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Cultura

7 de Septiembre de 2011

Apestado en Nueva York

Ágata Bravo, narradora y protagonista de “Memory motel”, es una chilena que reside en Nueva York con la misma comodidad y apego con la que podría vivir en Bombay. Todo se resume en no vivir en Santiago. Naturalmente esto conduce a preguntarse por qué Ágata Bravo no quiere vivir más en Chile. El relato insinúa […]

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Ágata Bravo, narradora y protagonista de “Memory motel”, es una chilena que reside en Nueva York con la misma comodidad y apego con la que podría vivir en Bombay. Todo se resume en no vivir en Santiago. Naturalmente esto conduce a preguntarse por qué Ágata Bravo no quiere vivir más en Chile. El relato insinúa que Ágata huye de la asfixia familiar, es decir, vive en Nueva York para no formar parte de la clase dominante de la que es miembro. Ese gesto desafiante no es completo en tanto la escasez de plata la obliga a pedir préstamos a su madre, que le reprocha vivir afuera sin marido y sin trabajo, para poder sobrevivir. A los treinta y tres años, divorciada del artista plástico Igor, un nombre que sugiere más al guardaespaldas de Drácula o a un ruso tendido ebrio al borde de un acera que a un pintor, la traductora que no traduce tiene la autonomía de una guagua.

Toda novela que lidia con el trauma de la dependencia es en algún grado una novela de iniciación, incluso en aquellas donde los personajes son viejos y la libertad tarda en llegar. Su affaire con Trevor es viva prueba de su falta. Al comienzo de la novela describe a este guitarrista de poca monta de la siguiente manera: “a diferencia de los demás transeúntes se movía con una prisa que no proyectaba obligación sino deseo”. Trevor, más cerca de refugiarse entre unos arbustos a mirar mujeres leer revistas que contribuir en algún sentido a la maduración de Ágata, es un amante imperfecto, casi un capricho de mujer mayor. Ágata, o “Memory motel” para el caso, confunde los rasgos de Trevor, pues allí donde ve libertad, o más precisamente liberación, lo que hay es una singular falta de carácter y una pretenciosa inclinación a la profundidad, mal de males.

Las novelas se entienden por su argumento (estructura) pero se paladean por su prosa. De la prosa se deducen, como en un ejercicio amateur de cata, texturas, sabores, aromas, emociones y hasta recuerdos. Cuando se le reclama a la novela más poesía lo que se le demanda es una opacidad, un misterio, una carretera poco iluminada y modesta en señales. “Memory motel” trata de ser una novela expresiva; quiere darse a conocer, por así decirlo, por medio de una prosa evocativa rica en imágenes. “Memory motel” se puede leer como un remedo de la prosa de Fitzgerald sin la precisión, y belleza, de las metáforas del norteamericano. Hay momentos de cursilería como: “Afuera los árboles empezaban a desplegar sus hojas otoñales más vívidas, y yo también me sentía cambiando de pigmento”, que es casi como hacer el símil con una mariposa. Hay errores algo toscos al hablar de luciérnagas insomnes en la noche, pues de estar efectivamente faltas de sueño se moverían durante el día sin brillo. Hay un uso descomedido de metáforas y descripciones del clima, y aquí a la autora le haría bien leer los dos primeros párrafos de “La vida de Sebastian Knight”. Hay, en fin, descuidos por doquier, que aunados a la retahíla de anglicismos hace la lectura a ratos infumable.

MEMORY MOTEL
María José Viera Gallo
Tajamar Editores
2011, 246 páginas

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