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LA CARNE

21 de Agosto de 2011

La monja que cambió sus hábitos

Riola se confiesa rebelde. Lo fue cuando se arrancó de su casa a los 12 años para ser monja. Y lo fue también cuando dejó los hábitos para gozar del sexo y escribir sobre él. En la década del 70, Riola publicó su libro ‘Confidencias Íntimas de Mujeres’ y escandalizó a todo el mundo hablando libremente de la homosexualidad y describiendo el incesto como un acto de amor. El texto vendió más de 80 mil ejemplares, aunque fue censurado en los países de habla hispana. En Chile, Enrique Lafourcade lo catalogó de pornografía. Desde entonces, se le perdió la pista. La encontramos en Panguipulli, con editorial propia y autoeditando nuevos y cachondos relatos. Y hay que ver cómo son los cuentos de esta abuelita que se niega a decir su edad. Riola sigue adorando el amor, el sexo y que los demás gocen como ella. Incluyendo a su perro ‘snippy’, un maltés pequeño e insaciable que se vuelve loco cuando ve las piernas desnudas de su ama.

Por

Por: Verónica Torres. Fotos: Alejandro Olivares

Riola viste unas patas de lycra brillantes que le contornean el poto. Dice que le gusta exhibirlo porque lo trabaja. Come piña y cochayuyo para limpiar su organismo y se ejercita cada noche en su dormitorio. Le gusta hacerlo encendiendo las dos estufas que tiene y moviendo su anatomía mientras luce, únicamente, unos pequeños calzones de encaje.

Hoy es sábado 9 de junio y en Panguipulli llueve. Riola vive acá desde que su marido, el publicista austriaco Gerardo Gibian, murió de cáncer hace cinco años. Se conocieron cuando se salió de monja y con él aprendió a disfrutar tanto del sexo que decidió convertirse en una escritora erótica para combatir la santurronería de la Iglesia.

La casa de Riola es grande, de tres pisos y tiene una hermosa vista a los cerros y al lago. El living está decorado como si fuera un restaurante. Hay comedores y una repisa con varios objetos, entre ellos, un indio pícaro, que tiene pegado un cartel que dice: ‘Yo indio picarón, no usar viagra’.

Riola toma desayuno acompañada de Snippy, su perro maltés. Están juntos hace 15 años. Snippy duerme con ella en la cama matrimonial, la acompaña cuando escribe sus cuentos eróticos y le hace cariño con sus garritas cada vez que llora por su marido. Riola adora a los animales. Por eso los cojines de sus sillones son de leopardo, aunque también porque se considera una mujer salvaje. Cada noche de luna llena, saca una botella de whisky y nada pilucha en el lago acompañada de su asistente. Marcela es mapuche, tiene 24 años y cuando llegó del campo no hablaba y tampoco tenía pololo. Ahora, en cambio, anda con un taxista de ojos verdes y todos los días, antes de dormir, corre a la pieza de su jefa y le estira la boca para que le dé un beso de buenas noches. Otras veces, cuando la baña y le jabona la espalda, desliza sus manos para tocarle las tetas, pero Riola la frena.

-‘Es que ésta se calienta conmigo, pero no somos lesbianas’ bromea.

Las dos ríen, Snippy ladra y por el suelo se asoma una gata llamada ‘Cuchita’, que es la felina (sin exagerar) más GORDA que pueda existir. Riola dice que es feliz viviendo con todos ellos. Igual como lo fue en el convento antes de descubrir los placeres del cuerpo.

¿Por qué quisiste ser monja?
-Yo era muy mística. Pasaba metida en la parroquia repartiéndole mate a los viejitos. Tenía ocho años y leía los libros que contaban las vidas de los santos. Me gustaban por esa paz y porque siempre quise ser una buena persona. Por eso, rezaba mucho debajo de un cerezo.

¿Tú familia era religiosa?

