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Opinión

11 de Enero de 2012

Nanas puertas adentro: el domicilio de la esclavitud

La impugnación del estatus y trato a las empleadas domésticas fue la última señal revolucionaria de 2011. La sociedad se espantó, aunque lo sabía, de saber que en Chicureo se podía dar un trato no sólo despreciativo, sino además institucionalizado en su discriminación. El directorio del lugar señaló que una lectura literal de la normativa […]

Alberto Mayol
Alberto Mayol
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La impugnación del estatus y trato a las empleadas domésticas fue la última señal revolucionaria de 2011. La sociedad se espantó, aunque lo sabía, de saber que en Chicureo se podía dar un trato no sólo despreciativo, sino además institucionalizado en su discriminación. El directorio del lugar señaló que una lectura literal de la normativa interna podía generar un efecto discriminatorio que no habían notado. Ese Chile, donde todas las miserias se habían hecho invisibles, funcionales, constantes e inexpugnables; es el que se comenzó a desplomar en el año 2011. El discurso de las clases altas sobre ‘la nana’ como un ser privilegiado en su quehacer, choca con la realidad que indica que sólo el 58% de las empleadas puertas adentro tiene contrato, mientras el 34% de las trabajadoras puertas afuera lo tiene. Su precariedad no sólo tiene relación con el tipo de vínculo con el empleador, sino además con el salario mensual: las 92 horas semanales de trabajo de las empleadas domésticas puertas adentro suponen un ingreso promedio de $172.410 pesos, a unos $1800 pesos la hora (Encuesta CASEN). A las empleadas domésticas puertas afuera les va un poco mejor con el valor de la hora, pues su promedio de $127.912 pesos y sus 52 horas de trabajo semanal, le permiten llegar a $2500 pesos mensuales. Claro que los patrones dicen que las empleadas puertas adentro no tienen gastos y es todo para ellas. Y claro, está difícil tener gastos si no se tiene vida. La semana tiene 168 horas y si sumamos la jornada laboral efectiva de las trabajadoras puertas adentro más las horas de sueño (56 en total) obtenemos 148 horas. Eso significa que tienen para sí 20 horas, menos de un día.

El máximo de horas semanales que la ley tolera para las empleadas domésticas puertas adentro es de 72 horas, pero ya vemos que la realidad supera la norma en 20 horas. Haciendo la contabilidad, las empleadas domésticas puertas adentro trabajan en un régimen semejante a las 98 horas semanales de los trabajadores mineros de principios del siglo XX en Chile. Es cierto que las condiciones laborales de estos últimos eran peores en lo físico, pero al menos no estaban obligados a encariñarse y condolerse con los propietarios de su yugo.

El trabajo de empleada doméstica determina la vida de quienes han optado o se han visto empujadas a esta actividad. El 53% de las trabajadoras puertas adentro están solteras, mientras entre las puertas afuera se llega al 29%. No pueden elegir una vida, no pueden construirla. Sus vidas son definidas en otro dormitorio, el de sus ‘patrones’, propietarios sin contrato de sus horas de vida.

Estos datos son, en todo caso, sólo la punta del iceberg. Tras ellos hay relaciones afectivas y marcos culturales que consolidan una esclavitud no sólo por imposición, sino por opción. El préstamo de otras vidas que la convivencia supone para las empleadas domésticas genera perversiones más complejas, pues no sólo tienen dolor, sino también insano placer. En cualquier caso, los últimos acontecimientos, la impugnación del marco normativo que subyace a la denuncia de las empleadas de Chicureo, es una señal más del tamaño de la transformación que acontece en el Chile actual.

Alberto Mayol, sociólogo y académico Universidad de Chile. Colaboradores investigativos: Javiera Araya, Carla AzÛcar.

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