y, que en la tarea de hacer universidad, son más baratas que las instituciones públicas, que requieren de otros apoyos del Estado, de difícil evaluación y siempre insuficientes. Ser el 66% de la matrícula obliga a la política pública a considerarlas permanentemente; aunque sea ahora como convidadas de piedra.

La pregunta obvia que salta a la vista entonces, es cómo en 20 años de Concertación se permitió eso. ¿Por qué la Universidad de Chile o el CRUCH no lo denunció antes?

La respuesta es compleja, por cuanto tiene varias explicaciones: la primera de ella apunta a que algunas universidades privadas tuvieron la visión de contratar en los 80, en plena dictadura, a muchos prohombres que después formaron parte de los equipos de gobierno; “peguitas” con las que muchos pudieron “estirar las piernas” y en otros casos “pararon la olla”. Llegados al gobierno, les estaban agradecidos y en su momento les demostraron simpatía y aprecio. Para otros, no pocos, la posibilidad de debutar en la “socialité”, no era un acto deleznable, muy por el contrario, el poder necesita de cierto “glamour” y si por cuna no podían acceder, la invitación a eventos profusamente difundidos posteriormente en páginas sociales le bastaba a sus objetivos. Se pagaban con ello, dándose la paradoja que muchos congresistas y altos directivos públicos preferían esos eventos fotográficos, que las aburridas aperturas de año académico de las universidades del CRUCH.

Algunas universidades privadas fueron más lejos, inventaron premios, becas Primera Dama, organizaron Seminarios Internacionales en los que a las autoridades públicas les permitían codearse con lo mejor del mundo. Más burdo aún era su incorporación a las giras presidenciales en las que participaban como parte del estamento “empresarial”, por si acaso a algunos ahora se les olvida. En todo caso los personeros universitarios más que de viaje, estaban de lobby.

Pero es tal vez la razón que más pesa en la explicación, apunta a establecer que las universidades privadas fueron hechas, principalmente gracias al subsidio del Estado, expresado en el importante número de profesores, principalmente de universidades del CRUCH de Santiago y en menor medida de regiones, que “pituteaban” en las entonces universidades en “construcción”. El pretexto del mal sueldo, impidió a estas universidades cruzarse en este propósito.

Tenían que condescender. El lema: “el sueldo nada engendra, sólo el pituto es fecundo” era la máxima de muchos, tanto así, que hoy día se ha elevado a la categoría de valor nacional. Algunos de estos profesores usaban dos chaquetas; dejaban una colgada en la silla de trabajo, “por si las moscas”, y salían a sus quehaceres en otros “templos del saber”. “Me han pedido que apoye”, “estoy asesorando”, “estoy haciendo una consultoría”. ¿Quién podía oponerse a estos eufemismos que apuntan a la esencia misma de la vanidad universitaria?. Se sentían considerados y más encima les pagaban. Sobre esta viga maestra se sustentó el desarrollo privado y cualquier Rector que quiera contradecirlo mentiría públicamente. Las universidades del CRUCH criaron el monstruo que hoy las está matando, el conocido fenómeno Frankenstein y que hoy día se pretende controlar.

No fue el lobby, entonces Rector Pérez, lo que le dio vida al sistema privado, tal vez haya algo de eso. Las causas hay que buscarlas en aquellos académicos que hoy firman declaraciones públicas y entregan cartas a las autoridades y que ayer no tenían contemplaciones en dedicarles algunas “horitas” a las incipientes universidades. Quizás no sean los mismos, pero alguna vez fueron colegas.

El sistema universitario por cierto que es sensible al lobby, pero a uno distinto. A uno que se disfraza de la complejidad, de la excelencia, de la experticia con la que se han construido los mayores de los instrumentos de promoción científica, que en esencia limitan en académicos de las dos principales universidades del país. Ellos asignan y reciben los beneficios de la “política” que ayudaron a definir y de la cual, con méritos por cierto, hoy reciben sus beneficios. Proyectos de investigación que exceden sus capacidades físicas y humanas de satisfacerlos. Nadie contabiliza en el sistema las horas de trabajo comprometidas por cada científico y las suma de los distintos instrumentos que reciben asignados.

El fuerte lobby que ejercen estos hombres de ciencia por mantener la administración de un paradigma es algo que cuesta mucho romper y eso es un secreto a voces en los pasillos de todos los claustros universitarios. Lobby es también la forma del cómo la Universidad de Chile se consiguió el aporte basal “para actividades de interés nacional”. El monto cercano a los $10.000 millones anuales asignados vía presupuesto de la nación deja estupefactas a las 24 universidades restantes del CRUCH que deben competir anualmente por un monto similar asignados a través de concursos MECESUP (Mejoramiento de la Calidad de la Educación Superior), al cual también la Universidad de Chile puede concursar. Curiosamente este es el único aporte basal que se asigna en el sistema, recibiéndolo la Universidad que más los reclama.

Lobby es también la forma de cómo se consiguió el significativo aporte al programa de fortalecimiento de las Ciencias Sociales que la Presidente Bachelet concediera a la Universidad de Chile y que posteriormente, ante la protesta del CRUCH, fuera abierto a otras universidades; la diferencia es que para la Chile ya se ha pagado y para las otras universidades aún está en “veremos”. Gracias al lobby ejercido la Universidad de Chile transformó, con particular celeridad, sus estatutos que databan de la dictadura, en tanto que a las otras universidades públicas fueron instadas a proponer un estatuto marco que sirviera como esquema general, al que nunca se le ha prestado mayor atención para su tramitación. Lobby se ejerce también cuando se invita a parlamentarios o a ministros de Estado ex -alumnos a conversar a su alma máter. Lobby son las llamadas telefónicas, las distinciones interesadas e incluso algunas contrataciones simbólicas y tantos otros gestos del arsenal académico.

Habría tanto que relatar del cómo se teje la madeja del lobby, que en cada esfera de la sociedad tiene sus particularidades. La ley que ahora el gobierno se ha comprometido a proponer debe en lo posible atender a las particularidades de los sistemas sectores de la sociedad; lo cierto es que quienes desean mantener posiciones de poder o quienes pretenden llegarlo a ejercer, lo utilizarán sin restricciones para obtener beneficios que vulneran el interés general. Una posición que ante la falta de legislación se entiende como legítima y que es abiertamente discutible. Debe tenerse presente eso sí, que parlamentarios de las más diversas tendencias tienen lazos de simpatía e incluso pertenencia con distintas universidades públicas y privadas. Los resultados de la discusión parlamentaria a este respecto pueden arrojar insospechables posiciones. Veremos entonces en los próximos meses cómo el lobby se regulará a sí mismo, qué espacios dejará abiertos para seguir operando y cuán relevantes serán los que cerrará.

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