-Mi papá no, pero mi mamá rezaba en la casa. No le gustaba ir a la Iglesia porque decía que allá no eran sinceros. Tuve dos primos que se fueron a misionar a África, pero lo mío fue solo, lo sentí en mi corazón. Además estaba en un colegio de monjitas y había un ramo de ‘iniciativa personal y aseo’ donde yo era sobresaliente. Entonces, ellas vieron eso y trataron de conquistarme.

¿Cómo se llamaba la congregación?
-Eso no lo voy a decir.

¿Porqué?
-Porque a las monjitas no les va a gustar y no tengo nada en contra de ellas Pasé años muy bonitos, lo único malo es que no tenía absoluta libertad. Yo a los 12 años y siete meses me arranqué de mi casa para ser monja.

¿No les dijiste a tus papás?
-Una prima les contó y de inmediato fueron a buscarme, pero yo estaba decidida así que me quedé.

¿Cómo eran tus días en el convento?
-Era la menor de las postulantes y cuando llegué me bautizaron como ‘María Gracia de Jesús’. Me dijeron que me daban ese nombre porque era muy graciosa. Es que me gustaba jugar y lanzarme por las escaleras. Con Sor Eucaristía, una compañera que también era chica, limpiábamos los comedores y como las monjas eran buenas para tomar vinito, nosotras nos bebíamos los conchitos que dejaban en las copas y después entrábamos a la capilla a rezar el rosario chambreaditas.

¿Qué tan amiga eras con Sor Eucaristía?
-Poco porque allá las amistades particulares estaban prohibidas. Teníamos que conversar entre todas. Siempre se dice, morbosamente, que ahí uno empieza a ser lesbiana… Y a mí nunca una compañera o alguna monja me hizo una provocación, jamás. Yo nunca vi nada raro y eso que dormíamos en un dormitorio enorme.

¿Todas juntas?
-Sí. Era un pabellón común donde habían camas y alrededor caía una cortina blanca y gruesa. También había una silla para dejar el hábito y la ropa interior.

¿Cómo eran los calzones?
-Blancos y llegaban hasta las rodillas. Una vez en la sala de costura me encontré con los calzones gigantes de mi maestra que era gorda y me puse a jugar con ellos hasta que me mandaron donde la Virgen a rezar el rosario. Pasé casi toda la tarde hincada sobre el suelo con arena hasta que las rodillas me sangraron.

¿Y cómo lo hacían para bañarse?
-Habían varias duchas en el baño, pero pasábamos de a una y bien tapaditas con una toalla. Yo, en esa época, no había visto ni siquiera a mi hermano piluchito, así que no sabía nada de sexo. Por eso, no entendía cuando me decían que habían unas monjitas que eran muy amigas y que el padre que nos hacía clases de sicología andaba con la madre Margarita, que era muy jovencita. Yo nunca vi nada, en todo caso. A mí me lo comentaban las otras novicias en los recreos.

Qué arriesgado…

-Claro, a la hora que nos pillan nos dejan día y noche frente a la virgen. Es que todo era muy silencioso y eso a mí no me gustaba. Yo era buena para la chacota y cuando chica se me salían mis garabatos y en las monjas no se podía. A veces, me quedaba sola en la capilla y miraba el crucifijo y pensaba en Jesucristo que hablaba tanto y que Dios no le prohibía, entonces, me preguntaba por qué a nosotras nos prohibía hablar y reírnos.

Y te empezaste a rebelar…
-Es que yo era muy apasionada. Además, no me gustaba la discriminación que hacían entre ricos y pobres. Las monjas siempre corrían cuando llegaban las mamás de las niñas Tagle al colegio. Les daban galletitas porque ellas donaban plata. Pero cuando venían las mamás de las huérfanas de padre no les daban nada y las dejaban esperando. Y eso a mí me dolía mucho. Una vez me mandaron a misiones a trabajar y tuve 100 niñitas a mi cargo. Había una chiquitita de 4 años, preciosa, a la que señalaban con el dedo porque era hija de una prostituta. Yo sabía lo que era una prostituta porque al frente de mi casa pasaba una mujer que vendía perejil y mi mamá la ayudaba.

