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23 de Noviembre de 2011

El webeo que Maria Angélica Cristi reenvía a sus contactos

Declaración judicial del ex mirista Eric Zott En los careos sostenidos ante la Ministra en Visita Gloria Olivares, a partir de Octubre de 1992, se produjeron hechos insólitos. Un día, estando él sentado en el despacho de la magistrado y vestido con su uniforme de coronel, le comunican que será careado con un testigo clave, […]

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Declaración judicial del ex mirista Eric Zott

En los careos sostenidos ante la Ministra en Visita Gloria Olivares, a partir de Octubre de 1992, se produjeron hechos insólitos. Un día, estando él sentado en el despacho de la magistrado y vestido con su uniforme de coronel, le comunican que será careado con un testigo clave, quien acababa de llegar desde Londres.

Cuando entró a la oficina tal persona, le pareció conocido su rostro, aún cuando no logró identificarlo. “Buenas tardes”, dijo el recién llegado, de pie en el umbral de la puerta. “Señor, ¿Usted conoce al coronel que está sentado aquí? Tome asiento, por favor”, le respondió la Ministro. “No, no me voy a sentar, gracias.”

El Coronel Krassnoff creyó que el hombre iba a iniciar la misma verborrea de falsedades ya latamente escuchada con anterioridad. “Señora, mi nombre es Eric Zott.” En este momento, el oficial logró reunir el rostro y el nombre. Por cierto que sabía quién era, aunque nunca antes había tenido la oportunidad de verlo personalmente.

Él había sido, durante los tiempos más crudos de la lucha anti-terrorista, el jefe del MIR en la Región de Valparaíso, cercana a Santiago y miembro de su Comité Central. En esa época no lo había conocido personalmente, por cuanto su área de trabajo era Santiago. Pero, ciertamente, había visto cientos de veces su nombre en diversos informes y había visto su foto.
“Mire, señora Ministro, son la una diez de la tarde. A mí me invitaron a esto, a participar en este proceso como testigo. Al saber que se trataba del señor Krassnoff, acepté de inmediato. Felizmente me pagaron el pasaje, la estadía y todo. Mi avión aterrizó, aproximadamente, a las once de la mañana. Yo vivo en Londres actualmente y trabajo en la BBC. Pero no estoy aquí para lo que usted cree señora Ministro, yo vine exclusivamente porque quería conocer personalmente al, en esa época, señor Teniente Krassnoff”.

“Pese a no haber tenido jamás ningún contacto con él, quería conocerlo. A este señor yo no lo vi nunca antes, para que usted sepa, señora Ministro. Que quede claro, él no me detuvo, ni me torturó, ni nada. Sin embargo, mientras yo estaba en actividades, cuando estaba a cargo del MIR en mi región, escuché hablar mucho de él. Porque él, evidentemente, cooperó bastante en nuestra derrota”.

El Coronel Krassnoff miraba de reojo. “En nuestras conversaciones clandestinas internas se hablaba mucho del Teniente Krassnoff. Él hizo, realmente, un trabajo de inteligencia. Conversó mucho con cada uno de los capturados, habló mucho con los nuestros. La verdad es que yo no tuve acceso a ninguna información relacionada ni con tortura, ni con nada parecido, practicada o supuestamente practicada por el entonces Teniente Krassnoff, que es el Coronel que está sentado aquí. Por eso me llamó mucho la atención, porque realmente con su trabajo quebró muchos compañeros nuestros. Muchos terminaron delatando depósito de armas, depósitos logísticos, casas de seguridad. Por nuestras redes me llegó también la información sobre la historia de su familia. Con todo respeto, mi Coronel, qué carajada le hicieron los marxistas a su familia, ¿no? Me interesó tanto esto que, tras ser detenido, cuando fui expulsado y exiliado del país, decidí irme a Austria. ¿Sabe por qué escogí Austria? Porque quise comprobar la historia del Teniente Krassnoff. Efectivamente, me fui a Austria, porque usted nació en el Tirol, ¿cierto?” “… Sí, efectivamente…”, respondió el oficial. “¿Y fue bautizado en la Iglesia de San Miguel?” “…Sí…” “Yo vi su partida de nacimiento, señora Ministro. Nació ahí. Vi también un monumento a los caídos, a los Cosacos, a los combatientes del Ejército Ruso Blanco, caídos y traicionados por los ingleses y entregados a los soviéticos. Eso fue una barbaridad, eso fue un holocausto. Los soviéticos se encargaron de liquidar a toda una casta, una casta privilegiada, hombres intelectuales, gente guerrera, que representaba la máxima tradición del alma rusa. Ellos los martirizaron. Al papá y al abuelo de mi Coronel, que está sentado aquí, se los llevaron después a Moscú. Estuvieron dos años en la cárcel de Luvianca. ¿Sabe usted, señora, que le ofrecieron al papá y al abuelo trabajar para los marxistas y que ellos se negaron? ¿Sabe que fueron colgados y sus cuerpos fueron hechos desaparecer? ¿Sabía usted esto, señora Ministro?”

El Coronel, ante este insólito testimonio de la supuesta parte contraria, escuchaba atónito sin decir palabra. La sorpresa había también alcanzado a la Ministro y a su actuario, quienes no podían dar crédito a lo que escuchaban. Menos considerando que era la declaración de un ex jefe del MIR.

“Ya le conté que en la actualidad yo trabajo en la BBC de Londres. Nosotros estamos esperando obtener la autorización de desclasificación de los últimos documentos de la Conferencia de Yalta. Este fue el último de los horrendos crímenes cometidos por los aliados y manejado por Moscú. Esto no puede quedar en la impunidad. Nosotros, la BBC de Londres, estamos esperando la desclasificación de los documentos, porque vamos hacer un documental al respecto. Señor Krassnoff, aquí tiene mi tarjeta. Señora Ministro, usted me va a perdonar, pero yo tengo vuelo a las cuatro de la tarde. Señor Coronel, con todo respeto, ha sido un honor, me tiene su disposición, lo que se le ofrezca. Con permiso. Hasta luego.”

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