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Opinión

11 de Agosto de 2011

A la suerte de la olla

El mundo está revuelto. Nada que hacerle. Es de esos momentos en que dan ganas de darle crédito a los mirones de astros, manos y borras de café. Coincidencias difíciles de explicar con criterios simplemente históricos, tecnológicos, sociológicos, etc., se están produciendo en todos los continentes. Están quemando calles en Londres, Medio Oriente rompió el […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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El mundo está revuelto. Nada que hacerle. Es de esos momentos en que dan ganas de darle crédito a los mirones de astros, manos y borras de café. Coincidencias difíciles de explicar con criterios simplemente históricos, tecnológicos, sociológicos, etc., se están produciendo en todos los continentes. Están quemando calles en Londres, Medio Oriente rompió el silencio, Europa frágil y perpleja, EEUU y Obama bajo una lupa como la que ellos acostumbraban poner sobre el mundo, y las bolsas cayendo sobre nuestras cabezas como chaya dorada. Hoy nos preguntábamos con una amiga, más allá de las noticias televisivas y los escritos apasionados, qué significaría este descalabro para las vidas corrientes del mundo.

¿Aumentará la pobreza, habrá más hambrientos en el planeta, quedará cesante mucha gente? Me cuesta imaginarlo. Mejor remitirse al micro mundo de nuestra patria, donde como en cualquier punto, según dicen, también acontece la totalidad. La población no está quieta. Dejó de vivir centrada simplemente en sus acontecimientos cotidianos, y ha salido a la calle.

No quiero decir con esto que todos lo hayan hecho físicamente como los marchantes, pero la noticia política, en el sentido más grande de la palabra, ha vuelto a cautivar las audiencias. Yo intuyo que terminó la onda de los acuerdos. Durante décadas vivimos la construcción de un convencimiento común, de una moral, prácticamente, que reemplazaba las pasiones particulares por una promediada. La democracia se reconstruyó sobre la base de que un proyecto común era la única forma de crecer y desarrollarse, y la lógica funcionó, porque Chile pasó de ser un país modesto a uno que recorrió el mundo dando clases de cómo superar la postración.

Los constructores del modelo pinochetista, de las AFP, las isapres y demases guarifaifas de capitalización popular -que de popular nunca tuvo nada-, daban charlas en parlamentos extranjeros poniendo como ejemplo al Chile concertacionista. Un poco para allá y un poco para acá, vivimos la ficción (o realidad pasajera), de que todos queríamos lo mismo. El ala política de esta historia, viajó predicando las virtudes del consenso. La cosa es que más allá del juicio de valor, de si es cierto o no que la única vía de crecimiento es el sometimiento de las pasiones, el paradigma se rompió.

Bulnes puede ser mejor o peor ministro, pero nada de lo que diga será aceptado hoy como la respuesta verdadera. Lo que entendemos por moderación política dirá algo, pero las fuerzas que irrumpen dirán otra cosa. Es obvio que los estudiantes deberían buscarle un remanso a este río, porque de lo contrario mucho de lo avanzado pasará de largo, y el ruido habrá sido más que las nueces, pero perfectamente podría no suceder, porque en la CONFECH son muchos los integrantes, y aunque las caras que recordemos sean las de Camila Vallejo y Giorgio Jackson, se vive un estado de asamblea en que el entusiasmo carnavalesco no habría de extrañarse que acallara el sentido de la lucha.

Mal que mal, la marcha de este martes ha vuelto a ser multitudinaria, colorida, juguetona y entusiasta. Para sorpresa de muchos, el movimiento está más vivo que nunca. El recorrido por el que la autorizaron, lejos de perjudicar la convocatoria, la enriqueció. Fueron en torno a los 100.000 los que participaron. La columna atravesó barrios y sus habitantes se asomaron a los balcones para aplaudir y arrojarle agua a los estudiantes acalorados, un día de primavera en pleno invierno.

En la noche, a partir de las 21 horas, en muchísimas esquinas se reunió gente a tocar las cacerolas. Como dice P.V., los vecinos al hacer sonar sus ollas, están también comunicándole al del lado su manera de pensar. La clase media se está sincerando. Está sacando la voz al mismo tiempo que, cansada de ser una cifra, una consonante y un número (C2, C3…), va construyendo comunidad. La fama del movimiento traspasó las fronteras. La solidaridad internacional se está dejando sentir.

¿Cómo se amarrará esto? Los desmanes tienen poco que ver con la demanda en curso. Son el residuo ingrato de la fiesta, pero no el centro de los acontecimientos. Parece que durante los próximos años, no serán posible, como quería el Piñera de los primeros meses, gobiernos de tipo aylwinista; se ha perdido por completo la sensación de riesgo institucional, que sirvió (supongo que justificadamente) de razón o excusa para mantenernos quietos largamente. Dicho sea de paso, si el carabinero encapuchado de Valparaíso efectivamente arrojó piedras, la crisis de credibilidad de este gobierno será absoluta, y es de suponer que Hinzpeter deberá pagar el pato. ¿Cómo saldrá el presidente del atolladero? Ha de pensar, a ratos, quién diablos lo mandó a meterse en este embrollo.

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