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Opinión

19 de Enero de 2012

¡Arre, caballito, arre!

¿Qué pensará Sebastián Piñera? ¿Cómo funcionará su cabeza? Mal que mal, acá el presidente se supone que pone la música, aunque últimamente se le vea mareado por las luces de la discoteca. ¿Qué pretende realmente su gobierno? Los representantes de las distintas tendencias de la Coalición por el Cambio se han esforzado por explicarlo, pero […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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¿Qué pensará Sebastián Piñera? ¿Cómo funcionará su cabeza? Mal que mal, acá el presidente se supone que pone la música, aunque últimamente se le vea mareado por las luces de la discoteca. ¿Qué pretende realmente su gobierno? Los representantes de las distintas tendencias de la Coalición por el Cambio se han esforzado por explicarlo, pero como cada uno cuenta una historia distinta, no se sabe qué pensar. ¿Peleará por sacar adelante una reforma al sistema binominal o acatará las órdenes de los patriarcas de la Alianza?

Desde los tiempos de la locomotora que Piñera viene sosteniendo la necesidad de reformarlo, cuando todavía ningún militante de su sector lo secundaba. Se supone que él era distinto y que el suyo no sería un típico gobierno de derecha, según argumentaban los más cercanos y entusiastas. Al parecer, embrujados por la buena onda y las universidades norteamericanas, menospreciaron el poder de las tradiciones. El liberalismo libresco y superficial de los salones, ha debido enfrentar la cara severa de sus parientes “respetables”. En pocas palabras, lo que se ve es un gobierno titubeante, de algún modo atemorizado, y no precisamente por el ronroneo de la oposición, sino más bien por los rugidos de sus aliados. Piñera y Hinzpeter tienen una historia de conflicto con la Udi y la derecha dura. Sus redes de afecto e influencia no llegan demasiado lejos.

Si los lonkos de la tribu tocan la trutruca, unas gotas les humedecen los pantalones. Han conquistado territorio, hay que reconocerlo. Llegaron, de hecho, a la presidencia de la república, lo que puede, o no, significar la llegada al poder. No creo que haya un miembro del gabinete contrario a cambiar el binominal. Ni Longueira, que dicho sea de paso, ha estado calladito en esta pasada. Los coroneles, al desembarcar en La Moneda, dejaron el partido en manos de generales. Fueron Jovino Novoa y Carlos Larraín los que se aburrieron de la tontera, porque Coloma, seamos francos, parece el mozo de Jovino. Los papás de la Udi y RN, los adultos dueños de casa, para quienes la chacota tiene un límite, se han encargado de poner los puntos sobre las íes: el binominal no se toca, decretaron.

¿Qué hará el primer mandatario? ¿Se atreverá a contradecirles y empujar el buque para que sucedan las transformaciones en que supuestamente cree, y generar complicidades que los enfurezcan, de ser necesario? ¿O es que no cree lo que dice que cree? Porque ésa es otra hipótesis que ronda por la plaza: que como buen comprador y vendedor de acciones, lo suyo es el precio y el momento, o sea, el oportunismo más que las convicciones profundas. La única vez que se ha montado en el toro fue con el Acuerdo de Vida en Común (AVC), pero el hecho apenas resonó, porque en buena parte de “su” prensa, los que mandan también son los lonkos. Y estos lonkos no se andan con mariconadas.

Trataron de hacer pasar, como quien no quiere la cosa, el cambio de la palabra “dictadura” por “régimen militar” para referirse al período de Pinochet en los textos escolares. En El Mercurio, su principal órgano de difusión, aparece Büchi a cada rato explicando los fundamentos del modelo. No se compran la monserga de la educación pública, no vibran de entusiasmo con la participación popular, “igualdad” es un vocablo que suena desafinado cuando lo pronuncian. Sus obsesiones se llaman crecimiento económico y seguridad ciudadana. El que hayan aumentado los robos durante la actual administración, debe enrojecerlos de vergüenza. En fin, les carga Piñera, y Piñera carga con ellos: se le subieron en la espalda, y “¡arre, caballito, arre!”, le gritan sin contemplaciones, mientras el penco relincha juramentos que muy pocos entienden, y ya nadie cree.

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