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Opinión

7 de Noviembre de 2011

Kenita Larraín: la poética del desierto

Son más de las 12 de la noche. Técnicamente acabo de cumplir 37 años. Justo hace un año comenzó el apocalipsis de nuestra nación, cuando una artera conflagración liderada por Piñera y sus esbirros desbancaba a Marcelo Bielsa de la conducción de nuestra selección. Los catastróficos resultados de esa operación están a la vista. La […]

Felipe Cussen
Felipe Cussen
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Son más de las 12 de la noche. Técnicamente acabo de cumplir 37 años. Justo hace un año comenzó el apocalipsis de nuestra nación, cuando una artera conflagración liderada por Piñera y sus esbirros desbancaba a Marcelo Bielsa de la conducción de nuestra selección. Los catastróficos resultados de esa operación están a la vista. La ausencia del maestro ha acarreado más males de los que hubiéramos podido imaginar: un país en crisis, fracturado socialmente, al borde de la ingobernabilidad, sin rumbo.

Me mantengo despierto sólo porque debo cumplir con una misión histórica: registrar el debut vocal de Kenita Larraín. He tenido que soportar una voz en off interrogando a Carolina Arregui sobre infartos, drogas, la maternidad y lo joven que se ve. Luego he escuchado a Katherine Salosny y a un ente volver a preguntarle sobre infartos, drogas, la maternidad y lo joven que se ve. Es la magia de “Fruto prohibido” en su nueva temporada. A continuación, gracias a un inmenso esfuerzo de la producción, han invitado a Ricarte Soto. El ente quiere convencernos con sus sonrisas de que Ricarte es muy inteligente. Menos mal puedo intercalar con escenas de “Infieles”, en el minuto exacto en que Cristina Tocco tiene un orgasmo de antología. Mi mujer dice que no es de antología, que es asqueroso.

A la vuelta de comerciales, lanzan un video con la preparación de Kenita. Nos muestra su departamento estampado de zebra. Nos muestra su perro. Cuenta que en los karaokes apenas se atreve a cantar en grupo los coros. “Cantar es una locura”, nos dice sobre su nuevo desafío. Luego aparece vocalizando en un estudio, haciendo vibrar las erres, cantando con un lápiz en la boca, moviendo los brazos. A ella todo le parece muy divertido. Se lo toma todo a la chacota. Pero su instructora dice que tiene más talento del que pensaba. Otra parte de su preparación es comprarse zapatos. Y lo más importante son los ensayos de baile, con la coreografía a cargo de -era que no- Julio Zúñiga. También comenta la temática de su canción, que habla de las ex-parejas: “es para todas las mujeres que ya dieron vuelta la página con su ex”.

Llega al fin el momento tan esperado. La primera sorpresa no sorpresiva es que Kenita no canta en directo, sino que sólo dobla su propia voz de mezzo-soprano grabada con generosos efectos. A pesar de algunos modestos énfasis dramáticos, su emisión no es muy rica en armónicos, y llega con poca fuerza a los agudos. Lo mejor es la segunda voz, que no canta ella. Kenita está embutida en un traje dorado, con un look vagamente egipcio, y se mueve bastante poco. La canción, de Kike Santander, homenajea a las de Bob Sinclair, animada por los rasgueos de una guitarra acústica. El coro es muy pegajoso: “ya me cansé de tus inventos, basta ya de tus mentiras y tu falsa forma de amar”, e incluye un verso rarísimo, que creo que decía: “cocínate tu propio infierno”. Coloco la frase en google y descubro una versión del mismo tema cantada por Soraya, casi idéntica en su instrumentación, con algunos cambios en la letra (el coro se inicia con otro interesante eneasílabo: “por mí te puedes ir al cuerno”). Kenita sigue doblando animadamente. Mi mujer comenta que ella no tiene autocrítica.

Cuando la canción termina, el ente dice “wow”, “impresionante”. Carolina Arregui valora su actitud y le pregunta a Kenita: “¿es tu voz?”, y ella responde que sí. Ahora tocan los temidos comentarios del ácido Ricarte. Valora la elección de una canción tan pegajosa, le desea que le vaya bien, pero no compraría su cd. Apenas habla, y se van a comerciales. Cuando vuelven, anuncian que les queda muy poco tiempo, pero igual le piden a Kenita que cante con un lápiz en la boca. No alcanza a hacerlo, pero de todos modos aprovecha de anunciar un evento que animará en Los Andes con Pablo Schilling. Para cerrar repiten nuevamente el video de su actuación.

En mi cabeza sigue sonando la canción. Resuenan particularmente las expresiones de huida, de abismos, de negatividad. No consigo olvidar una frase particularmente conmovedora: “el desierto de tu amor”. Es innegable el vínculo de este concepto con el de muchos místicos que se refirieron en similares términos a la angustia ante la ausencia de la divinidad. Vienen a mi mente los comentarios del Maestro Eckhart a San Agustín: “Construye en tu corazón el desierto (…). Conviértete en desierto. Escucha el desierto del sonido”. Ésa es la lección oculta de Kenita, que los animadores y comentaristas de “Fruto prohibido” no se atrevieron a escuchar. Debemos reconocer, como propone el filósofo de las religiones Jean-Luc Marion, esa distancia. Debemos asumir que estamos condenados a vagar 40 años por el desierto, pero que ni siquiera tenemos un Moisés (Bielsa) que nos marque el camino. La voz, la falta de voz de Kenita es una alegoría de esa ausencia. Su mutismo vocal representa ese espacio desértico en el que se han convertido nuestros corazones. Esa es la última verdad que ha emergido desde la profundidad de su garganta.

Hoy se inicia un nuevo ciclo en mi vida, y he decidido que me guiaré por la profecía de Kenita. Hoy comienza mi propia travesía por el desierto. Y pienso en Jameston Ricardo Herrera Lazzús.

*Felipe Cussen es investigador del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile

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