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Nacional

14 de Agosto de 2011

Vivir y morir en la Peni

Aunque el 2007 -cuando se hizo este reportaje- la principal cárcel del país estaba que explotaba, fiscales, jueces, políticos y policías insistían en meterle más gente adentro. Con niveles históricos de hacinamiento, cientos de presos se pasaron lo peor del invierno durmiendo a la intemperie y defecando en público porque los baños no tienen puertas ni tazas. En la ex Penitenciaría de Santiago se prepara un cóctel que en cualquier momento va a prender. Y muy fuerte.

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En la ex Penitenciaría de Santiago -hoy Centro de Detención Preventiva Santiago Sur- sobran cuatro mil personas. Son más de seis mil los presos que viven hacinados, cuerpo a cuerpo, dentro del vetusto edificio que se alza a escasos metros del moderno Centro de Justicia del nuevo sistema penal. Ellos nunca fueron contemplados en su diseño, que está pensado para dos mil.

Es estadística. Pero los números terminan adentro, todas las noches, cuando Alejandro, un preso de 47 años que está ahí por homicidio, tiene que empezar a acomodarse junto a otros once detenidos para dormir en el patio de la calle 9, uno de los sectores más hacinados de la Peni. En el lugar no caben más de cien, pero hay 470.

La técnica para dormir, dice Alejandro, es el “paquete-cuchara”. Se tiran al suelo, sin colchonetas, y se pegan unos a otros. Duermen en una “chala”, como se conoce en la cárcel a las carpas hechizas de frazadas instaladas a la intemperie porque no hay más lugar. El espacio no tiene más de un metro y medio de ancho por dos de largo.

En la Peni, dormir en una chala es tener mala suerte respecto a los internos que sí duermen como Gendarmería alcanza a cumplir el reglamento penitenciario (que garantiza catre, colchón y frazadas): dentro de celdas, en catres, colchones o simplemente tirados en el piso. Al menos, bajo techo. Los privilegiados son sólo el 40% de los residentes de la Peni.
El reglamento para Alejandro son sueños.

-Es una ilusión. Mis frazás son de la calle. Todo lo que tenemos nosotros es de la calle. Para lograr algo con Gendarmería tenís que besarle las patas o sapear a alguien. Corromperte. El sistema está muy corrupto. Acá todos los cuentos son de hadas. No hay sentido de humanidad. Acá tai en cana, tai preso, te moriste y ya era.

Hoy, Alejandro hace las veces de vocero de algunos presos de la Peni. Desde comienzos de este año, los reos y sus familiares no tienen una voz que los represente, como antes sí hacía Manuel Henríquez, dirigente de la Confraternidad de Familiares y Amigos de Presos Comunes que ahora se encuentra detenido.

Las voces que llegan desde la cárcel lo hacen en trozos, desordenadas. Como la de Alejandro:
-Este es el último lugar del mundo donde puede llegar un hombre. Acá los jóvenes cumplen 10 años de cana en una galería y encerrados en un espacio donde viven 15 ó 20 muchachos. No hay posibilidades de nada y lo único que tienes que hacer es sobrevivir como los vivos o como los más fuertes.

Antes de caer preso el 2004, Alejandro dice haber estudiado en el Arcis. Pero que lo suyo siempre fue el robo. Se siente rehabilitado, pero no gracias a Gendarmería y sus cursos:
-Aquí nunca ha llegado un curso. A lo más llega un huevón y te dice ‘ya, todos tienen que pulirme un palo’ y todos tienen que hacerlo, pero no hay un interés por la persona. ¡Si nosotros estamos en cana, pero no estamos muertos!

Pero el problema no es sólo la ex Penitenciaría, que fue construída en 1843. Según las cifras de Gendarmería, en Chile el promedio anual de presos es de 39 mil internos y sólo hay cárceles para 25 mil. El 37% de sobrepoblación o, si lo prefiere, 14 mil 430 reos no tienen dónde ubicarse. Más estadísticas.

Moledora de carne

Los jueces de garantía de la nueva justicia trabajan a escasos metros de la Peni. Desde sus oficinas, a través de los ventanales del moderno complejo, se ve a los presos en las galerías, en el óvalo, el círculo que hay justo al medio.
La vista los deprime.

Para algunos de ellos, la sobrepoblación tiene directa relación con su trabajo en la Reforma Procesal Penal, que ha provocado niveles de detenciones históricos.

-La reforma aumenta los tipos de delitos, criminaliza más, aumenta las penas y los jueces cada vez tienen que dejar más imputados presos. Es una máquina de moler carne que aumenta desmesuradamente -dice Daniel Urrutia, juez del Séptimo Juzgado de Garantía de Santiago.