¿Cuándo decidiste retirarte?
-El día antes de la ceremonia de los votos perpetuos. Estaba en plena sesión de fotos, vestida con mi hábito, cuando mi papi se largó a llorar. Él me conocía y sabía que esa vida no era para mí. Entonces, le dije a la madre generala que me iba. Ella me ofreció hacer otro retiro, pero yo le dije que no. Ya había cumplido los 22 años y con Sor Eucaristía mirábamos a los diáconos que ayudaban en la misa. Había uno moreno que le gustaba a ella y uno rubio que me gustaba a mí. Nunca pasó nada, pero había feeling.

¿Sentías culpa?

-No y Sor Eucaristía tampoco. Después me enteré que ella también se retiró. Creo que a las dos nos faltaba libertad y ahora pienso que siempre fui desinhibida…

Chupar tetita
¿Qué hiciste después de dejar los hábitos?

-Estuve un tiempo en Osorno en la casa de mis papás y luego viajé a Santiago. Llegué poco antes de navidad y cuando iba saliendo con mi maletita de Estación Central me aplastó un camión.

¡No!
-Sí y yo estaba feliz porque mis papás me habían mandado a la casa de la tía Luzmira que tenía un restaurante y yo no quería ir porque pensaba que ella me iba a tener toda la vida lavando platos. Así que decidí vivir sola, pero al recuperarme abrí mi billetera y me di cuenta que me habían robado toda la plata en el consultorio.

¿Llamaste a tu tía?

-Jamás. Me fui al centro y dormí sentadita en mi maleta. Al día siguiente, me hice amiga de la dueña de un quiosco que me prestó el diario para buscar trabajo. Leí un aviso que decía ‘kinesiólogo necesita ayuda para kinesioterapia’, pero yo no sabía lo que significaban esas palabras así que fui a la biblioteca a buscar el significado. Por suerte andaba bien vestidita con un abriguito negro y un sombrerito, así que llegué donde el doctor y al verme me preguntó si había almorzado. Yo le dije que poco, pero la verdad es que sólo había tomado agüita en la farmacia. Comimos unos filetes y él abrió unas botellas de vinito tinto. Como mi papi tomaba le acepté unos sorbitos. Conversamos harto, él era viudo así que me dejó contratada y de ahí nació la amistad y ese fue mi primer pololo.

¿Se acostaron?
-Sí porque él me adoraba, pero cuando me tocaba me daba cosquillas. Con él no le tomé el gusto al sexo. Eso pasó cuando conocí a mi marido. Un día este pololo me invitó a un bar y al entrar me llamó la atención un hombre peladito que estaba en un rinconcito, solo. Hablamos y me contó que su mujer lo había dejado por un hombre más joven. Ahí mi corazón de monja comenzó a latir y dije ‘a este hombre lo saco adelante’… Fue amor a primera vista. Así que terminé con el otro y comencé a salir con mi Gerardito.

¿Y cómo les fue en la cama?
-La primera vez que tuvimos sexo me puse de rodillas y comencé a rezar como lo hacía en el convento. Y cuando entró Gerardito y me vio las tetitas me puse a llorar.

¡¿Por qué?!

-Es que me dio vergüenza y al pobrecito se le fue todo para abajo. Y después yo le reclamaba: ¿así que no se va a poder, mijito? Pero tuvo paciencia y logró despertarme y después no me podía parar. Íbamos a Con- Con en su Volkswagen y nos perdíamos en el bosque de eucaliptos y cuando hacíamos el amor me decía: ‘¿mamita, voy a mirar las estrellas hoy?’. Entonces, yo lo montaba y como el auto tenía una ventanita en el techo, mientras se iba miraba las estrellas.

