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Nacional

7 de Agosto de 2011

Niños brillantes que van a quedar afuera

El año 2005 7 mil estudiantes brillantes de enseñanza media no pudieron entrar a la universidad. Eran los más pobres de Chile, muchos de ellos con promedios que rondan el 6,5, pero a los que la PSU hace pedazos. Una mala muestra de 20 años del mercado de la educación autoregulándose.

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Juan Guillermo Aliaga Ortiz y sus compañeros

El Liceo Ciudad de Brasilia parece un oasis. Está en la parte rural de Pudahuel, cinco kilómetros al interior por el camino El Noviciado. Las salas de clase son de madera y en verano el calor es insoportable. Sin embargo, se las arreglan. Su director Juan Carlos Almendra pasa el ventilador de su propia oficina para que sus alumnos no se asen como patos en el salón de computación, una habitación de cinco por diez metros con los cinco computadores que tienen para 500 alumnos y la biblioteca que no cuenta ni siquiera con un Quijote. El patio casi entero es de tierra. En el kinder, los niños se divierten en columpios desvencijados. No hay dinero para más.

En el liceo no hay problemas ni de drogas ni de violencia. Los alumnos son gente de campo. El único problema del Brasilia es la infraestructura y, claro, las oportunidades: hace dos años que tiene enseñanza media y de la primera generación salida el 2004 ninguno llegó a la universidad. La mayoría están cesantes y trabajan de temporeros en las plantaciones del sector. La universidad para alumnos con promedio sobre seis durante los cuatro años de enseñanza media no existe.

José Luis Antonio Mondaca es un ejemplo de eso. Tiene 17 años y es el mejor promedio de su colegio: un 6,3. Egresa ahora. Su madre es asesora del hogar y su padre, jornalero ocasional. José Luis sueña con estudiar medicina. “No me quiero perder, quiero ser médico”, cuenta. El último matriculado en Medicina cada año corta con cerca de 740 puntos como mínimo para ingresar. En los facsímiles de la PSU, José Luis saca apenas 400. “Siempre me falta tiempo para terminarla”, explica. Su liceo, bien evaluado dentro de la comuna, está muy por debajo del promedio nacional en la prueba Simce.

Se repite en todo Chile. Antes de que se iniciara la PSU, 10 mil alumnos de extraordinario rendimiento escolar pertenecientes a colegios pobres quedaban fuera de la universidad. Con la PSU, la situación se corrigió algo. Era la idea. El ex decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Santiago, y actual profesor de esa casa de estudios, Francisco Javier Gil, señala que con la PSU cerca de siete mil alumnos extraordinarios quedan afuera de la universidad por el hecho de venir de familias pobres.

“Con el sistema PSU, un alumno de extraordinario resultado de colegio municipal es más de 100 puntos más bajo que un estudiante de colegio particular. Es abismal”, explica.

Según Gil, la PSU no hace más que acrecentar esta brecha, ya que mide con la misma vara a alumnos con realidades educacionales distintas en una prueba que es claramente adiestrable: “de los 150 mejores puntajes de matemáticas a nivel nacional, un tercio pasó por el preuniversitario Pedro de Valdivia”. Estos, agrega, son los alumnos que se toman los puestos en las universidades, por el sólo hecho de tener dinero y una mejor calidad de educación tanto en el colegio como la posibilidad de acceder a preuniversitarios.

Desde hace años Gil denuncia junto al equipo de la Usach que se debiera dar más ponderación a las notas del colegio. Sus estudios lo grafican: los alumnos de escasos recursos que entran a la universidad esencialmente debido a que tienen buenas notas aprovechan su oportunidad. Por ejemplo, respecto de la tasa de deserción universitaria en primer año, en 2002 los alumnos que entraban a la Usach con los mejores promedios muestran el 81, 5% de retención, mientras que los alumnos con más bajas notas lograron el 76,7%.

El caso de José Ramírez es dramático. Sacó un promedio de enseñanza media de 6,9. El 2003 dio la PSU y ponderó poco más de 350 puntos. El puntaje mínimo para postular a las universidades del consejo de Rectores es de 475 puntos. Perdió su única esperanza. Su madre, dueña de casa y su padre, jubilado, no cuentan con dinero. Lleva un año trabajando por el mínimo en control de calidad en Nestlé.

