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Opinión

23 de Octubre de 2011

“Soy regia y nunca he tenido mala suerte con los gallos”

Su fatalidad comenzó el 2004, al quedar atrapada entre almohadones con 301 kilos a cuestas. hace tres semanas volvió a cruzar la puerta de su casa para poner su asunto en manos de médicos terrenales. Marcela es evangélica y dice que dios le entregó el don de librar a la gente de todo tipo de males. Incluso, dice que achica el estómago a quienes tienen problemas de sobrepeso, pero no puede hacerlo con el suyo.

Archivo The Clinic
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Por Verónica Torres Salazar • Foto: Jessica Neira

Siempre he usado la “T” de cobre y nunca me había dolido. Pero cuando me la pusieron, después de tener a mi cuarto hijo, me dolió. Al tiro supe que la “T” había quedado mal puesta. Corrí a contarle a la matrona, pero estaba ocupada y me dio hora para más tarde. No fui de floja. ¿Y sabes? A los tres meses me sentí rara de nuevo. Un día estaba haciendo lentejas cuando escuché la voz de Dios y vi la imagen de un Pronosticon. Fue todo muy rápido. De pronto, sonó el teléfono. Era mi marido, Clodomiro Tomás, que me llamaba de La Vega para saber si necesitaba algo. Ahí le dije que me comprara un Pronosticon de los más baratos. Tenía un mal presentimiento…El test salió positivo y me sentí horrible. Ya pesaba 220 kilos y otro embarazo significaba un riesgo vital. Yo miraba a mis hijos y decía: ¡Chuta!, ¿qué voy hacer?. No quería ir a control por vergüenza, porque los médicos iban a decir: “¡Puta, otra vez con guagua!”. Y así no más fue. Con mi quinto embarazo subí de peso hasta llegar a los 301 kilos. El 2004 quedé postrada en cama. Durante dos años exactos no pude salir de mi casa. Simplemente, no atravesaba la puerta. Sólo hace tres semanas volví a salir. ¡Ay, fue terrible!. De sólo saber que iría al hospital me dio pánico.

Empecé a tiritar, a llorar. Me costó subir al taxi. Pero una vez arriba, dimos unas vueltas por el sector. Habían pavimentado unas calles de acá de Concepción ¡Y el colegio de mi hija era de otro color!. Chuta, ahí me di cuenta que había otro mundo allá afuera.

Al verme, cualquiera piensa que como tres platos de comida al hilo. Pero soy re mala pa` comer. De hecho, hoy almorcé vienesas con puré y quedé súper bien. En serio, si yo empecé a engordar con los embarazos. Pero no soy una gorda suelta, soy bien apretada. Con decirte que de joven me ponía pantalón ajustado para salir. A veces, cuando subía a la micro, la gente se reía. No estaba ni ahí porque siempre he sido segura de mi misma. Soy fuerte, regia y nunca he tenido mala suerte con los gallos.

Cuando tenía doce años me casé a escondidas de mi mamá. Era niñita y mi marido era sólo diez primaveras mayor ¡Si todavía jugaba a las muñecas!. Qué puedo decir: nos enamoramos y a los 16 quedé esperando. ¡Fue horrible! Olvídate cómo le daba pena a las matronas. Mi marido nunca quiso a la Gilda, mi primera hija, porque estaba obsesionado con tener un hombre. Ese mismo año me separé, pero aún somos amigos. Antes lo veía más. Incluso, llegaba con flores, chocolates y delante del Tomás me daba un beso en la boca.

Nunca me he quedado echada en los huevos. ¡Si hasta vendía ropa en la feria!. Pero con esta enfermedad ahora paso mis días en cama. Me levanto a las siete de la mañana y visto a mi hija para vaya al colegio. Mi marido hace el desayuno y me ayuda a lavarme. Me baña sentada en un piso de plástico para que no me duela la columna. También me tiñe el pelo, pero no opina sobre el color. El otro día me puso un rubio-mate mediano. Todos dicen que me saqué la polla gol con él ¡Es verdad!. Mira, ahora está lavando las ollas porque va a hacer un puré en la tarde. Es tan preocupado, si hasta para botar la basura me pide permiso. Para las fechas importantes nos encanta regalonearnos con torta. Tanto así, que la nutricionista nos reta. El Tomás es bien romántico, me canta canciones de Marco Antonio Solís. Este año, pa’l Día de los Enamorados se las mandó. Estaba lloviendo y él salió todo el día. No sabía donde andaba hasta que lo vi llegar estilando. Venía con su buqué de flores y un anillo de oro. ¡Nunca había tenido uno!. Casi me fui de espaldas. Igual que años atrás, cuando Dios me regaló dones espirituales. Me acuerdo que estábamos en una reunión de mi iglesia y dos hermanos me sacaron hacia el púlpito. Uno hablaba en lengua y el otro le traducía. A través de ellos, Dios me regaló el don de ungir a las personas enfermas. ¡Olvídate cómo lloraba! Desde entonces, habló con Dios, incluso, mientras pelo papas.

Soy evangélica y tengo mucha fe. Los martes y viernes le trabajo a Dios librando depresiones, operando.

Porque yo opero espiritualmente desde mi cama. Cuando tengo operación, ayuno para tener la mente más clara. Luego, tomo guantes, la Biblia, mascarilla y me voy despacito tocando las zonas del cuerpo donde Dios va a operar. Ya sea corazón, columna o cerebro, porque yo soy cirujana en el señor. A cada paciente terminal le pongo en el brazo un pinchazo espiritual con mis dedos. Con eso quedan anestesiados y duermen. Entonces, corto con bisturí en la zona afectada. Así empezamos a abrir y Dios me muestra las heridas. La gente queda como recién salida de pabellón. Eso sí, yo los mando a hacer dos días de reposo absoluto, y a los siete días sacamos el vendaje espiritual. Es impresionante como se mejoran las personas.

A todo esto, también hago la operación espiritual de bajar de peso. Le achico el estómago a la gente. Tú dirás: ¡Esta mujer está loca! Pero yo tengo testimonios muuuy lindos. Sólo que conmigo no puedo hacer nada. En cambio, con mis hijos, sí. Cuando a ellos les da fiebre les pongo las manos y un par de pinchazos espirituales. Nada de médicos terrenales. ¡Vieras tú como ligerito se les empieza a quitar!…

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