En junio pasado, en pleno invierno, a Urrutia le tocó ir a la ex Penitenciaría luego de oír a un preso que se quejó de las condiciones inhumanas. Sólo en la Calle 11, el juez se encontró con 500 presos; 120 dormían en carpas en el suelo. De inmediato, el juez elaboró un informe en el que le dio seis días a Gendarmería que mejorara la situación, pero le respondieron que el plazo era muy poco y que, además, no tenían recursos. Sólo se techó el patio, como medida de parche.
La cárcel que visitó el juez tiene un 300% de sobrepoblación. Y un déficit de gendarmes que espanta: para cuidar sólo a los 3.500 reos que salen al óvalo todos los días hay sólo 40 funcionarios, y uno por cada calle.

Carlos Donoso, presidente de la Asociación de Funcionarios Penitenciarios, dice que cuando un interno agrede a un funcionario lo hace por el hacinamiento. “Levantarse y ver todos los días a los mismos es estresante. Si hubiesen patios donde distraerse o tomar sol en verano sería ideal. Pero con la cantidad de gente si uno de ellos tira un escupo o se roza el hombro con otro, de inmediato se pelean. Así no se puede vivir y los reos están viviendo como animales”.

Donoso dice que el hacinamiento también afecta a los gendarmes. Él fue uno de ellos.
-A nosotros también nos estresa el hacinamiento, porque tenemos que vivir en dos mundos diferentes. Cuando entramos a la cárcel tenemos que cambiar nuestros códigos para sobrevivir con el reo y después hay que volver a la vida normal. Si incluso hasta nosotros de repente “tiramos la huincha” junto con los presos.

Estadísticamente el problema es viejo. En diez años, la población penal ha crecido en el 59%. Hace cuatro años, Ricardo Lagos propuso que la solución pasaba por construir más cárceles. Y lo hizo. Pero los jueces no están de acuerdo:
-El sistema penal no soluciona ningún problema, crea más. Responde violencia con violencia, cuando lo que hay que hacer es tratar de disminuir la cárcel como respuesta penal, porque este sistema no rehabilita. El Estado no puede tener a los reos durmiendo sin colchones, a la intemperie y sobre una cancha de asfalto -dice Urrutia.

Desde que el juez hizo la denuncia, las condiciones en la Peni no han cambiado. Eso dicen los presos. Siguen durmiendo empaquetados. Según Gendarmería -institución que argumentó falta de tiempo para participar en este reportaje-, en todo Chile hay 450 plazas disponibles para trasladar internos y descomprimir la presión. Pese a esos cupos, nada es suficiente cuando la sobrepoblación no sólo afecta a Santiago, sino que también a la I, II, V, VI, VII, VIII, IX y X región.

Urrutia no es el único juez que piensa así. Para Fernando Guzmán, del Cuarto Juzgado de Garantía, los reos son tratados como animales y actúan como animales. Sólo en lo que va de año, hay 34 reos muertos en riñas y 39 gendarmes heridos.

-Con la cantidad de muertos, se nos hace difícil como jueces de garantía asegurarle a un interno que va a llegar al fin del juicio. En términos estadísticos la posibilidad de que vaya a morir es mínima, pero aún así existe ese peligro -dice Guzmán.
Guzmán es categórico, pero deja abierta la opción del cambio:
-Al corto plazo, estamos liquidados, liquidados. Perdimos y vamos a seguir perdiendo, aunque creo que en el largo plazo las nuevas generaciones y el cambio cultural van a mejorar el sistema .

Baños “públicos”

En la calle 10 hay otro reo que se llama Alejandro. Está por robo con intimidación y lleva allí nueve años. Comparte espacio con otros 220 presos en un lugar donde cabe la mitad.

Por el tiempo adentro, conoce los códigos. Sabe que para asegurar una celda y un catre, los presos deben ser choros, antiguos o apitutados; que los más débiles o los más nuevos son los que se quedan en el patio, en las chalas. Puede considerarse un privilegiado.

-En mi familia somos todos chorizos. Por eso yo no vivo hacinado, pero acá hay cualquier gente durmiendo en el suelo de los pasillos. Algunos en colchonetas y otros en el piso. En las noches no se puede ni caminar.

Alejandro y “el Castro”, reo también de la Calle 10, viven en piezas para cuatro presos.
-Hay gente que llega y nadie los recibe. Ellos comúnmente quedan viviendo en el patio. Pa’ que te reciban tení que ser conocido. Además, si hay muchas personas viviendo en una pieza, nadie va a querer recibirlo -acota el Castro.

