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Opinión

31 de Julio de 2011

Los brutales métodos de las cirugías plásticas clandestinas: Morir por un poto

Jessica Osorio no es la única víctima de la silicona. Hay casos aún peores en que mujeres desesperadas por tener pechos, al no tener dinero para operarse, son capaces de inyectarse silicona de máquina de coser en el cuerpo. Las inyectan en condiciones casi infrahumanas: con agujas especializadas para caballos como la que está al lado, y en piezas clandestinas sin ningún tipo de acondicionamiento. Las mujeres no son las únicas que caen en esto, también transexuales y travestis. Y aunque todos saben que corren riesgo de muerte, no les importa: están dispuestos a todo por tener pechos.

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Rosa Del Carmen Conos Carreño postrada en su cama de sábanas blancas y aroma floral, observa con tristeza unas fotos color sepia de su juventud. En las fotografías aparece de veintiún años, maceteada, calzando unas botas vaqueras y unos jeans ajustados. Su obsesión por volver a ser como fue en esa época, fue el punto de partida de sus actuales dolencias. Debido a eso se sometió a una operación de inyecciones de silicona, a la que jamás debió haberse sometido.

-Estoy tan arrepentida. Ya no puedo más. Por las noches tengo unos dolores tan salvajes en los pechos, que ni yo ni mi marido podemos dormir. Todo por culpa de la silicona. Es como un veneno que me quema, sabe.

A los 48 años, Rosa Del Carmen sólo quería recuperar los pechos firmes y prominentes de sus veinte años, y como no tenía los tres millones de pesos que una cirugía normal cuesta -donde le hubieran colocado las tradicionales prótesis con mallas protectoras-, pagó doscientos mil por una operación informal donde le inyectaron la silicona directamente al músculo. Por si esto fuera poco, a Rosa no le pusieron silicona quirúrgica de uso humano, sino que una de tipo industrial muy delgada que habitualmente se utiliza para lubricar máquinas de coser. En términos simples, a lo que ella se sometió equivale a que le hubieran inyectado veneno directamente a la vena.

Según el médico cirujano de la Clínica Santa María y del Hospital del Salvador, Wilfredo Calderón, lo que hizo es tan peligroso que está absolutamente prohibido por la ciencia médica:

-Es como provocarse un incendio en el organismo. Se contamina la sangre y finalmente se necrosa la piel. En otras palabras, la piel comienza a morir.

Y esto es justamente lo que está viviendo Rosa. A las siete de la tarde, en el barrio Independencia se retuerce de la angustia. Los dos litros de silicona que el día 17 de octubre del año pasado le inyectaron, ya se encuentran totalmente esparcidos por todo su cuerpo. Le arden tanto los pechos que ya ni siquiera puede usar sostén. Su brazo izquierdo está completamente adormecido y sus tres dedos angulares no los siente. Simplemente perdió la sensibilidad.

-Ya no los siento…No sé cómo fui capaz de provocarme esto. Debo ser muy estúpida, ¿O no?

Claudia

Mientras se sirve su tercera taza de té de la tarde, cuenta que todo comenzó el día que conoció a la transexual Claudia Rubio, que se ganaba la vida aplicando inyecciones de silicona tanto a travestis como a mujeres normales. Rubio llegó a arrendar una pieza en una casa del barrio Independencia a dos cuadras de Rosa y debido a eso se cruzaron y comenzaron a hacerse amigas.

-La conocí y de inmediato me cayó bien. Nos veíamos todos los días. La verdad es que yo jamás he tenido prejuicios con los colitas. A pesar de que soy una mujer casada por la Iglesia y tengo tres hijos nunca los he discriminado -cuenta.

A pocos meses de la amistad, Rubio comenzó a insistirle para que se pusiera las inyecciones. Le argumentaba que quedaría con los pechos tan firmes y prominentes como los tenía antes y que así volvería loco a su marido. Rosa comenzó a revisar las fotos de recién casada y terminó convenciéndose. La operación costaba doscientos mil pesos. Juntó peso a peso durante siete meses, haciéndole recortes al magro presupuesto familiar y apenas logró reunirlos, de inmediato partió a la pieza donde vivía y atendía Claudia Rubio para darle curso a su operación. El proceso no dejó de ser doloroso e impactante:

-Como estaba consciente mientras me inyectaba, comencé a sentir un gran dolor. Además me asusté mucho al presenciar como mis senos comenzaban a transparentarse con tanta silicona.

