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Nacional

25 de Septiembre de 2011

NN en la Posta Central

En el sistema de salud actual los pacientes son clasificados en tres grupos: A, B y C. Los A no cancelan porque se declaran indigentes. Los B son los pacientes con FONASA que tienen el menor ingreso dentro de la escala disponible y los C, cancelan según sus ingresos. Los "NN" son atendidos bajo el sistema A, y son ingresados al hospicio como personas sin registro de identidad, ni parientes que se hagan cargo.

Por

Por Leo Marcazzolo.

No soy nadie

En abril del 2002 llegó a la Posta Central, a eso de las cinco de la mañana, un hombre agonizando. Este hombre no tenía ni casa, ni familia, ni nombre, ni edad. Simplemente no existía, era un “NN”. Un sobreviviente de la calle que extrañamente quería seguir viviendo. Se acercó al mesón de informaciones, con la respiración entrecortada y los ojos vidriosos, pidiendo que por favor lo internaran de urgencia. Había pasado su peor noche y presentía su muerte. La encargada de turno le preguntó sus datos y él enmudeció, no sabía qué decir, no tenía ni re-gistros ni pasado. Luego la funcionaria bajó la vista, escribió algo en el computador y le dijo: “Señor, disculpe, pero tiene que volver mañana, quizás mañana haya algún doctor disponible. Lo siento mucho, pero está es re- mala hora para venir…, a las cuatro de la mañana hacemos cambio de turno, y a partir de esa hora hasta las 8:00, atendemos sólo urgencias. Vuelva mañana y ahí veremos, hasta luego”.

Ante la respuesta de la recepcionista, el hombre salió arrastrando los pies y se quedó descansando sobre la fría escalera de cemento junto a otros treinta indigentes que duermen cada noche en las afueras de la posta. Nunca despertó. Dejó de respirar, sin quejarse, ni despedirse. Su cuerpo inerte quedó tirado en los peldaños y por varias horas la gente siguió pasando a su lado. Recién a las nueve de la mañana, un paramédico tomó su pulso y notó que había dejado de existir. Su cuerpo fue trasladado por un juez hasta el Instituto Médico Legal. Nadie supo su nombre, nadie reclamó su cuerpo.

Al igual que este hombre, muchos otros “NN” mueren cada otoño e invierno en las cercanías de la Posta Central. Otras veces tienen suerte y son atendidos como pacientes indigentes. “Los indigentes “NN”- dice el asistente social de la Posta, Miguel Ángel Montes-, llegan solos o los trae una ambulancia que los recoge en la calle por un llamado de Carabineros.

Generalmente, llegan sangrando porque se cayeron a causa del alcohol o vienen agonizando por el frío. Aquí les hacemos un diagnóstico y si están muy graves los hospitalizamos, si no, no. Tenemos una sobrepoblación de pacientes y debemos privilegiar a las personas que tienen seguridad social, por eso es complejo hospitalizar a los “NN”. En caso que un “NN” sea hospitalizado, se le preguntan sus datos, y como, habitualmente, no pueden decirlos, se les declara “sin identidad”. Para identificarlos les sacamos sus huellas dactilares y las mandamos al Gabinete de Identificación. Recién cuando logramos obtener los datos- lo que a veces no ocurre porque muchos de ellos no están archivados en el registro civil-, contactamos a los parientes, que, desgraciadamente, en casi todos los casos no quieren saber nada del asunto. Dicen “este viejo no es mi problema”. Ahí nosotros nos vemos obligados a correr con todos los gastos hasta que se le da de alta, que es cuando puede caminar. Son muy penosos los inviernos aquí, porque es tal la cantidad de “NN” que llega… Que uno a veces no puede hacer nada por ellos.”

La caída de los príncipes

Cuando llega un “NN” indigente al pensionado de la posta, los paramédicos siempre comentan que anda un príncipe dando vueltas. Las enfermeras se conmueven ante la figura pequeña y envejecida del hombre sin pasado, pero igual se muestran alegres; les hablan, les tiran bromas, los lavan, los afeitan, los visten y los peinan.

“La mayor parte de ellos – dice Ana, enfermera de la UTI-, tiene problemas mentales y de alcoholismo. Uno intenta ser lo más amable posible, pero a veces son súper difíciles de tratar, son hoscos y porfiados. Se nota que la calle ya los tiene endurecidos. Pero a una igual le da pena. ¡Mal que mal son personas, no animales! Los doctores muchas veces se olvidan de eso”.