Romanticismo puro…

Es que andábamos calientes por todos lados. Una vez fuimos a Brasil y nos pusimos a hacer el amor en el bañito del avión y justo cuando estábamos en lo mejor vinieron unas turbulencias y se abrieron unas compuertas que estaban arriba de la cabeza de Gerardito y el pobre como era peladito se pegó fuerte. Siempre estábamos ardiendo… Él era de cuatro veces por noche…

¡Me estás hueveando!
No, si después de dos años con ese ritmo al pobre le vino una taquicardia y varios dolores de cabeza así que lo llevé donde un neurólogo. Gerardito estaba preocupado porque su papá se había muerto a los 82 años teniendo sexo con una jovencita. Y su mamá se había muerto en el lago Pucón después de celebrar tres días su cumpleaños. Por eso, cuando el neurólogo se enteró que teníamos sexo todo el día, le dijo que la cortará porque que a su edad nada de esto era recomendable.

¿Y la cortaron?
-Tratamos, pero estábamos tan enamorados… Arriba de nuestra cama, teníamos una muñequita que usaba un vestidito, pero abajo tenía el potito pelado y si uno de los dos quería sexo ponía a la muñequita mostrando el potito, así el otro sabía al tiro que esa noche había fiesta. Teníamos tantos detalles… Gerardito había estudiado pintura en Viena y siempre me regalaba dibujos de parejas desnudas. Una vez para el día de la madre me hizo una tarjetita donde él aparecía chupando tetita. Es que me decía ‘mamita’ y le encantaba chupar mis tetitas… y yo hervía por todos lados, me gustaba su aroma, su espalda, sus manitos gorditas. Siempre lo buscaba, era una geisha para él…

Una geisha con harto sexo…
-Yo era multiorgásmica y hacíamos todas las posiciones. Después le preparaba sus comidas ricas y le dejaba su ropa limpiecita…Yo pienso que una buena esposa y una buena amante tiene que ser así: una cocinera en la cocina, una dama en el salón y una puta en la cama. Y yo fui una puta para Gerardito hasta que le dio cáncer y se murió cuando tenía 93 años. Todavía recuerdo la última vez que hicimos el amor, fue el 12 de noviembre de 1998, tuvimos sexo oral y fue hermoso.

Snippy y la escritora hot
¿Cuándo empezaste a escribir?

-Siempre escribí poesía y ensayos sobre el amor, pero luego tuve un restaurante en Monjitas con 21 de Mayo llamado ‘Riola, un rincón de París’. Iba mucha gente, incluso, gays y lesbianas. Y todos ellos me contaban sus historias porque yo jamás los juzgaba. Hasta que un día me enfermé del páncreas y cuando me recuperé decidí escribir todo lo que me habían contado. Necesitaba criticar a través de estas historias reales la mentira, la gazmoñería y a todos los falsos santurrones que sólo ven maldad en el sexo. Así nació ‘Confidencias Íntimas’…

Tu único libro, publicado en el año ‘72 y donde cuentas las historias sexuales de cuatro mujeres; Soledad que fue violada por su padre; Nancy y su amante lesbiana; Isabel la enamorada de su hijo y Margarita la casada con un gay…

-Fue todo un éxito, se vendieron más de 80 mil copias, pero al año siguiente los militares lo prohibieron. Edmundo Castro, el crítico literario de la dictadura, me mandó a llamar al Diego Portales y me dijo que dejara de escribir o que escribiera lo mismo, pero ensuciando a Allende y a la Payita. Yo le respondí que nunca me había vendido y que ésta no sería la primera vez. Además, admiraba a Allende y siempre me lo topaba en Algarrobo cuando él atendía el almacén de ‘Mamá Rosa’, la señora que lo amamantó, y cada vez que lo veía me decía muy conquistador: ‘súbase a la pesa porque usted debe ser una plumita’.

¿Cómo reaccionaron los militares?
-Fueron a la imprenta y quemaron los ejemplares que quedaban. Pero eran unos hipócritas porque los jefes mandaban a los soldados a comprar el libro donde un amigo mío, que era médico del hospital militar.

El escritor Guillermo Blanco dijo que lo habían llamado de un colegio de monjas para decirle que una mamá había encontrado en el libro ‘Gracia y el forastero’ tus relatos eróticos… ¿Camuflaste tus textos para seguir vendiendo?
No, Guillermo lanzó esa porquería de acusación en la revista Ercilla porque yo vendía más que él y sentía envidia. Pero lo que más me duele es que nunca se desdijo. Yo nunca estudié literatura y por eso escribo con el alma. No necesito nada más para vender.