Después que todo hubo terminado, Rosa durmió por más de seis horas en la cama de Rubio. Se despertó con un olor horrible que emanaba de su cuerpo. Esa misma noche se encontró con su marido, que no sabía nada y quedó espantado. Rosa era una sola faja blanca y, además, tenía los labios considerablemente hinchados, pues también le habían aplicado silicona allí. Le contó todo a su cónyuge y lo tranquilizó diciéndole que en muy poco tiempo más volvería a estar bien e inclusive mejor. Un mes después le sacaron la faja. Se miró al espejo y sólo atinó a lanzar un grito de horror. Hoy recuerda:

-Me quedaron los pechos como vaca lechera y los labios como pato. Me quería puro morir… No sólo no me convertí en la niña que era en mi juventud, sino que quedé mucho peor de como estaba antes.

El caso de Rosa Del Carmen Conos Carreño no es el único. Aunque parezca inverosímil la operación a la que ella se sometió es una práctica que han heredado cientos de mujeres a partir de las experiencias de travestis y transexuales -que desde hace como cinco años se someten a este tipo de procedimientos- con el objetivo de formarse pechos. Las consecuencias en todos los casos han sido igualmente calamitosas. Eso jamás varía.

SÓLO QUERÍA SER MUJER

Son las siete de la tarde en el Prosit de Plaza Italia y tanto Aarón Casas de veintitrés años como José Vidal de veintinueve, comienzan a relatar cómo vivieron y sobrevivieron a las inyecciones de silicona industrial. Ambos son travestis y se dedican al comercio sexual. En el ambiente a Aarón se le conoce como Almendra y a José como Bianca. Según cuentan, lo que los motivó a inyectarse, no fue su trabajo sino ese “anhelo desesperado” que tenían por parecer mujeres. Casi al unísono declaman:

-Nos inyectamos por la rabia que teníamos de no haber nacido mujeres como teníamos que nacer. Todo fue de arrebatadas. De querer tener pechos a toda costa.

En un comienzo lo intentaron con hormonas. Pero no les dio resultado. En vez de desarrollar pechos, sólo engordaron glúteos y caderas. Después, aunque sabían que las inyecciones podían ser terriblemente dolorosas, se decidieron por éstas porque en el ambiente era lo más a mano. Jamás ni en sus pronósticos más pesimistas imaginaron que podrían ser tan nefastas. Ambos actualmente están viviendo las consecuencias: en el hospital les diagnosticaron que tenían la sangre completamente contaminada.

Bianca se operó el 13 de abril de 2001 y Almendra el 10 de diciembre de 2003. Para operarse, a Bianca le exigieron que llevara ella misma la silicona. Por esa época vivía en Antofagasta y la compró como contrabando en una población. Era silicona robada de Chuquicamata y se utilizaba para lubricar camiones. Dos litros de eso le inyectó una señora que realizaba todo tipo de servicios en una villa de Calama.

-La vieja era multiusos. Algo así como una seudo paramédico y adivina. Veía las cartas, los puros y vendía yerbitas de brujería. Se llamaba Cristina. Me pidió ochenta mil pesos –dice Bianca.
Almendra, en cambio, no tuvo que comprar la silicona. A ella se la llevaron a su propio domicilio. Quien la inyectó fue una transexual que se llamaba Marcela Cortés más conocida como “La Gata”. La Gata, haciéndole honor a su apodo, fue atrevida y demandante al momento de cobrar. No sólo le exigió 150 mil pesos, sino también toda clase de vituperios:

-Tuve que esperarla con un medio banquete: pollo con papas fritas, torta, copete y una bolsa inmensa de pitos. Según dijo no podía inyectarme si no estaba drogada.
A Almendra la intervinieron en una pieza saturada de olor a sofrito y cubierta por rejillas de gallinero. Además, le aplicaron anestesia sin ningún tipo de experticia.

-Me puso anestesia de hospital así al ojo no más. Felizmente no me pasó nada… Después me contaron que eso sólo lo podían hacer anestesistas calificados -recuerda.

La Gata comió, tomó vino y se fumó varios pitos de marihuana antes de comenzar a operar a Almendra. Después le mostró el galón de dos litros de silicona industrial y le dijo: “éste será tu cuerpo”. De ahí de inmediato inició el procedimiento, con gruesa y metálica aguja para inyectar caballos.

