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Opinión

19 de Diciembre de 2011

Bernardo Subercaseaux: “La derecha ha llevado una campaña en contra de las universidades públicas”

Luego de un año de movilizaciones sociales, el filósofo y académico de la Universidad de Chile analiza los procesos que condujeron hasta la situación actual del país, el clima de cambio y reforma, los problemas identitarios de los chilenos y la crisis de la propia universidad pública, que “fue despojada en la época de Pinochet” y jamás ha recibido una reparación por ello. Subercaseaux, que acaba de concluir su monumental “Historia de las ideas y de la cultura en Chile”, pone en perspectiva histórica un año inolvidable para Chile.

Ana Rodríguez
Ana Rodríguez
Por

Fotos: Alejandro Olivares

No es historiador ni analista político. Lo suyo, dice Bernardo Subercaseaux, filósofo y académico de la Universidad de Chile, es la historia de las ideas y la cultura. Por eso, mira los movimientos sociales y estudiantiles de este año en el país en perspectiva de largos años. Trae al recuerdo la creación de la FECH, en 1907, a partir del malestar de estudiantes de medicina, que significó la salida del rector de la época.

-Ahí se inició un movimiento estudiantil que tuvo un propósito de democratización de una sociedad que era más bien oligárquica y que se prolongó por muchos años- afirma.

Los cambios, dice Subercaseaux, vinieron con los gobiernos del Frente Popular, cuando los estudiantes participaron de la Asamblea de Alimentación Popular en 1918. Luego vino la separación de la Iglesia y el Estado en 1925 y la Ley de Educación Primaria Obligatoria.
-Yo diría que la de este año es una lucha no solamente por el tema de la educación, sino por algunas instancias que fueron instaladas sin consulta en la sociedad. Estoy pensando en la salud, en el sistema de seguridad social, en las pensiones. Cosas que tienen un déficit de origen. Como decía un letrero en una de las marchas: “Vivimos en democracia pero con leyes de la dictadura”. Yo creo que esta es una lucha larga, que tiene varias instancias, que lo muestra el asunto de Krasnoff también… Esta es una movilización con perspectiva, y esa perspectiva la ha dado un poco la historia.

Sería una movilización más transversal en cuanto a temas…
-Este es un movimiento que tendrá que tener otras expresiones también, que quiere algunos cambios con respecto a ciertos modelos que fueron instalados de modo inconsulto, no en la democracia, y esos modelos son varios, incluso la propia Constitución. Es un tema de profundizar la democracia y hacerla real, o seguir marcando el paso con un modelo que, si bien la Concertación se postuló como Concertación por la Democracia, no pudo o no quiso transformarlo.

Fueron más de treinta años en que el país estuvo dormido ideológicamente. ¿Qué cosas han ido cambiando?
-Eso es bien curioso. Hasta hace poco se usaba como un lema el “no estoy ni ahí”, y la verdad es que no era así. Estaba sumergido. Esto tiene que ver también con una situación internacional, con lo que pasó en Egipto, con los indignados de España, con Wall Street, y tiene también que ver con una crisis del sistema y del diseño económico, en que pagan en última instancia los que no fueron consultados.

El descontento con un sistema económico impuesto y nunca cuestionado.
-Claro, eso produce un despertar. Ahora, han habido situaciones realmente increíbles, por ejemplo la movilización de las nanas frente al Transantiago. O lo que pasó en Punta Arenas con el gas. Hay un ánimo de no aceptar, de que tiene que abrirse la participación ciudadana y política. Aquí hay un déficit que está haciendo agua y que hace más agua cuando hay una crisis económica internacional y cuando hay movimientos sociales a nivel internacional.

¿Se ve este movimiento como una rebelión contra los poderosos?
-Creo que no está focalizado directamente en personas, sino más bien en cambios estructurales, en cambios en el modelo, y por lo tanto, cuando un señor Cueto, presidente de LAN, dice que es partidario de una reforma tributaria, vamos para adelante. No está focalizado en personas.

