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Opinión

2 de Diciembre de 2011

Para leer con Parra

Borges quería que se le recordara no por lo que escribió sino por lo que leyó. Creo que en el caso de Nicanor Parra esta falsa modestia es verdadera. Es esencial leer a Parra, pero es mucho más importante leer con Parra. El acto de desacralización de la escritura, que es gran parte de lo […]

Rafael Gumucio
Rafael Gumucio
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Borges quería que se le recordara no por lo que escribió sino por lo que leyó. Creo que en el caso de Nicanor Parra esta falsa modestia es verdadera. Es esencial leer a Parra, pero es mucho más importante leer con Parra. El acto de desacralización de la escritura, que es gran parte de lo esencial de su obra, viene acompañado por el acto de desacralización de la lectura. Nicanor no usa anteojos, no tiene biblioteca a la vista. Maltrata los volúmenes y cuando cita, lo hace de memoria, como un campesino recuerda un refrán. Lee para deconstruir y para leerse. Para reconocerse en variados autores.

A esos dos actos místicos, que nuestra cultura relaciona con el más allá, con otra vida, Parra los devuelve al más acá.

Único marxista de nuestras letras, don Nicanor hace exactamente lo que don Carlos pide hacer en su “Ideología Alemana” cuando promete invertir el camino de la filosofía germana, que iba de la tierra al cielo, para ir del cielo a la tierra.

“Poema y antipoemas” es “El manifiesto comunista” de las letras hispanas y “Obra gruesa”, el “Capital” de la lírica castellana. Neruda creía ser materialista porque le atribuía a las cebollas, maderos y pieles características espirituales. Veía en las cosas y en las plantas, dioses. Cantaba al esclavo con las mismas palabras con que hubiese cantado al rey. Parra, como Marx, descubre que la mística de la materia es justamente que no tiene mística. Y que lo que come, o donde duerme el esclavo cambia su poesía. El esclavo duerme en su poesía. El lenguaje no es espiritual, y la materia tampoco es material.

Todo eso parece confuso y chistoso en sus poemas y artefactos, pero es serio y esencial cuando habla de sus lecturas. El gusto de Parra por Shakespeare se parece mucho al que sentía Marx. La mezcla de los versos blancos con los métricos, el arriba y el abajo, el chiste y la sentencia, es la expresión de un mundo que nosotros vemos desordenado porque son nuestros órdenes los precarios y estúpidos. Como el rey Lear que pierde su reino, su familia y su razón por querer conservarlos para una eternidad que no existe. Como Hamlet que también pierde la razón y la vida por llevar los recados de un muerto. Shakespeare, para Marx como para Parra, es el que refleja la multiplicidad caótica del mundo, ante lo cual lo único sabio (sabiduría que a Marx le falló) es ser Fastfall o Próspero, el sabio en su isla, o el gordo incontinente. De alguna manera, Parra es ambas cosas con sabiduría, alevosía y sobreactuada coquetería.

Cuando Parra escribe sólo anota, cuando Parra lee, realmente crea. Su traducción de Hamlet, que no quiere acabar, es la indagación más profunda que ha hecho un poeta chileno sobre el lenguaje. Es la ocasión de reanudar con sus propios temas, la mezcla de lo popular y lo culto, la convivencia de varios tiempos en el mismo tiempo, la energía medieval heredera del folclore chileno, los grandes temas filosóficos virados a la chacota. Parra parece rechazar la lectura como un placer y dejarla como un artículo de primera necesidad. Por eso lee a Shakespeare y lee el diario. Para él, que algo sea efímero, es una alabanza y no un descrédito.

No hay eternidad, no hay mañana, hoy es lo más importante. El mundo no mejora ni empeora y hay que vivir el ahora como una fiesta. Lo actual para Parra es lo que ha sobrevivido a lo antiguo, es el fuerte que siempre tiene la razón.

Shakespeare le gusta porque le sirve ahora. Muchas de sus lecturas antiguas, que han influido en gran parte de su escritura, quedan automáticamente sepultadas en un olvido compasivo. Parra nunca dice que un libro es bueno o malo, que le gusta o no. Dice “se puede leer” o “no se puede leer”. Lo juzga útil, para lo que busca, que es algo no literario, no estético. Por eso, Piglia de “Ciudad ausente”, una construcción narrativa compleja en torno a Macedonio Fernández, “se puede leer”, y José Donoso no. No es que le guste Piglia. Sólo ha encontrado en él algo de lo que busca, y al haberlo escrito Piglia es como si lo hubiese escrito Parra.

