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Opinión

8 de Agosto de 2011

La historia de Ripetti, el paco que protestó empelota

El primer acto revolucionario de Carlos Arturo Ripetti Peña es a los siete años, en segundo básico, cuando vive en Pichidegua, región del Libertador Bernardo O`Higgins. Carlitos no quiere ir al colegio porque un profesor -todavía se acuerda del nombre: Rubén Peralta- le pega con un palo en la cabeza. Se esconde unos momentos entre […]

Camila Gutiérrez
Camila Gutiérrez
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El primer acto revolucionario de Carlos Arturo Ripetti Peña es a los siete años, en segundo básico, cuando vive en Pichidegua, región del Libertador Bernardo O`Higgins.

Carlitos no quiere ir al colegio porque un profesor -todavía se acuerda del nombre: Rubén Peralta- le pega con un palo en la cabeza. Se esconde unos momentos entre los troncos de eucaliptus del patio de su casa que en algún momento se transformarán en leña ardiendo. La revolución es breve: su papá pasa en bicicleta, lo ve, lo sube al vehículo de dos ruedas y lo lleva al colegio. Pero su nombre, inmortal: hasta cuarto medio le dicen “el cimarrero”. Aunque nunca más se haya escapado de clases.

En Pichidegua -que en mapudungún significa lugar de ratones-hay dos opciones. Ser temporero o nada. O más bien: ser temporero o irse de ahí. Carlos tiene cinco hermanos. Uno se escapa a Rancagua, a hacer cualquier cosa. Otro se va a San Antonio. Los otros se quedan y Carlos prefiere irse. Aunque sea a Carabineros.

-A mí me gustaba más la Marina o el Ejército. Me gustaba cuando salían en televisión con el armamento corriendo para allá, arrastrándose. Me encantaba eso. Pero postulé al Ejército y no quedé. Ingresé a Carabineros sin conocerlos mayormente. Sabía lo que uno ve en la calle no más. Que uno los llama cuando hay un problema y ellos vienen. Pero también pensaban que eran muy odiados. Y yo no quería que me odiaran sólo por vestir el uniforme verde.

Es 1987. Lleva un año y medio de carabinero y ya no lo soporta. Le molestan los mandoneos y tener que dormir en el cuartel todas las noches, y los oficiales que le gritan, y venga usted para acá que se cree, y los garabatos que van y vienen.

-Ahora es menos porque andamos con grabadora. Es que al carabinero que trabaja en la calle no le creen. El oficial puede inventar una barbaridad enorme y tiene la razón. El carabinero de la calle nunca tiene la razón.

Enojado y todo se queda. Otro carabinero le dice que al final uno se acostumbra, que va agarrando cariño.

-¿A la institución?

-No. Me gustaba lo que hacía no más, conversar con la gente, que te saludaran después en la calle. Aunque yo a veces ni los reconocía.

-¿Y qué no te gustaba?

-Sacar partes.

-¿Y cosas como ir a las protestas del jueves pasado?

-Hay que cumplir esa labor sea buena o mala. Hay que hacerlo igual porque si no se hace, te critican y, si se hace, también te critican. Es la pega no más. A muchos les gusta y a otros no. Pero no hay otra cosa que hacer. Y si ya se metieron, y llevan diez años de servicio, dicen: ¿para qué perder diez años, por qué no esperar diez años más?, así llevan veinte y tienen derecho a jubilación.

Veinticinco años lleva la segunda vez que quiere irse de Carabineros. Más o menos por lo mismo que cuando recién entra, sólo que ya no tiene que dormir en el cuartel.

-Digamos que mi mayor se preocupaba de la corbata, del corte de pelo. Se preocupaba de detalles que uno mismo los puede solucionar pero jamás se preocupaba del bienestar de las personas.

-¿Por qué te quedaste de nuevo?

-Porque me decían: “Espérate a que te asciendan y te retiras. Te van ascender, te van ascender”. Me ascendieron y después pasó lo que pasó.

Empelota

El segundo acto revolucionario en la vida de Ripetti es mucho después de segundo básico. Este año: diez días de arresto por no querer abrir su casillero cuando están haciendo una investigación para encontrar un archivo perdido. Pide que le manden una orden por escrito. Lo hacen, no encuentran nada, se enojan, lo destituyen, tiene que devolver el uniforme y, al devolverlo, sale de la comisaría con unos calzoncillos negros y con la gorra de paco, mientras las cámaras de TVN y los juegos de palabra de Claudio Fariña -esposa por la esposa de Ripetti y por las esposas de los carabineros- lo siguen.

Esa noche y al día siguiente Twitter, se plaga de admiración en 140 caracteres: “¡Dale Carlos Ripetti! Más chilenos como tú y este país se arregla”, “En carabineros hay dos etapas antes de ripetti y después de ripetti”, “se pasó!!!! no metió ni bulla y todos los medios lo cubrieron, no pescó a sus ex-compañeros y quedó como héroe”.

Pero Ripetti no estaba pensando en ser héroe, ni su revolución era planificada, ni su rebeldía desbordante. Ripetti era un tipo enojado que seguía amando las leyes.

-¿Por qué no saliste totalmente sin ropa? Habría sido más provocador…

-No po. Porque ahí ya estaría haciendo una ofensa a la moral.

-¿Por qué te llevaste la gorra puesta?

-Es que yo llevaba unas piochas que se me iban cayendo y puse una carpeta. Usted, si ve el video, va a ver que me agacho a recoger algo. Como tenía la mano ocupada me puse el gorro, pero también como inconscientemente. Es la costumbre que uno tiene: la gorra en la cabeza.

-¿Y qué querías conseguir con todo eso? ¿Que te reincorporaran?

-Es que esto salió así. No es una protesta que yo estaba haciendo. Estaba enojado no más.

-Aceleraste la camioneta…

-Es que realmente a mí no me decían cuál era el motivo por el que me iban a tomar detenido.

-¿Y si te hubieran dado buena razón?

-Paro.

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#paco#protesta#Ripetti

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