-Recuerdo que me inyectaba y sacaba la aguja para llenarla de nuevo y por mientras yo tenía que taparme el hoyo con el dedo para que no se escurriera la silicona… A veces me dolía tanto que me iba, y ella ahí me pasaba un algodón con colonia por la nariz para que despertara y siguiera ayudándola con mi dedo.

En su proceso post-operatorio Bianca anduvo durante más de dos meses con un sostén ultra apretado y un frasco de acetona al medio de los pechos falsos para que no se le juntara la silicona. En este tipo de procedimientos, el frasco es esencial para que los pechos queden separados. A veces también se utiliza un trozo de palo de escoba.

-Quedé con unas llagas terribles de tanto que me apretaba el sostén. Pero al menos ahora tengo mis pechugas bien formaditas.

Almendra, en tanto, no corrió la misma suerte. Sus senos y su felicidad le duraron tan sólo un mes y luego pasó lo que tenía que pasar. La silicona comenzó a escurrirse y empezaron sus dolencias. Cuando ya no pudo aguantar más se desesperó y fue al Hospital del Salvador donde le diagnosticaron principio de septicemia. El líquido ya se le había mezclado con la sangre.

-Llegué llena de pus. Estuve más de un mes hospitalizada. Gracias a Dios me pudieron sacar como medio litro de silicona. Lo otro quedó adentro y debido a eso aún siento dolores terribles y ahogos. Según el médico, demás que se me pudo haber ido a los pulmones.

Bianca también tuvo consecuencias. Desde hace más de un año que tiene una dureza en el pecho izquierdo que comienza a dolerle cuando siente frío. Aunque nunca se la han examinado, de alguna forma presiente que puede ser cáncer. En todo caso no le da mucha importancia. De hecho, dice, estaría muy dispuesta a inyectarse de nuevo.
-Me faltan más pómulos y caderas. Esto es como un vicio. El cuerpo siempre pide más y más -confiesa.

Mientras Bianca dice esto se toca orgullosa sus senos falsos. Almendra sólo la mira por el rabillo del ojo con recelo. Lo que las une es ese anhelo imperioso por tener pechos. Ese anhelo que las condujo a someterse a una práctica peligrosa e ilegal. Demás está decir que para ellas no existía otra forma. En Chile ningún médico cirujano le coloca prótesis a travestis. Sólo Guillermo Mac Millan, que cobra cuatro millones de pesos y exige cambio de sexo incluido. Tanto Bianca como Almendra no querían cambiarse el sexo y menos tenían los cuatro millones para costearlo. Por eso fue, que al igual que muchos de su ambiente, terminaron optando por las inyecciones.

EXTIRPAR

La desolación de Rosa Del Carmen Conos Carreño es completa. En la cama, se toca los pechos, se los agarra con fuerza y dice que nunca nadie más la va a querer después que le pase lo que le va a pasar. El doctor ya le comunicó su veredicto: frente a la situación -sentenció- lo único que queda es extirpar. Rosa aún no puede convencerse.

-Tengo mucha pena, mijita, porque me van a abrir entera para sacarme la silicona. El doctor me dijo que me iba a tener que amputar las dos. Dijo que frente a lo mío no había otra ciencia. Yo, perdóneme, aunque me pongan unas prótesis, no puedo hacer más que llorar.

Cuando dice esto, su marido sólo la mira con cara de tristeza, diciéndole frases de consuelo para calmarle el llanto. A esta altura ya no le queda nada más por hacer. En todo caso dice estar tranquilo. Tranquilo porque el 21 de octubre ya fue a la Brigada de Delitos Económicos a denunciar a la transexual que operó a su mujer. Actualmente ésta se encuentra detenida en la cárcel de mujeres por “cuasi delito de lesiones graves y ejercicio ilegal de la profesión”.

La pena podría alcanzar los cinco años y un día e inclusive más, debido a que después de la denuncia de Rosa, se han sumado nuevos casos. Se trata de dos mujeres de entre veinticinco y treinta años que también acusan a Claudia Rubio de que por su culpa tuvieron que extirparse los pechos. El subprefecto Patricio Morales de la Brigada de Delitos Económicos cuenta que una era promotora de supermercado y la otra, bailarina. Ambas, al igual que Rosa, sólo soñaban con pechos grandes y prominentes. Era sólo eso. Ahora no les queda más que vivir con sus sueños rotos.

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