Los paramédicos se quejan de la actitud de algunos doctores frente a los indigentes, especialmente de los de la Universidad Católica, y de los más jóvenes”. Los médicos jóvenes- dice Luis, paramédico- son muy reacios a atender a los indigentes “NN”, les dan asco porque, generalmente, llegan muy mal olientes y son difíciles de tratar. La mayoría son súper clasistas, se sienten superiores, no saludan ni miran a los ojos. A la Posta Central no llegaron a hacer beneficencia, sino a formarse una carrera… Claro, ésta es una súper buena escuela, de aquí pueden saltar a las mejores clínicas privadas. Varias veces me ha impresionado mucho su falta de sensibilidad; tratan a los indigentes como lo peor, yo creo que los consideran un peligro social porque están fuera del sistema”.

Los médicos antiguos que fueron formados en la Universidad de Chile son muy diferentes a los jóvenes; muchas veces van más allá de su trabajo; los escuchan, los atienden y trabajan fuera de turno. “La vieja guardia de la medicina -dice Luis-, de verdad que ve en el indigente la cara de Cristo. Los nuevos se pasan el turno durmiendo y si uno los llama sólo pescan si se trata de una emergencia. Los doctores son los únicos que no firman tarjeta al entrar o al salir, y es por eso que se aprovechan: llegan súper tarde y se van súper temprano. A veces son tan cochinos que aceptan otras pegas en clínicas privadas, a la misma hora que tienen turno acá, pero como nadie los fiscaliza, reciben un sueldo por el doble de las horas que en realidad trabajan”.

Mientras los médicos se quedan tomando café y fumando cigarrillos en sus áreas exclusivas, en una sala de la UTI, José Llorel- “NN” identificado después de un mes de pesquisas -, habla de la vida y la soledad. Si uno lo mira fijamente, deja la impresión de ser un hombre que nació anciano, como si la vejez significara algo más que un estado biológico de su cuerpo. Vive en un estado de semi inconsciencia. Sólo mira atrás en su memoria, cuando está acostado en la penumbra.

“Yo vengo del sur y allá tenía familia, llegué a Santiago a trabajar a La Disputada de Las Condes y ahí tuve un accidente. Un accidente bien grande, sabe señorita… Me acuerdo que yo caí fuerte y rápido por un cerro alto… Cuando aterricé creía que estaba bien muerto, en un hoyo bien profundo. ¿Pero sabe qué? No había ningún angelito, yo los llamaba pero no venía ninguno. En mi liceo a mí me enseñaron que cuando uno fallecía, a uno venían a buscarlo desde el cielo. ¿Pero sabe qué? A mi nadie vino a buscarme y quedé solo en la calle… Una enfermera me contó el otro día que en la UTI había muchos angelitos dándose vueltas. ¿Us-ted cree que alguno se va acordar de mí?

A la fosa de los comunes

Para un “NN” indigente, la muerte es la hermana del sueño. No hay despedidas, no hay lágrimas, ni tampoco arrepentimientos. Dejan un mundo del que nunca fueron parte y no sienten nostalgia por los vivos, porque no tienen a nadie que los recuerde. Siempre estuvieron solos. Pero hay otros que al haber conocido otra vida, sienten una gran nostalgia por las personas que quisieron. Mueren recordando el pasado y experimentan una profunda pena por haber olvidado su nombre y su edad. Ellos no tienen grandes certezas, pero al menos saben que antes de caer en la calle, hubo una época en que sí pertenecieron al mundo de los hombres con historia.

“La mayoría de los “NN”- dice Pedro, paramédico- se van sin decir ni pío. Pero hay algunos que se llenan de pena cuando ven que otros abuelitos están rodeados de sus familiares (yo creo que ahí se acuerdan de los suyos). Después que un “NN” muere, se le tapa con una sábana blanca y se le hace una necroscopía. Luego se espera un mes, y si nadie lo reclama se le lleva al Instituto Médico legal. Ahí se queda otro mes y si de nuevo nadie pide su cuerpo, el “NN” se va directo a las facultades de medicina, donde los alumnos van desmenuzándolo entero para estudiarlo por partes. Cuando el cuerpo está dema-siado usado y es inservible para la investigación, se tira a la fosa común del Cementerio General. Aquí los doctores están siempre esperando los muertitos para llevárselos a las universidades”.

En la Posta Central, un hombre sin identidad no recibe sepultura, la muerte es sólo el final de un ciclo biológico. “Cuando un “NN” muere – dice Luis – es como una planta que deja de respirar; se saca el cuerpo de la camilla, se cambian las sábanas y se trae otro paciente”.

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