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Cultura

21 de Diciembre de 2011

Palabras privadas que te dirijo en público

A quien debo yo el deleite que salta y aviva mis sentidos cuando despertamos y el ritmo que gobierna el reposo de nuestro dormir, el respirar al unísono de amantes cuyos cuerpos huelen el uno al otro que piensan los mismos pensamientos sin necesidad de lenguaje y balbucean el mismo lenguaje sin necesidad de significado. […]

Germán Carrasco
Germán Carrasco
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A quien debo yo el deleite que salta
y aviva mis sentidos cuando despertamos
y el ritmo que gobierna el reposo de nuestro dormir,
el respirar al unísono
de amantes cuyos cuerpos huelen el uno al otro
que piensan los mismos pensamientos sin necesidad de lenguaje
y balbucean el mismo lenguaje sin necesidad de significado.
Ningún maligno viento invernal congelará
ningún torvo sol tropical marchitará
las rosas de la rosaleda que es nuestra y sólo nuestra
pero esta dedicatoria es para que la lean los demás:
éstas son palabras privadas que te dirijo en público.
T.S. Eliot

En el documental sobre la Mistral ella dice muy corta de genio que los poemas para niños no pueden estar muy bien escritos y de inmediato uno asocia eso con el pudor que Dana tenía a hablar en español y a expresar su amor a la Mistral. Si el metraje encontrado y las filmaciones a la casa están bien o mal utilizados en el filme de María Elena Wood es tarea de críticos, aunque hay una toma de un árbol nudoso y femenino que me pareció rimar preciso con la obra de la poeta y su relación con Dana.

Uno imagina a la Mistral disfrutando con esa habla niña y sensual que tienen los que luchan por expresarse en una segunda lengua, como los padres que disfrutan los balbuceos de sus niños, el dadaísmo y la ternura del punk más crudo y analfabeto de los inicios. Según Andrés Andwandter, los verdaderos poetas usan desmañadamente el lenguaje, y en eso residiría su gracia porque desde ahí abren mundos y sentidos, desde ese uso raro o aparentemente torpe del idioma, como en Trilce o las Dream Songs, Tala o el piano de Thelonious Monk. Uso raro que luego se hace intencional y deviene maestría, ya que el estilo no es otra cosa que sacarle partido a los propios defectos.
En el amor, en el luto y en la infancia no se habla de corrido: la voz apenas sale, se repiten las cosas, se balbucea, se duda: eso es poesía. Por eso la repetición de Dana diciéndole te quiero como cinco veces seguidas a la Mistral.

Esa repetición, así como la serialidad mantrica o pop y los géneros menores como la carta o el lenguaje de la intimidad, son más genuinos como poesía que otros chamuyos como la parte pajera de la academia o el voluntarismo de los que tienen alma de ejecutante. Pero la poesía (la novela, el cine) no es sólo sentarse a hacer las tareas, como entienden esos esmerados ejecutivos y júniores de la palabra; el voluntarismo no es oficio. Con respecto al lenguaje íntimo, recuerdo las cartas a Nora Barnacle de Joyce llenas de diminutivos tiernos y pornográficos que algunas parejas se leen en la cama. Como dice Eliot: amantes que piensan los mismos pensamientos sin necesidad de lenguaje/ y balbucean el mismo lenguaje sin necesidad de significado.

Para los que quieran disfrutar el mantra y la repetición, recuerdo Slow Song for Mark Rothko, de John Taggart. Yo, que no tengo ninguna tendencia a lo psicodélico ni fumo yerba, caigo en la hipnosis de ese magnífico poema. El riesgo es que esas interjecciones, repeticiones y lenguaje no verbal, combinadas con unas cucharaditas de Juan Luis Martínez y vanguardias europeas varias, se pueda convertir en escapismo puro y duro (escapar de lo íntimo y de lo político). Un narrador chileno encontraba un alivio el fin de la poesía concreta y sonora. Hoy queda poco de esas cosas, apenas una revista chamuyenta en donde se mezclan idiomas uno nunca entiende con qué propósito y en donde nadie comprende nada de nada. Queda poco de todo eso que hoy sólo provoca sonrisas simpáticas que no llegan a la sorna. Aún así, nunca falta el primer libro de un autor adolescente que hace cosas como poner una página en negro para expresar un luto o cualquier pendejada por el estilo. Personalmente, creo que con el lenguaje escrito hay suficientes posibilidades y problemas.

Según Pablo Torche, toda esa cosa era para esquivar cualquier tema íntimo o político, para sacarle el cuerpo a los sentimientos porque a cierta gente le cuesta expresar emociones en primera persona y jamás escribirían –ni camuflados en una máscara poundiana– un poema de amor y menos de deseo sexual ni revelarían nada de su intimidad en su escritura. Están castrados de la capacidad de hablar de lo personal, pero hay otra gente que puede. Piénsese en el cine documental chileno, en Diario de Muerte de Enrique Lihn, que es básicamente filmarse muriendo.

Dana, Mistral y amigas graban una conversación, que uno imagina se desarrolla a esa hora después de comer y antes de ir a dormir. ¿Por qué habrán documentado de esa manera un diálogo cotidiano? Documentaron para no negar su amor aunque jamás hicieron gala ni uso de su homosexualidad. Documentaron por no negar ese amor y sin traicionar esa relación, en una grabadora gigante de cintas, me imagino, que probablemente manejaban apenas y que se obligaron a olvidar para hablar tranquilas. O para escucharse cuando una estuviera ausente o como quien graba una sesión de trabajo. Lo hicieron a esa hora quieta en donde los arces multiplican y atenúan sus matices bajo ese cielo calipso infotografiable. Uno no puede dejar de pensar en cuál habrá sido la intención que tenían cuando grabaron eso, consciencia del registro quizás para calmar la angustia o afán de dejar alguna evidencia -para ellas mismas o para quien encuentre muchos años después esa grabación- de que ese amor existió. Me parece que no hay exhibicionismo ni traición a la intimidad en ese hecho.

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