Esta es otra de las curiosidades de la forma en que Parra lee. La propiedad intelectual es para él algo muy relativo. Leer algo significa para Parra contárselo a otros, significa explicarlo, enseñarlo y, muy luego, deformarlo. Agregarle comentarios, notas al pie de página o abreviarlo. Luego no necesita intentar imitar los logros ajenos. Con haberlo leído lo ha escrito. Cuando le dieron el premio Juan Rulfo y Parra tuvo permiso legal para leer a este hermano mayor silencioso y huidizo, Parra se hizo Rulfo e incorporó a sus obras completas el Pedro Páramo y El Llano en Llamas. Parra no ha hecho otra cosa en su 90 años que escribir una y otra vez artes poéticas que prepararan al mundo para la llegada de Nicanor Parra. Lo peor que le hicieron a Parra con no darle el premio Cervantes es haberle quitado el placer de haber escrito El Quijote. Sospecho que ya tenía lista una lectura que explicaba como toda la enorme obra de Cervantes tenía sentido y acaba en la bastante menos monumental obra de Parra. Puede parecer egolatría. Yo creo que es coherencia. Cervantes puede haber sido un gran escritor, y Gonzalo Rojas también, pero Parra es una forma de comprender la literatura. Un método para leer a Cervantes y para leer a Rojas. Alguien que inspira mucho más a los escritores que lo precedieron que a los que lo seguirán.

Parra sabe perfectamente el escritor que es, porque sabe lo que no ha sido. Por supuesto que envidia a Rulfo que escribió los libros más profundamente Parrianos del castellano sin necesidad de seducir, de impresionar, como lo ha tenido que hacer Parra. Pero de alguna forma, Nicanor se siente aliviado que Rulfo le haya ahorrado el esfuerzo.

Lo mismo pasa con sus hermanos Violeta y Roberto. Han hecho una obra que su hermano mayor envidia y al mismo tiempo auspicia, ilumina. Nos ha enseñado a leer a la Violeta y a Roberto Parra, pero sabe que su educación, le impide ser ellos. Gran parte de su obra habla de esa escisión entre el mundo del campo y la creación pura, entre la frescura del mestizo y la venganza del que se salvó gracias a la universidad. La literatura es para Parra también eso, una salvación ante el silencio y la muerte que acabaron con Violeta Parra y Juan Rulfo. La impureza del profesor de física, que quiere escribir en el lenguaje de la calle, pero que ha sido educado en Oxford.

La obra de Parra es una apuesta consciente por Shakespeare, es decir, por la fertilidad, la convivencia de lenguajes, la desacralización de la escritura y de la vida misma. Pero inconscientemente es una lucha contra Kafka. De todos los escritores, el más cercano a su obra y el más lejano, en apariencia, a su talante y forma de ver el mundo. Parra no es lúgubre ni atormentado como el escritor de Praga, ni la religión parece obsesionarlo, ni la culpa siquiera tocarlo. ¿Por qué, entonces, el humor de Kafka se parece tanto al humor de Parra? ¿Existiría la antipoesía sin las antinovelas de Kafka? ¿Por qué el estilo cada vez más cristalino, cada vez más desnudo y claro de Kafka es el antecedente más cercano a los anti poemas? Quizás porque la aparente diferencia de carácter y de mundos estéticos entre ambos esconde una afinidad común. La obsesión por la muerte y por la culpa, riente, socarrona en Parra, se hizo realidad demasiado temprano en Kafka. Se murió a la edad en que Parra recién empezaba a escribir. Vivía en una sociedad al borde de la extinción, le iba mal con las mujeres, era tímido y feo. Parra aprendió, al leerlo. a evitar ser Kafka. Gran parte de la obra de Parra se explica, creo yo en este intento. Kafka fue el genio y eso lo mató, Parra prefirió ser la genialidad y sobrevivir.

Parra dice que todo poeta grande tiene que tener su antipoeta. Él confiesa ser el antipoeta de Neruda, pero es sobre todo un Kafka chillanejo buscando en Neruda, no un contraste ni un maestro, sino un padre que le enseñe lo que cualquier hijo de Kafka quiere saber: a ser gordo, a ser fuerte, a ser vivo. La obra de Parra es una enorme carta al padre, a los Kafka, dirigida a Neruda.

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