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Opinión

2 de Agosto de 2011

Notas de un Diario: El bar de Scott Fitzgerald

Ilustración: Marcelo Calquin Martes Sólo puedo hacer una cosa por vez. Lento. Me muevo poco. Mi vida se ordena en series discontinuas. Hay una persistencia invisible de los hábitos. La serie de los bares, de las lecturas, de la política, del dinero, del amor, de la música. Ciertas imágenes –una luz en la ventana en […]

Ricardo Piglia
Ricardo Piglia
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Ilustración: Marcelo Calquin

Martes

Sólo puedo hacer una cosa por vez. Lento. Me muevo poco. Mi vida se ordena en series discontinuas. Hay una persistencia invisible de los hábitos. La serie de los bares, de las lecturas, de la política, del dinero, del amor, de la música. Ciertas imágenes –una luz en la ventana en medio de la noche; la ciudad al amanecer– se repiten a lo largo de los años.

Me gustaría editar este diario en secuencias que sigan las series: todas las veces que me he encontrado con amigos en un bar, todas las veces que he ido a visitar a mi madre. De ese modo se podría alterar la causalidad cronológica. No una situación después de otra, sino una situación igual a otra. Efecto irónico de la repetición.

Estas ideas surgen cuando estoy dando mis últimas clases en Princeton.

Un seminario sobre “Poéticas de la novela”. Otra serie posible: todas las veces que he entrado a dar clase en el aula B-6-M de Firestone en estos catorce años y lo que ha sucedido después.

Miércoles

Vamos con Arcadio Díaz Quiñones a visitar la exposición sobre el Nueva York latino en el Museo del Barrio. Las relaciones de América Latina con Nueva York a partir del siglo XVII.

Arcadio es uno de los primeros que ha llamado la atención sobre la importancia de la situación extra-local en la diáspora puertorriqueña y en la historia de la ciudad. Del mismo modo que Juan Goytisolo ha destacado la presencia árabe en las galerías y en los barrios de París, Arcadio ha registrado las marcas de la cultura latina en Nueva York y –a la inversa– el modo en que la migración a los Estados Unidos ha definido la práctica artística y la tradición nacional de Puerto Rico. Sus libros La memoria rota y el El arte de bregar son fundadores de una nueva noción de cultura latinoamericana.

En una esquina del barrio vemos salir a los niños de la escuela, los padres vienen a buscarlos. Los chicos negros, latinos, coreanos, árabes no andan solos por la ciudad. Una mujer cubierta con velo va con su hija de cinco o seis años también velada; esperan que cambie la luz del semáforo, la niña se toma con la mano de la túnica de su madre.

Jueves

Sigue la discusión sobre el caso de Antonio Calvo. Buenas intervenciones de Paul Firbas y de Luis Othoniel Rosa-Rodríguez. Plantean la necesidad de politizar la cuestión. ¿Por qué no funcionan los sindicatos de profesores, por qué no hay centro de estudiantes? Los conflictos se personalizan y no hay adónde recurrir en caso de despido.

Sábado

Con mi hermano vamos a Atlantic City a jugar al casino. Los barrios periféricos llenos de edificios ennegrecidos e incendiados; imágenes de desastre bélico en las zonas pobres de la ciudad. Luego, los hoteles de lujo, la rambla de madera, los carteles de neón encendidos durante el día. Perdemos en la ruleta lo que llevamos, pero uno de nosotros encuentra en la billetera una tarjeta de crédito a pesar de la promesa de dejarlas en casa. Volvemos a entrar, recuperamos el dinero y ganamos unos dólares.

A la vuelta, tomamos un desvío equivocado y nos perdemos. Terminamos en un pueblo desconocido, no se ve a nadie en la calle; al fin en un supermercado vacío, una mujer coreana o china pasa la aspiradora por las grandes pasillos iluminados. No sabe dónde queda Princeton, ni cómo retomar la autopista. Damos algunas vueltas por suburbios oscuros hasta que entramos por fin en el freeway y llegamos a tiempo para cenar en Blue Point.

Domingo

Hace unos meses Alexander Kluge vino Princeton a dar una conferencia pero un pequeño accidente invernal lo obligó a suspenderla. No podía hablar porque se había golpeado la cara y quebrado un brazo. Kluge apareció en el salón, enyesado, y se inclinó a saludar con una especie de cortesía china. Eso fue todo.

En sus narraciones hay siempre un hecho sorpresivo –un contratiempo– que altera la temporalidad y concentra sentidos múltiples. En alemán es unerhorte Begebenheit, el suceso sorprendente. El acontecimiento inesperado está en el origen de la novuelle como forma. Y el relato de media distancia es el modelo de la narración en Kluge.

En sus libros de relatos –Biografías, Nuevas historias, Stalingrado– la vida breve de los protagonistas se entrevera en la trama de los hechos históricos. Kluge trabaja como nadie la diferencia entre el sentido de la experiencia y el vacío impersonal de la información. La literatura como historiografía.