Pero sí hay un descontento con las instituciones democráticas, con los partidos políticos
-Claro. Hay un descontento con el sistema, el modelo, las instituciones, hay un descontento por las isapres, las AFP. Cómo es esto de que por cuestiones del sistema neoliberal y de la especulación neoliberal, de repente alguien no pueda jubilar. Hay un descontento y es más o menos similar al que pasa en otros países.

¿Se podría hacer un paralelo entre cuando se creó la FECH, que pretendía democratizar algo muy oligarquizado, y lo que pasa ahora?
-Es que yo diría que más que oligarquía, porque la oligarquía es un concepto que tiene que ver con el pasado, hoy día hay más bien una plutocracia, que es el valor del dinero. Yo no diría que Paulmann o Lucksic son la oligarquía. Son la plutocracia, que es distinto. Aquí hay un modelo que tiene muchos problemas y que afecta a la gente y que tiene un déficit de origen. De repente a uno le dicen “usted está pegado en el pasado, usted está criticando el origen”. Pero de qué estamos hablando. El pasado tiene importancia. El origen de lo que uno vive tiene importancia, y sobre todo cuando ese origen ha sido impuesto.
ENADE

A propósito de plutocracia, hace poco fue la Enade. Lo más comentado fue que los empresarios dijeron que “la voz del pueblo es la voz de dios”
-Creo que trataron de sintonizarse un poco, sería curioso asistir a escuchar qué dicen ahí. Hay una preocupación. Ya el propio temario, sin conocer lo que se dijo, revela una cierta preocupación. Voz del pueblo, voz de dios… yo creo que eso es bien discutible. Hasta Pinochet invocaba permanentemente a dios. Pero es revelador que haya una cierta preocupación ya que hay un descontento que tiene múltiples formas. Por un lado un distanciamiento de la política como ejercicio del poder, pero no de lo político, que es lo transversal, lo comunicacional, las conversaciones, el estar ahí.

¿Por qué este distanciamiento de la política?
-Por varias razones. La política se ha mass-mediatizado. En uno de los capítulos finales de esta “Historia de las ideas…” muestro cómo la mass-mediatización de la cultura ha afectado a la política, cómo los personajes de la televisión y de la cultura de masas son candidatos virtuales a distintos cargos. Cómo, por ejemplo, aquí las transformaciones políticas han estado vinculadas a lo que pasó con el reality de los mineros, o lo que pasó con Juan Fernández, que de alguna manera puso en jaque al propio movimiento estudiantil, y que son fenómenos de comunicación masiva.

¿Y?
-Y entonces, cuando se ven los fenómenos de rating y un cierto acomodo de los políticos tradicionales a esos fenómenos, uno se distancia. Cuando se ven además los beneficios que tienen, y cómo se dan las vinculaciones o las no vinculaciones con el movimiento social, cómo hay un dirigismo incluso central desde Santiago y desde las cúpulas de los partidos respecto a las provincias, uno se empieza a distanciar, incluso de los propios comentaristas políticos.

¿Se ve este movimiento como una rebelión contra los poderosos?
-Creo que no está focalizado directamente en personas, está más bien focalizado en cambios estructurales, en cambios en el modelo.

¿Qué ideas predominan en este clima social actual?
-Hay distintos escenarios posibles. Un escenario -con el que yo no estoy de acuerdo- es que esto se ha leído como un triunfo del gobierno. El gobierno tiene el 25%, por ahí, y lo que está haciendo es afiatar su sector, porque con ese porcentaje no puede hacer más. Si no afiata su sector, baja al 15%. Pero yo creo que no es un triunfo del gobierno, creo que es un triunfo de un movimiento con perspectivas. De todas formas hay que tener cuidado con las divisiones internas entre el grupo estudiantil. Un movimiento social, para tener éxito y lograr transformaciones, tiene que sumar. Y eso requiere una conducción política fina y requiere una perspectiva. En ese sentido la historia enseña, porque esos momentos de fracaso temporal en gran medida se han debido a divisiones internas.

