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Opinión

22 de Enero de 2012

En defensa del narcocorrido

Por Por Juan Carlos Ramírez-Pimienta, www.revistareplicante.com Pocas producciones culturales existen, como el corrido, tan apropiadas para interpretar el carácter del mexicano, sus ideologías, sus miedos, su noción de heroicidad, así como muchos otros rasgos distintivos. Desde hace décadas, es del mundo del narcotráfico de donde abreva el corrido sus señas de identidad más visibles. Los […]

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Por Por Juan Carlos Ramírez-Pimienta, www.revistareplicante.com

Pocas producciones culturales existen, como el corrido, tan apropiadas para interpretar el carácter del mexicano, sus ideologías, sus miedos, su noción de heroicidad, así como muchos otros rasgos distintivos. Desde hace décadas, es del mundo del narcotráfico de donde abreva el corrido sus señas de identidad más visibles. Los corridos de la Revolución han pasado a ser vistos como los buenos y auténticos mientras que los de nuevo cuño, los que giran alrededor del narcotráfico, si acaso son percibidos como herederos bastardos.

La verdad es que la heroicidad de los protagonistas de corridos revolucionarios no fue siempre tan clara y prístina como muchas veces se da por sentado. Una prueba de lo anterior la encontramos fácilmente en la figura del michoacano Inés Chávez García, quien para unos fue un criminal y para otros un gran revolucionario (algunos corridos lo muestran como sanguinario asesino y otros como héroe). Por cierto, el mismo Chávez García tenía su compositor de cabecera, así que los llamados corridos “comisionados” o “por encargo” no son un fenómeno que se inició con el narcocorrido. Un cargo menos.

Al narcocorrido se le demoniza como si fuera causa y no reflejo de una realidad. El desconocimiento y la impunidad con que se generaliza sobre este género raya lo inverosímil y sería muy difícil de encontrar en relación con otro tema de tanta importancia para un país. La respuesta no es prohibir los narcocorridos. Hay que tratar de entender por qué son una música tan escuchada, tan comprada, qué le ofrece el narcocorrido a los millones de personas (sobre todo jóvenes) que pagan un boleto para escucharlos en concierto, que compran un disco compacto (pirata u original), que pasan horas escuchándolos y comentándolos en internet.

Más aún, es imperativo tratar de responder qué les está haciendo a las señas de identidad del mexicano el continuo trato con el narcotráfico. Sorprende, por ejemplo, que más antropólogos no estén escribiendo sobre los cambios en las culturas indígenas cuyas tierras han sido tomadas por los narcocultivos, que más sociólogos no estén estudiando el impacto de la violencia en ciudades como Tijuana o Ciudad Juárez o en pequeños pueblos que hace tan sólo algunos años eran lugares tranquilos. Sé que parte de la respuesta es la inherente peligrosidad de hacer estas investigaciones, pero hay también una clara negación de estas problemáticas.

Una de las consecuencias de la llamada guerra contra el narco iniciada a fines del 2006 por el presidente Felipe Calderón es que el narcocorrido ha retornado a tratar confrontaciones armadas y de voluntades y ya no se concentra casi exclusivamente en lo festivo (aunque sigue habiendo mucho narcocorrido festivo tanto en la vertiente del narcocorrido hyphi como en la asociada con el movimiento alterado). Yo mismo señalé en un par de ensayos al filo del milenio que el corrido con temática de narcotráfico estaba en un proceso de cambio, que cada vez trataba menos de enfrentamientos y contrabando para concentrarse en mostrar la vida placentera y las fiestas de los narcotraficantes.1 En efecto, los años noventa fueron años de relativa poca violencia entre los diferentes cárteles y entre éstos y las distintas policías y ramas de las fuerzas armadas. Fueron años de “tucanazos”, de corridos festivos de Los Tucanes de Tijuana que hablaban de celebraciones, como “La piñata”, que trataba de ostentación y exceso:

Le hicieron una piñata
a un jefe de alto poder.
Pa’ festejar su cumpleaños
de todo tenía que haber.