Pero los escritores no te querían. Enrique Lafourcade dijo que tus historias eran ‘pornográficas y que excitaban la animalidad…’
Fue su mente sucia la que habló porque habiendo amor no hay nada pornográfico y yo no escribo sin amor.

¿Y te calientas cuando escribes, Riola?

Sí, sobre todo con mi último libro ‘Amor Mío, Hermano Mío’, que trata de una pareja de hermanos que viven un incesto lleno de pasión.

Léeme algo del episodio más calentón…

Ya… (Riola busca en unos papeles y se acomoda los lentes como una dulce e inocente abuelita) Dice: ‘ Carlos Alberto, le llamé desde la bañera. Si mi adorada a sus órdenes, respondió acudiendo presto, a mi llamado arrodillándose al borde de la bañera sin poder frenar sus manos que me recorrían en un momento de energía y a la vez con suavidad. Mis deseos de él, de sus caricias, de sus manos ávidas buscando mi sexo, que mi cuerpo al girar y ofrecerle mis ancas que decían más y más, nada me calmaba hasta que él me penetraba’…

Estás colorada…
-Es que se parece a cuando hacía el amor con mi Gerardito y siempre que me acuerdo de él me caliento entre medio de las piernas.

¿Te masturbas pensando en él?

-Sí. Imagino que lo beso y que con sus deditos gorditos me toca y me toca…

En tu libro a la vagina le dices ‘zorrillo’… ¿Así la nombraba Gerardito?
-No, es una palabra que encuentro simpática porque parece un animalito. También le digo ‘mi pequeño gatito’. Nunca me han gustado las palabras groseras como chuchi y pico…

¿Y cómo llamas al pene entonces?
-(Pone voz fuerte)… Ese nervio, su pájaro, su verga, su estaca…

¿Tienes pareja?
-Sí y me gustó porque era culto, pero ahora estoy dudando porque es demasiado serio.

¿Toma viagra?
-¿Por qué? Si es 12 años menor que yo y todos me dicen que él se ve más viejo. Yo tengo mucha vitalidad, si hasta subo las escaleras corriendo. Mi libido sigue igual, muy alta.

Riola, ¿y tu perrito Snippy tiene alguna perrita por ahí?

-No, de vez en cuando yo le hago una ‘mangüelita’, como dicen los mapuches.

¿Qué es eso?
-Una mangüelita es cuando Snippy se pone y yo lo masturbo…

¿Masturbas a tu perrito?
-Sí y queda feliz. Una vez tuvo una perrita y fue tan lindo como se amaron, pero un día se perdieron y todos nos asustamos hasta que escuchamos en el subterráneo unos ladridos y al bajar los encontré arriba de la cama dándole que te pego. Y se miraban con una ternura tremenda, fue muy bonito.

¿Y tú sabes cuando Snippy tiene ganas o él te avisa?
-Es que, generalmente, cuando yo estoy haciendo gimnasia con el puro calzoncito este perro me ve las piernas y se calienta, entonces, me pongo las pantys blancas, unas balerinas que tengo y ahí se tranquiliza, pero me ve las piernas desnudas y se excita…

¿Qué hace?
-Se acerca a mis pies y yo le tomó su pirulín y el pobrecito excitado se mueve y acaba. Eso pasa dos veces al mes, más o menos… Y si no lo hago anda a cada rato cogiendo mi pie, entonces, prefiero hacérselo y se queda tranquilito.

¿Le cuentas a tus amigos lo de Snippy?
Sí y mi pareja lo vio un día y me dijo: ‘háceselo porque se ve tan lindo cuando estira las patitas’… Él disfruta igual que mi marido que también me decía ‘hácele un poquito, pobrecito, que no ha tenido nada’. Y yo decía ‘¡Ay, este perro molestoso!’, pero al final lo hacía. Es que yo adoro a los perros y cuando salgo a caminar todos me siguen. Siempre me dicen ‘si hasta los perros te quieren, Riola’.

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