-Hago turnos de noche, tarde y día. De esa forma es imposible que estudie. Lo he hablado en el trabajo pero no he logrado nada -dice.

José quiere estudiar Periodismo. Su hermano menor, le sigue los pasos: no baja del seis. “Tampoco hay posibilidades de pagarle una carrera”, dice José. Su futuro es incierto. José está centrado en juntar dinero para pagarse la carrera de técnico jurídico que dura dos años.

Como él, el 2004 hubo 910 estudiantes que tuvieron notas igual o superior a 6,5 y que no pudieron ni postular a las universidades debido al resultado en la PSU.

-Los talentos están igualmente distribuidos entre ricos y pobres, pero el sistema educacional no lo refleja, a estos menores se les cierran las puertas desde el principio –dice la diputada Carolina Tohá, que junto a María Antonieta Saa trabaja en un proyecto de ley para que el financiamiento fiscal a las universidades, que además contemple las notas del colegio.

AFI del demonio

El sueño de Erwin Henríquez es llegar a la Católica. Cuando era niño, pasaba por la Casa Central, en la Alameda, de la mano de su madre y se quedaba anonadado con la imagen acogedora del Cristo Redentor del frontis. Pero con su promedio 6,2 y los menos de 400 puntos que saca en los ensayos PSU es imposible que siquiera pueda postular.

En la Católica, el 80% de los alumnos proviene de colegios particulares y sólo el 20% de colegios municipales o particulares subvencionados. Es la universidad que más marcada tiene en Chile esta condición. No es una coincidencia.

La razón es el Aporte Fiscal Indirecto, AFI: 17 millones de pesos con que el Estado premia a las universidades que son capaces de captar a los alumnos que obtienen mayores puntajes en la PSU.

Según el ministro de Educación Sergio Bitar, el ministerio enviará un proyecto para que el AFI contemple las notas del colegio. “Es difícil porque hay muchos intereses ahí. Las universidades que reciben más dinero se oponen debido a la gran cantidad de recursos que captan por este concepto en función del puntaje de la PSU. Tratan de mantener el sistema”, dice Bitar.

Bitar se refiere concretamente a la Universidad de Chile y la Católica, que en conjunto se llevan el 50% de los 17 mil millones del AFI y que se han negado desde hace ocho años a incorporar las notas del colegio al AFI. Desde 1997 que el proyecto está entrampado en el Parlamento.

En 1992, una comisión pedida por el entonces ministro de Educación Ricardo Lagos, recomendó por unanimidad desligar el AFI del sistema de selección. Pero no pasó nada.

El AFI, al igual que toda la reforma a la educación, fue elaborado por el actual asesor educacional de Joaquín Lavín, Alfredo Prieto Bafalluy en 1982, dirigido por los mandamases de la ODEPLAN. A las universidades se les dio libertad absoluta para determinar la ponderación de la entonces PAA. Así, las notas del colegio fueron eliminadas.

Tampoco becas

No sólo es asunto de ingresos. Una vez adentro de la universidad, hay otras taras. Un estudiante de colegio particular, por ejemplo, puede postular a becas y créditos, debido a que el puntaje de corte son 475 y 550 en la PSU. Pero para los niños pobres esta posibilidad también está cerrada. “Una cosa es el mínimo que pide la beca y otra cosa el puntaje de corte de las universidades que en general es mucho más alto”, apunta Gil.

Juan Guillermo Aliaga Ortiz estudia en el Centro Educacional Mariano Latorre de La Pintana. Tiene promedio 6,3. Su padre es dueño de un pequeño taller de autos donde trabajan sus tres hermanos mayores. Ninguno terminó el colegio. Por ahora, su padre no lo deja trabajar. Quiere un futuro mejor para él: Ingeniería Comercial en la Chile. Para eso se prepara.

-Mi método de estudio es no dormir en las noches, duermo en el día. Me acostumbré porque sé que de quedar en la universidad apenas voy a dormir por el tema de los estudios –explica Juan.

Se esmera, pero en los ensayos de matemáticas ha obtenido cerca de 500 puntos, en Lenguaje cerca de 400 y nunca ha hecho un facsímil de Historia, muy lejos de los 475 puntos necesarios para postular a una beca, más para los 550 de créditos y para qué hablar de los 720 puntos con que cortó Ingeniería Comercial en la Chile el año pasado.