Pero también de relaciones de trabajo amistosas o al menos cordiales entre los diferentes grupos delictivos, como en “Fiesta en la sierra”:

Los jefes de cada plaza
ahí estaban reunidos.
No podían fallarle al brother,
era muy grande el motivo.
Festejaba su cumpleaños
en su ranchito escondido.

Otros corridos de esos años hablaban de la impunidad que se goza en las altas esferas del narcotráfico, de las complicidades del gobierno. Seguramente el ejemplo más sobresaliente fue “Jefe de jefes” de Los Tigres del Norte:

Yo navego debajo del agua,
y también sé volar a la altura.
Muchos creen que me busca el gobierno,
otros dicen que es pura mentira.
Desde arriba nomás me divierto,
pues me gusta que así se confundan.

La génesis de los narcocorridos son los corridos de contrabando de fines del siglo XIX e inicios del XX en la frontera de México y Tejas (no los corridos de la Revolución, como tantas veces se lee). La imagen del héroe del corrido nació ligada al desafío de los monopolios. En el caso de los corridos de contrabando se cuestionaba el monopolio de quién podía exportar e importar de un país a otro. En muchos otros corridos se cuestionaba el monopolio del uso de la violencia. Muchos protagonistas de corridos lo fueron al hacerse justicia por propia mano cuando supieron que no la obtendrían de las autoridades. Asimismo, hay también un intento del Estado de monopolizar la representación del narcotraficante. Las autoridades se adjudican el derecho exclusivo de contar las vidas y muertes de los narcotraficantes y así, a voluntad (o capricho), los muestran muertos y vejados o presos y sonrientes. Los narcocorridos ofrecen una imagen contra-hegemónica del narcotraficante. Algunos podrían argüir que esta representación es menos confiable que la oficial pero desafortunadamente ése no ha sido siempre el caso. Las autoridades han creado ficciones tan fantasiosas como algunos narcocorridos (ejemplo claro, el programa televisivo El Equipo). Por cierto, en un futuro cercano, cuando intentemos reconstruir la memoria histórica de esta guerra algunos narcocorridos van a ser una fuente invaluable para saber qué pasó y cómo… y cuáles fueron las verdaderas lealtades de algunos, tanto de la mafia como del gobierno.

El universo del narcocorrido es inmenso. Los hay desde aquellos que hacen una apología más que descarada de algún narcotraficante hasta los que se lamentan de la violencia. Tratar de darle un solo sentido al fenómeno no sólo es limitado sino que lleva a graves generalizaciones. El corpus es tan extenso que seguramente se puede encontrar narcocorridos para apoyar casi cualquier cosa. Lo que sí es innegable es que la raíz de la narcocultura es económica. Cualquier persona con dinero, sin importar el origen de la fortuna, puede ser un héroe en una sociedad empobrecida. En las casi dos décadas de estudio del narcocorrido una cosa me ha quedado clara; en las épocas de bonanza económica la popularidad de estas canciones decrece. Ya desde los corridos tequileros se explicaba el contrabando por la falta de oportunidades económicas. “El corrido de los Bootleggers” es un tema grabado por primera vez en los años treinta:

Me puse a pensar señores
que trabajo ya no había.
Tenía que buscar mi vida
si el Señor me concedía.

La popularidad del género es inversamente proporcional a la capacidad del gobierno de ofrecer oportunidades de bienestar a sus ciudadanos. Cuando se crea un vacío del Estado de bienestar como resultado de la implementación de políticas económicas inadecuadas la ambivalencia ética prevalece. La incompetencia de los gobiernos que abrazaron doctrinas económicas neoliberales provocaron, para muchos, la racionalización del tráfico de drogas como medio aceptable para alcanzar una mejor vida lejos de la pobreza. El sueño de la razón neoliberal ciertamente produce monstruos.

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