Los privilegios no le ahorraron a Alejandro un paso por el infierno. En agosto pasado, fue acusado de dar una estocada a un gendarme, mientras intentaba defender a un amigo durante un motín. Lo mandaron diez días a castigo, una celda oscura de no más de cuatro metros cuadrados. Allí estaba con otros 20 presos, sin luz ni baño.

-Teníamos que hacer nuestras cosas en cajas, en bolsas o de repente en la misma fuente para comer. Durante esos días castigado, ahí orinaba y después comía o tomaba agua. Creo que recién ahora están construyendo unos baños en algunas celdas de castigo -recuerda.

En las zonas de los no castigados, los baños no son mejores. En la mayoría de los baños del centenario edificio, todos los servicios están malos. No hay tazas ni puertas y todo se transforma en un acto público: se defeca en medio de los que caminan, conversan, pelean o juegan a la pelota.

-Yo hace cualquier año que no veo una taza de baño. Acá hay un hoyo y te agachai no más y cagai y si querí le tirai agua, porque si no queda tapado. Además, estai a la vista de todos. No hay privacidad -se queja Alejandro.

El Castro piensa como su compañero. Él está en la Peni desde el 2003, condenado en primera instancia a 12 años por robo con intimidación. En la calle 10, agrega, hay una ducha y dos llaves para sacar agua llenas de sarro.

En invierno y verano todos se bañan con agua helada.
Alejandro, más viejo en la cárcel, asegura que la Peni no siempre fue así. Cuando él llegó, en 1997, las cosas estaban más relajadas. Nueve años después, calcula, el hacinamiento es el causante de los problemas.

-Yo no estoy rehabilitado. Por esta clase de vida no hay oportunidades ni posibilidades de hacer buena conducta. A lo mejor si me hubiesen dado la oportunidad que andaba buscando por todos lados yo hubiese sido diferente, pero acá hay pura cárcel, hacinamiento y maltrato.

Gladiadores

El 15 de junio de 2006 cayó el último muerto en la “Peni”. Nelson Barraza (23) recibió una estocada en el corazón en la calle 8. Ese día, Alejandro asegura que fue el único que lo auxilió, mientras los gendarmes pasaban sobre él intentando pillar al asesino. Nelson dejó de vomitar sangre y llegó muerto al hospital.

Las peleas en la cárcel, cuentan el Castro y Alejandro, son de todos los días. Verdaderas batallas campales de todos contra todos. Igual que en el circo romano. Hace pocas horas, dicen, atravesaron a un compañero con un estoque de un metro en una calle vecina. El lanzazo lo mandó directo al hospital, pero nadie sabe cómo está.

No sólo pelean entre presos. También contra los gendarmes.
-Ayer en la noche llegaron los antimotines a la galería de al lado. Trajeron perros, hicieron tira todo. Los mismos gendarmes te mandan al choque. Si tení problemas en una calle los pacos te traen a la rastra y te dejan adentro y ahí que te peguen no más. Igual que si te tiraran a la jaula de los leones.

A los gendarmes también les achacan abusos y robos.
-Cuando allanan, si te queda plata en la casaca te la quitan. Te roban los desodorantes, las máquinas de afeitar, los jabones. Te hacen tira las colchonetas donde dormí. Esa es la guerra que tenemos los reos con Gendarmería. Yo creo que esos huevones no alcanzan a gastar una luca en nosotros. Aunque también creemos que ellos están estresados y que el hacinamiento también les afecta -dicen el Castro y Alejandro.

Por cada interno el Estado aporta 8 mil 300 pesos diarios. Los que multiplicado por los cerca de 39 mil presos que hay en Chile, dan un total de $323 millones diarios y $118 mil millones al año. En otra medición, el Estado le paga a un preso condenado a 12 años un total de $36 millones. Pero las cárceles siguen llenas.

Los dos presos de la calle 10 están inquietos. No saben en qué va a terminar esto de amontonar reos en sus calles. Piensan en qué harán cuando les toque salir. El Castro quiere hacer una microempresa. Alejandro dice que ya tiene un trabajo para hacer en febrero, cuando vuelva a la calle. No es una pega. Es un delito.

-Yo ayer le decía a mi señora que todo lo que iba a robar cuando saliera iba a ser pa’ ella y pa’ mis hijos. Es que acá no hay rehabilitación. Yo intenté buscar otros caminos, pero cuando salga creo que no podría trabajar -confiesa.

Se quedará en la calle 10 hasta que le toque salir a engrosar los que están de vuelta de la puerta giratoria. Le quedan cuatro meses para sobrevivir. Pero tiene miedo:
-Yo creo que esto va a terminar mal. Es una bomba de tiempo.

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