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Opinión

6 de Octubre de 2011

Si yo fuera Ignacio Walker (o quizás cualquiera de esos)

Ilustración Marcelo Calquin El lugar del otro siempre es un no lugar, pero es un espacio ficticio que la modernidad (o las ciencias de la conducta humana) nos recomienda antes de emprender ciertos caminos discursivos. ¿Y por qué ponernos en ese lugar y no en otro? Porque ese otro es radicalmente otro para mí y […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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Ilustración Marcelo Calquin

El lugar del otro siempre es un no lugar, pero es un espacio ficticio que la modernidad (o las ciencias de la conducta humana) nos recomienda antes de emprender ciertos caminos discursivos. ¿Y por qué ponernos en ese lugar y no en otro? Porque ese otro es radicalmente otro para mí y para ti. Este personaje se me impone –pauta editorial mediante– por el lugar, valga la redundancia, que ocupa en la podrida escena política nacional y, por cierto, en ese antro de perversión llamado Concertación de Partidos por la Democracia. El destino de este conglomerado, probablemente, dependa de sujetos como este, cuya situación uno intenta simular o impostar. Sin duda es un modelo (o paradigma como se dice ahora) de la clásica fronda: católico observante, con una impúdica representación familiar en el parlamento y cuya esposa, cantante cuica de parroquia, es prima hermana del presidente.

Un personaje como este corrobora una tesis del proyecto de la ficción de Chile que plantea que el orden político corresponde al orden de las familias. Yo me imagino que debe ser pariente de ese que complotó contra Balmaceda, con ese movimiento que se instaló en el norte y que luego impuso un nuevo “peso de la noche”, el que de algún modo imperó en el siglo XX. Esa misma familia, junto a otros apellidos vinosos de conservadores, formarían el patético y dañino PDC.
Mi contador y consejero tiene una especial animadversión contra este grupo étnico, me refiero a los representantes de esta fronda, no sólo porque están en la base de nuestra inequidad estructural, sino por su maldito diseño, por su estética retórica, esa que los hace sentirse indispensables y llamados por la voz divina.

Mi amigo contador no soporta el catolicismo mesiánico de muchos de sus exponentes, conducta que después veremos en la versión progresista que surge de esa voluntad de poder, que alcanzaría hasta el mismísimo MEO, no sin antes pasar por la ultra y el izquierdismo cristianucho. Esos nombres y apellidos han contribuido a la conformación del “horroroso Chile”, ese que un movimiento como el promovido por los estudiantes y el nuevo movimiento social pretende cambiar por otro, sin la regencia de los partidos, porque en ellos se cuelan estos malditos santurrones, héroes, gurúes o juanitas de arco para contaminarlos.

Yo, en los zapatos de un dirigente conservador social cristiano con todo ese capital maldito, que al parecer pretende seguir con el cuentito (no relato) de la Concertación, trataría de convertirme en otro, simplemente, de renunciar locamente a la vida que ha llevado, ser humildemente cristiano (odio la humildad de los cristianos) y transformarse en un simple profesional de la plaza, asumir hidalgamente el daño hecho a Chile e irse para la casa, sin la necesidad de una cruci-ficción histérica, (per)versión que no deja de agradarles. Me imagino una simple y sanadora depresión que los convierta en una entidad otra. Nadie los necesita, nadie los quiere, políticamente hablando.

Lo mismo debiera hacer el Girardi, el Escalona y los otros, esos del mundo laico, que en vez de responder al llamado divino apelan al power desatado y al billete; volver a sus bases, a su trabajo anterior (¿lo tenían?), desaparecer, no sin antes asesorarse profesionalmente con un buen siquiatra que les ayude a sobrellevar el fracaso. Algo como esto puede ser muy saludable para la sociedad chilena. Renuncie(n) y desaparezca(n) del mapa político, hága(n)lo por Chile.

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