Martes

Pasamos un par de días viendo –con intervalos– las nueve horas del filme de Kluge sobre El Capital de Marx. En verdad es un ensayo narrativo sobre las fantasmagorías del capital, sobre su capacidad de creación de nuevas realidades. Por un lado retoma la potencia corrosiva del Manifiesto Comunista (la forma del manifiesto como irrupción de una nueva visión crítica). Por otro lado renueva la discusión sobre el concepto de fetichismo de la mercancía y analiza el carácter ilusorio de lo real en la sociedad capitalista. Muy buena utilización de los letreros, las consignas escritas y los carteles como imágenes verbales, en la línea del constructivismo ruso. Una lección de pedagogía política y de arte didáctico donde conviven el montaje y los proyectos de Einsestein, el capítulo del catecismo del Ulises de Joyce y los poemas de Brecht. Una nueva dramaturgia histórica en la época de la tecnología avanzada.

Jueves

Después de ver la película de Kluge ella ha decidido viajar a la India con dos amigas. Un trío no familiar. Justamente van a buscar la desfamiliarización absoluta. Piensan llegar a Nueva Delhi y luego pasar un tiempo en un pueblo ecológico y semi desierto (apenas un millón de habitantes)- Todos los pobladores son vegetarianos, la medicina sólo usa productos naturales, está prohibido el plástico y el poliéster. Ella y sus amigas van en pos de la distancia, la ostranenie, el efecto-V. Lo más probable, le digo, es que ustedes se conviertan en objeto de atención. También vamos para eso, dice ella.

Lunes

Los estudiantes del seminario me regalan como recuerdo un Kindle. Para que actualice su modo de leer profesor, ironizan. Me incluyen las obras completas de Rosa Luxemburgo y de Henry James. Paso varias horas estudiando las posibilidades múltiples del aparato digital. Una máquina de leer más dinámica que un libro (y mas fría).

¿Leemos igual a pesar de los cambios? ¿Qué es lo que persiste en esta práctica de larguísima duración? Tiendo a pensar que el modo de leer no ha variado, más allá de los cambios en el soporte –papiro, rollo, libro, pantalla–, de la posición del cuerpo, de los sistemas de iluminación y de los cambios en la diagramación de los textos. Leer ha sido siempre pasar de un signo a otro. Ese movimiento, como la respiración, no ha variado. Leemos a la misma velocidad que en los tiempos de Aristóteles.

Cuando se dice que una imagen vale más que mil palabras se quiere decir que la imagen llega más rápido, la captación es instantánea, mientras que leer un texto de mil palabras, cualquiera que sea, requiere de otro tiempo, una pausa.

El lenguaje tiene su propia temporalidad; más bien, es el lenguaje el que define nuestra experiencia de la temporalidad, no sólo porque la tematiza y la encarna en la conjugación de los verbos, sino porque impone su propio tiempo. Para estar a la altura de la velocidad de circulación de las nuevas tecnologías habría que abandonar las palabras y pasar a un lenguaje inventado, hecho de números y notaciones matemáticas. Entonces sí quizá estaríamos a la altura de las máquinas rápidas. Pero es imposible sustituir el lenguaje, todo esperanto es cómico. El sistema de abreviaciones taquigráficas del twitter y de los mensajes de texto acelera la escritura pero no el tiempo de lectura; se deben reponer las letras que faltan –y reconstruir una desolada sintaxis– para comprender el sentido.

Sábado

Voy al bar de Lahiere’s que será clausurado definitivamente en unos días. Acá venía Scott Fitzgerald. Pido un whisky con hielo, después de casi un año de no tomar alcohol.

Lunes

Última clase. Fotos de grupo. Voy a extrañar a los estudiantes. Reunión en Palmer House con los colegas del departamento. Saludos, recuerdos, discursos, regalos.

Miércoles

Andrés di Tella vino al Princeton Documentary Festival y aprovecha para filmar mientras desocupo la oficina, devuelvo libros en la biblioteca, descuelgo los cuadros, vacío los cajones, archivo papeles. Tengo en él a mi gran hermano personal.

Jueves

Cenamos con Arcadio, Alma Concepción y Sarah Hirschman en el legendario –para mí– restaurant chino del centro comercial, al fondo de Harrison Avenue. Nosotros llevamos el vino. Tomo demás, porque no me gustan las despedidas

Viernes

Aeropuerto Kennedy. Viaje a Buenos Aires. No bien llegamos a la sala de embarque ella se aisla en su IPod. No soporta la exaltación de los argentinos que se amontonan ahí. Todos usan un tono canchero y sobrador, aprendido en los anuncios de publicidad y en el estilo de actuación de los actores argentinos. En realidad, parecen policías que hubieran estudiado teatro con Alberto Ure, dice ella mientras cruzamos el pasillo para subir al avión.

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