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Opinión

24 de Enero de 2012

Diamela Eltit y el libro sobre Karadima: “Los obispos que legó son una bomba de tiempo”

Ilustración: Marcelo Calquín El Marqués de Sade describió las grietas perversas alojadas en las instituciones que estructuran el aparato social. Porque, de manera recurrente, en esos espacios se practica exactamente lo mismo que se combate. La Iglesia Católica es una de esas poderosas instituciones. Junto con su importancia cultural, ha sobrevivido a un conjunto impresionante […]

Diamela Eltit
Diamela Eltit
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Ilustración: Marcelo Calquín

El Marqués de Sade describió las grietas perversas alojadas en las instituciones que estructuran el aparato social. Porque, de manera recurrente, en esos espacios se practica exactamente lo mismo que se combate.
La Iglesia Católica es una de esas poderosas instituciones. Junto con su importancia cultural, ha sobrevivido a un conjunto impresionante de crisis que contienen los “pecados” que ha buscado redimir. Los espeluznantes crímenes cometidos por la Inquisición, la codicia, los odios y las intrigas entre las congregaciones, la lujuria, las patologías sexuales de sus sacerdotes y monjas, el lujo extremo de sus elites eclesiásticas y las conspiraciones para acceder a múltiples poderes están ya inscritos y han dado origen a numerosas producciones culturales no sólo de índole histórica sino también artística.

En Chile, el conflicto entre iglesia y sexualidad fue abordado por Augusto D’Halmar en su libro “Pasión y Muerte del Cura Deusto” (1924) que es considerada una novela pionera en abordar la homosexualidad en el continente. Y, desde luego, “El Río” (1962) de Alfredo Gómez Morel, y su elocuente y experiencial relato acerca de sacerdotes pedófilos.

El caso Karadima gravita en la esfera “sadiana”. Ya el libro de la destacada periodista María Olivia Mönckeberg, “Karadima, el Señor de los Infiernos” (Editorial Debate, 2011), abordó las infracciones realizadas por el párroco. Ahora la publicación de “Los Secretos del Imperio de Karadima”, de Mónica González, Juan Andrés Guzmán y Gustavo Villarrubia, de Ciper, contiene una iluminadora investigación basada en entrevistas y documentos jurídicos tanto de los denunciantes del sacerdote como también de testigos citados en el juicio. En este texto se organiza un diagrama que recoge la genealogía del poder que acumuló Karadima, un poder fundado en la ecuación más clásica de todos los tiempos: sexo, clase y dinero.

El libro relata las formas en que Karadima se validó y convocó a las influyentes elites. Más allá de un conjunto inicial de contactos personales, la lectura del libro permite pensar que su poder (teatral, performático) se desplegó a partir del escenario de un crimen. Porque su protección a un prófugo de la justicia, Juan Luis Bulnes, comprometido en el asesinato del general Schneider en 1970, lo habilitó como héroe eclesiástico del pre golpismo.

Bajo su dirección, la parroquia de El Bosque se convirtió en un lugar donde el poder se medía a sí mismo mediante la homogeneidad de las identidades ideológicas. La religión no era sólo expresión de fe sino también moneda de cambio para transacciones económico-sociales.

La parroquia operó como un espacio de convergencia para la derecha más acaudalada. Pero, junto con prestigiar socialmente su parroquia y luchar por extender sus influencias hacia otros espacios eclesiásticos, Karadima cultivó, a lo largo de los años, sus peculiares controles sobre grupos de “sus” jóvenes que actuaban según las reglas de sumisión que caracterizan a las sectas. Fueron esos jóvenes los elegidos para multiplicar el poder de su protector.