Pero este movimiento lleva más de seis meses, es bien transversal y no ha sucumbido a la presión de las “ultras”. ¿Cómo se logra y cómo se mantiene eso?
-Siempre van a haber posturas diferentes, pero si tú enfatizas lo fundamental, que es cómo logramos transformar esas estructuras impuestas en todos los planos, que de alguna manera no perjudiquen a la mayoría de las personas. El tema del endeudamiento, de la educación pública, municipal. Por ahí Ena von Baer insiste mucho en que no podemos liquidar la educación privada, subvencionada, porque la evidencia es que todos la prefieren. Precisamente, que se prefiera la educación particular es justamente el demostrativo de que hay que fortalecer la educación pública, que es más laica, que no está permeada con ideologías extrañas, religiosas, y que al mismo tiempo tiene un sentido más cívico y más democrático. Esos son los cambios de fondo por los que hay que luchar. Se ha colocado todo eso sobre el tapete, y eso es una gran virtud. No es fácil cambiar la agenda.

DEMOCRACIA TUTELADA

¿Cómo ves la reacción del mundo conservador ante las demandas actuales? En Chile los económicamente liberales tienden a caracterizarse por ser muy conservadores valóricamente.
-Creo que el mundo neoliberal respecto a la moral está un poco dividido. Lo muestra lo que está pasando en Renovación Nacional, donde hay una especie de levantamiento contra su presidente Carlos Larraín, que es una especie de fundamentalista de la moral.

En tu libro hablas de que la gente antes formaba su identidad a través de los partidos políticos. ¿Qué pasa ahora?
-Es que los partidos políticos en algún momento representaron demandas sociales, al mismo tiempo que pueden haber coartado ciertas demandas. Hoy día los partidos políticos, en lo que va del retorno de la pos dictadura, no han representado demandas sociales, por ejemplo, que voten los chilenos que están en el extranjero. Es difícil identificarse así. El gobierno, la UDI fundamentalmente, cometió una cosa que es de película: pedir que para votar hubieran venido cada cierto tiempo a Chile. ¿Cómo se valoriza la identidad chilena? Las identidades de los chilenos que están afuera y aplauden un partido de la Roja ¿Son chilenos o no son chilenos? ¿Quién tiene derecho a votar? Toda esa es una discusión premoderna. Lo moderno es que todos los chilenos que estén afuera puedan votar. Y esa demanda la comparte la mayoría. La demanda de terminar con el sistema binominal, de la inscripción automática, son pequeñas demandas que no cambian la totalidad del sistema. En ese tipo de demandas yo creo que hay un cierto apoyo, pero no son las cuestiones fundamentales, que son salud, trabajo y educación.

¿Es necesaria una revolución para que haya reforma?
-Los que hemos vivido el Golpe no queremos eso. Las fuerzas armadas chilenas son extremadamente poderosas comparativamente. Se han beneficiado con la ley del cobre por muchos años. Tú ves los regimientos, están pintaditos, los jardines cuidados, los autos que se manejan son jeeps, los casinos. No queremos que esas armas que han financiado el cobre y los chilenos en desmedro de otros aspectos se usen contra las mayorías. Una revolución, que significa prácticamente una guerra civil, yo por lo menos no la quiero. Y creo que la mayoría no la quiere. El Golpe fue una cuestión terrible, fue ver muertos en las calles, saber que el Estadio Nacional estaba convertido en una cárcel. Nadie quiere eso. Creo que hay que ir por otro camino.

Este año han habido episodios violentos en las manifestaciones.
-Eso no ha sumado. Incluso algunos participantes del movimiento han tratado de parar eso. Por otro lado, el gobierno y los medios de comunicación lo han utilizado hasta el cansancio. Y por otro lado -y nosotros hemos tenido experiencia aquí, yo fui vicedecano un largo tiempo-, yo tuve constatación de que entre los encapuchados se infiltraban carabineros. Han habido infiltraciones. Entonces, dado ese contexto, hay que pensar que para obtener logros, para cambiar, hay que sumar.