Carolina Pardo vive cerca del túnel Lo Prado y tiene otra arista de la misma historia. Su padre es jardinero, su madre no trabaja y ella quiere ser universitaria. “Tengo que trabajar en lo que sea”, dice algo confusa “En un McDonalds podría ser si es que no quedo este año”. Su puntaje en la PSU no se lo permite, ya que está alrededor de los 400 puntos. El promedio de notas de Carolina es 5,5 y eso equivale a una ponderación de 475 puntos en la PSU, el mínimo para postular a la universidad y también a una beca. En este promedio de notas la brecha con los colegios particulares en la PSU se agiganta, en 2004 llegó a los 200 puntos.

Bitar dice que se han hecho esfuerzos. “Hemos puesto becas especiales para los alumnos que provienen del 40% más pobre y sacan más de 550 puntos, este año 2006 y 600 en el 2005 con lo que salvamos a muchos cabros que se perdían”.
Pero los datos son duros. El total de establecimientos municipales de Chile ponderaron 322 puntos en la PSU el 2004. 65.082 egresados de la educación media que no pudieron postular porque sacaron menos de 475 puntos. Del total, 30.497 tenían más de 475 puntos en las notas del colegio, el mínimo para postular a una beca. Todos ellos quedaron afuera incluidos cerca de 30 alumnos con promedio entre 6,9 y siete.

Eliminar la luz

Hasta el 2004, la Usach entregaba una bonificación de 30 puntos adicionales en la PSU al 15% de alumnos que obtuvieran mejores notas en el colegio y que postularan a ella como primera opción.

Gracias a esta política, Néstor Escalona de 31 años pudo elegir una carrera competitiva dentro de la universidad por años. El y muchos. Estudió en el colegio B-95 de San Joaquín y fue el único de su promoción que quedó en la universidad y bonificación pudo elegir su carrera. Obtuvo un 6,5 en el colegio y entró a Licenciatura en Química. Al principio le costó porque “competía con estudiantes del Liceo de Aplicación o del Nacional y fue muy difícil, un tiempo de mucho estudio”.

Repitió un curso, pero se superó y de toda su promoción fue el primero que se tituló. Luego, hizo un doctorado a través de la beca Conycit del que salió con honores. De ahí se fue a Francia a una estadía post doctoral en el Centro de Investigación de Lyon, uno de los mejores del mundo. Hoy está contratado como profesor de jornada escolar completa en la Universidad de Concepción. El año pasado la Fundación Andes le entregó una beca para desarrollar proyectos. “Si no hubiera sido por la bonificación, mi vida sería otra”, dice.

En 2004 el Consejo de Rectores eliminó este beneficio, argumentando que les tomaba tres días codificar estos datos. Un grupo de diputados incluso presentó un recurso de protección a favor de la bonificación. Pero no fueron escuchados.

-En este sistema pesa más la libertad de educación que el derecho de los jóvenes a estudiar en la universidad -se lamenta Gil.

Uno de los más perjudicados será Ismael Martínez. De sus compañeros del Complejo Educacional Mariano Latorre, de forma extraordinaria ha sacado cerca de 680 en los ensayos de PSU. Se tiene una fe infinita. Su primera opción es estudiar Ingeniería Comercial, la segunda contabilidad. Con la bonificación lo habría logrado en la Usach, pero ahora lo más probable es que deberá conformarse con la segunda opción. “Mi padre es maestro de la construcción, y me dijo que si era necesario se iba a matar trabajando por mí. Yo lo sé, pero no lo voy a dejar. Apenas salga me pongo a trabajar y estudiar para ayudarle”, cuenta orgulloso.

Envidiable buen ánimo, sin rencor. Pero Francisco Javier Gil ve esta inequidad con preocupación. “Lo que pasó con Francia fue un estallido tremendo que prendió como la pólvora por la falta de oportunidades que tienen. Acá en Chile no se dan cuenta que si siguen haciendo esto algún día corremos riesgos de que nos pase lo mismo. Porque si un niño ve que no tiene ninguna esperanza de nada, de salir de su situación, se rebela. Son los estallidos que nadie quiere pero que pueden llegar”.

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