La lectura del libro permite ingresar a la metodología de este poder que a lo largo de décadas repitió un rígido esquema. Karadima se rodeaba de jóvenes similares (apuestos y provenientes de la alta burguesía) que eran definidos por el prelado como “regalías máximas”. Estas “regalías” conseguían el ascenso como sacerdotes o bien se mantenían como laicos casados ocupando un lugar preferencial en la parroquia.
Para alcanzar ese estatus, Karadima estableció códigos de obediencia que contemplaban privilegios (viajes, acceso a departamentos, cargos internos) pero también les inoculaba una zona de inestabilidad para mantener así la dominación total sobre su grupo de elegidos.

Sus “regalías máximas”, de acuerdo al testimonio de los denunciantes, mantenían con el sacerdote distintos grados de contactos sexuales que se realizaban en la habitación del párroco mientras las otras “regalías” esperaban su turno en los pasillos. Así, entre la oración, la confesión y el sexo se iba formulando una jerarquía súper influyente que hoy cuenta con cinco obispos “creados” bajo la fórmula Karadima.

Estas prácticas sexuales en las que participaron jóvenes imbuidos por la fe vulneraba una de las condiciones en que se funda la estructura de la iglesia católica: el celibato. La posición de maestro de Karadima (independientemente de la homosexualidad explícita o reprimida de los jóvenes) configuraba el delito de acoso y de abuso sexual. Sin embargo, estas infracciones hacia los jóvenes funcionaron exitosamente porque la cúpula de la Iglesia misma mantuvo no sólo pactos históricos de silencio sino además tendió consistentes redes de protección.

Los relatos del libro que recogen el funcionamiento de esta cofradía no dejan de tener un tono marcadamente kitsch y, en parte, la larga dominación de Karadima recuerda los delirantes guiones de los filmes de Pedro Almodóvar que oscilan entre el absurdo y la parodia tragicómica. La cohorte de discípulos jóvenes del cura enfrentados a dirimir permanentemente el rol de “regalía máxima” muestra de manera lateral la competencia incesante entre ellos y posiblemente una estela de resentimiento y rencor por la llegada de “regalías máximas” más jóvenes que ejercían el recambio vital y generacional.

En este sentido, una de las voces más complejas del libro la constituye Verónica Miranda, cuyo esposo, James Hamilton, fue por veinte años amante de Karadima. La presencia de esta esposa en el escenario intensamente católico parece haber sido puramente funcional. Su figura operaba como una mera pantalla para proyectar hacia fuera la comedia burguesa familiar.

Sin embargo, fue ella la que precipitó la caída de uno de los espacios parroquiales más valorados por la alta burguesía local. En su relato es posible leer una perseverancia que terminó por derribar al pequeño imperio (con rasgos pintorescos) de Karadima.

De manera fina, su testimonio pone en jaque la lealtad de su marido y, especialmente, muestra que el semillero sacerdotal creado por Karadima y que tanto lo prestigió como reclutador de almas, puede contener las mismas prácticas de abuso sexual practicadas por el maestro durante sus agitadas sesiones como director espiritual.

El legado de Karadima a la iglesia de cinco obispos y de otras “regalías máximas” (sacerdotes y laicos) parece ahora una verdadera bomba de tiempo, Sus protegidos ya están expuestos a una forma de escrutinio público, que, a su vez, no dejará de operar como vigilancia en torno a sus actividades.

Recientemente, Monseñor Ezzati, fiel al mandato compasivo del cristianismo, visitó al monje caído en desgracia y le llevó chocolates, posiblemente para endulzar el “retiro” que cumple en un lugar que le debe resultar realmente deprimente al ex párroco: un convento de monjas.

La Iglesia Católica va a sobrevivir a lo que puede ser considerado desde el punto de vista de su historia como un “detalle”, pero no cabe la menor duda que otro escándalo similar va reaparecer una y otra vez por los siglos de los siglos.


LOS SECRETOS DEL IMPERIO DE KARADIMA
Juan Andrés Guzmán, Gustavo Villarrubia, Mónica González
Prólogo de Carlos Peña
Ciper / Catalonia / Udp
2011, 478 páginas

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