Pero también ha habido mucha represión.
-Sí, que no es casual, busca exacerbar los ánimos. Este movimiento se ha caracterizado por tener ideas más originales para manifestarse. Eso es así. Las manifestaciones han sido efectivas y alegres. De eso no cabe duda.

¿Cómo han actuado los medios de comunicación frente a las movilizaciones?
-De dulce y de agraz. Algunos han tenido que abrirse a la evidencia. Las filmaciones han mostrado la alegría y la festividad, pero también han enfatizado la violencia. Lamentablemente en eso hay que culpar a la Concertación, que tuvo la oportunidad de fortalecer a La Época y a algunas otras revistas y que siempre privilegió los diarios tradicionales para el avisaje, tiene una cierta responsabilidad. Si tú me preguntas, ¿hay un diario de masas, verdaderamente democrático, y de circulación nacional?, te digo que se podría estar mucho mejor de lo que estamos. Y yo responsabilizo en gran medida a gente de la Concertación.

¿Como Tironi, por ejemplo?
-Tú sabes que todos estos que alguna vez fueron partidarios del modelo, Tironi, Brunner, de alguna manera… Brunner escribió incluso un tratado justificando el mercantilismo en la educación superior. Una investigación, desconociendo incluso datos que eran fundamentales, como lo que sucede en Finlandia, donde es fundamentalmente estatal, pero transformando ciertos datos. Y ahora como que se quieren plegar de alguna manera, están buscando acomodarse.

La Concertación entonces se saltó el tema de la educación, los medios de comunicación. ¿Qué pasa con la Concertación?
-La Concertación se llamó Concertación de Partidos por la Democracia, un nombre interesante, pero solamente yo diría por una democracia restringida, tutelada. Debería haberse llamado Concertación de Partidos por la Democracia Tutelada. Ese habría sido el nombre correcto.

Carlos Peña ha hablado de que es el mismo mercado el que ha permitido que la gente ser rebele contra el mercado.
-No estoy totalmente de acuerdo con eso. Carlos Peña es un gran defensor del Festival de Viña. Creo que vivimos una hipertrofia de la cultura de masas. He estudiado el caso de la alcaldesa de Pelarco. Qué es lo que pasó en esta comuna criolla, que Sernatur la pone como la típica comuna chilena. Qué pasó con la alcaldía de Raquel Argandoña ahí. Qué fue el concurso Miss Pelarco. Cómo fue que se llevó el formato de Miss Universo, cómo se instaló el tema del glamour en muchachas campesinas, y qué significó en términos de anclaje identitario. Esta hipertrofia de la cultura de masas ocurre en casi todo el mundo, pero no al nivel que aquí. A mí me parece francamente tragicómico que se haya enterrado una cápsula para el 2110 en la Plaza de Armas y que las figuras fundamentales sean Don Francisco y el perrito de Lipigas, por votación popular en Internet. Eso dice bastante del país.

¿Cómo podemos ubicar a Chile respecto a los demás movimientos del mundo?
-El movimiento chileno ha tenido un reconocimiento, los dirigentes han sido invitados, hay dirigentes muy lúcidos como Jackson, y han sido reconocidos. Está en la agenda internacional, y está creando una reflexión sobre el tema, sobre lo político y sobre la política, y sobre el distanciamiento que hay entre ambos, y entre la política y los movimientos sociales. Aquí hay un tema que es el de la globalización. Internet tiene que ver con eso, las nuevas tecnologías. El problema es cómo se administra esta globalización en función de los intereses reales del país. ¿Por qué no hemos podido fortalecer un bloque comercial, internacional, con los otros países de América Latina? ¿Por qué estamos tan separados? Esto nos hace más vulnerables.

¿Chile se ve muy aislado dentro del panorama latinoamericano?
-Claro, está el mito del país excepcional. Que viene del siglo XIX y que estuvo presente en la Guerra del Pacífico, está incluso en la carta a Jamaica de Bolívar. Es de sentido común estar bien con los vecinos. Hay problemas que se están discutiendo con criterios premodernos, como la relación con Perú y Bolivia, con un chovinismo nacionalista, eso no ayuda.

¿Qué le falta a Chile para entrar más en lo regional?
-Aquí en la época de Pinochet estuvo un historiador, Johnson, que dijo una frase que hizo mucha mella en esa época, pero que siguió haciendo mella en la época de la Concertación. Este señor Johnson dijo que si se ponían en un hospital dos enfermos en una misma cama, no se mejoraba ninguno de los dos. Entonces, que había que distanciarse de los países vecinos y mirar a los países exitosos. Yo todavía recuerdo un editorial de Joaquín Lavín en El Mercurio que se llamaba “Bye Bye Latinoamérica”, y que aparecía Chile mirando hacia los tigres asiáticos. Ha habido una ideología económica de no creer mucho en el Mercosur. El tema es complicado, es verdad, pero yo creo que es de sentido común las alianzas y el trabajo conjunto con el resto de Latinoamérica.

A propósito de Joaquín Lavín. ¿Cuál es el valor de que siga existiendo la universidad pública? La Universidad de Chile está en un periodo difícil, ¿cómo se podría revalorizar eso?
-Está en crisis porque fue despojada en la época de Pinochet. Este edificio en que tú estás -la Facultad de Filosofía y Humanidades- era la biblioteca del antiguo Pedagógico. El antiguo Pedagógico era de la Universidad de Chile, las sedes de provincias eran de la Universidad de Chile. En este país ha habido una política, que yo la comparto, de reparación histórica. El Estado, las arbitrariedades que cometió, las reparó. Incluso a quienes les quitaron los fundos de la Reforma Agraria. A los partidos políticos que les quitaron las sedes se les devolvió, aquellos que sufrieron gravísimos problemas de Derechos Humanos, también se les reparó. Pero la reparación histórica no ha funcionado respecto a las universidades estatales. Hay ahí un problema, una lucha que va a ser larga, pero que la vamos a seguir dando y que no se termina ahora. Resulta inaceptable que se haya mantenido la ley del cobre con los precios que alcanzó el cobre, y que se haya dado el 10% a las Fuerzas Armadas, con un financiamiento extraordinario, y que se haya desprotegido a otras instituciones estatales.

¿Por qué se pasa por alto la situación de las universidades públicas?
-Porque son en su gran mayoría universidades laicas y por lo tanto no están vinculadas a un credo determinado, porque son pluralistas y porque son democráticas incluso en su funcionamiento. Y eso a la derecha la asusta. La operación que se hizo con el Pedagógico fue una operación política, el Pedagógico desapareció. El sistema de formación de profesores se empobreció, por razones políticas, porque no era derechista. La derecha ha llevado una campaña en contra de las universidades públicas. Creo que de repente las universidades públicas son un poquito autocomplacientes, y yo no estoy de acuerdo con eso.
Hay que decir que tenemos que mejorar.

¿Qué pasa con este salvajismo de la proliferación de las universidades privadas?
-Esto tiene su origen en la ley de 1981, también en una regulación blanda. Aquí existió un consejo superior de educación. Siendo académico de la Universidad de Chile se me pidió un informe sobre la Uniacc, donde el profesorado era la Yolanda Montecinos y ese tipo de profesores. Era un buen instituto de comunicación, yo hice un larga argumentación para que no se aceptara como universidad y para que se mantuviera en instituto. Y también una defensa a los institutos profesionales, había una suerte de arribismo al transformarse en universidad. El consejo de educación superior, manejado por la Concertación, no tomó en cuenta para nada eso y nunca más me pidieron un informe. Entonces se fue dejando saltar la valla, hubo una regulación blanda. Cada vez era más fácil instalar una universidad que instalar una Pyme o un quiosco de diarios. Pero es muy distinto tener como patrono de la universidad a Andrés Bello que a Gerardo Rocha.

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