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Opinión

13 de Febrero de 2012

Qué imagen demanda la época

Alguien me llamó para mostrarme un video en el que aparecían unos primermundistas dándole una paliza a un inmigrante. Esta exhibición grotesca -y hecha entre risas y comentarios del tipo “cáchate esta parte”, “la zorra”, “pal pico”- me pareció tan fuera de lugar que por un momento me dieron ganas de hacerle lo mismo que […]

Germán Carrasco
Germán Carrasco
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Alguien me llamó para mostrarme un video en el que aparecían unos primermundistas dándole una paliza a un inmigrante. Esta exhibición grotesca -y hecha entre risas y comentarios del tipo “cáchate esta parte”, “la zorra”, “pal pico”- me pareció tan fuera de lugar que por un momento me dieron ganas de hacerle lo mismo que salía en el video al gracioso que me lo mostró. Hay gente cuya afición es ver esas cosas: una alemana racista en el metro, un suicida en pleno parlamento de un país de Europa del Este, un ejecutivo golpeando a su mujer delante de todo el mundo en un restaurante, unos infames quemando a un niño que robó algo en algún lugar de Centroamérica, la policía brasileña, la policía mexicana, la policía gringa, la estresada y enferma policía de Hinzpeter. Tampoco se trata de hablar, de leer, o escribir como parte importante de los noveleros de hoy: “Mi novia, ya en Santiago, todavía conserva la arenita en el zapato de nuestro viaje a la playa, y en su piel el aroma a las especies del restaurante vietnamita”, “Hoy vi los árboles del fundo en Santa Cruz, escuché los pájaros y me dormí en la hamaca”, etc. Pero las otras imágenes violentas son un golpe bajo, no sirven y uno queda choqueado, como después de leer un deprimente y grisáceo poema de Pepe Cuevas, sus poemas son como una especie de zumbido similar al de una vieja quejándose de su lumbago y de las costumbres de los jóvenes de hoy en día.

¿Qué imágenes necesita uno cuando pierde la fe en la gente? ¿Cuál, cuando uno anda con la resaca de las intensidades? Tal vez una toma larguísima donde descanse la mirada y las pasiones. No lo sé. La vida ya es bastante difícil sin sesiones de snuff encubierto, quizás en parte a causa de las tramas y veleidades varias urdidas por estos mismos pasteles que escriben en light o en grado cero, que redactan en clarito pero no saben de fair play; que han trabajado en puestos altos en IBM, en el CEP y en general para el empresariado pinochetista, que añoran la arquitectura oligárquica y desprecian a los que accedieron a un Paz-Froimovich.

Sus imágenes de arenitas en el zapato o de las figuritas zen que recortan él y ella, el abecedario de magnetos en el refrigerador con haykúes, las alusiones a la poesía clásica, las traducciones de poetas latinos y todas esas mamadas pueden a uno dejarlo con una sensación aún más amarga si uno anda deprimido; mucho más amarga que ver por ejemplo una pelea de krav magah, jiu-jitsu o alguna de esas cosas; curiosamente, hay psicólogos que recomiendan ver esos combates cuando se anda con el ánimo bajo, dicen que ayuda. Estos noveleros de miniaturas parecen sacados de una tienda de decoración del drugstore. Hay algo que definitivamente no rima; por un lado se escribe de esa manera y por el otro existe una sociedad donde la gente se saca los ojos con las manos (incluidos ellos y sus recopilaciones misteriosas, como ese astuto intento de imposición de canon que se llama Gutiérrez). Entonces, en este intríngulis, por un momento dan ganas de ponerse a ver películas snuff en el cable, o no: peleas de krav magah, vale tudu y esas cosas que, según algunos especialistas, suben el ánimo. Personalmente, me sucede que cuando ando por los suelos me aparecen casi solas esas imágenes rayanas en el snuff en el compu, así como también aparece gente loca hablando cosas raras, uno imanta con su ánimo a la muerte al parecer, quizás uno quiere tocar el fondo del asco en esas imágenes morbosas, escenas de xenofobia, homofobia, violencia contra las minas, latinoamericanos que hablan mal de los otros países (porque eso sucede: cada latinoamericano ve al otro como el espejo roto de sí mismo, los demás son bárbaros, homófobos, xenófobos, machistas, etc. Todos ven así a sus vecinos de país, la gente que no conoce el país que recién pisa y que no se encargó de conocer es la primera en caer en eso. Y estamos hablando de gente que puede decirse profundamente progresista. Si no conozco la realidad de Latinoamérica, mejor no me refiero a ella, dijo por el contrario un prudente Toni Negri en este insigne pasquín).

Ante los prejuicios entre países, aplico un pequeño exorcismo para quedar liviano, no importa si no tengo tolerancia a las arenitas en el zapato y los árboles en miniaturas, pseudo-haykúes y tilingadas a granel, ¡voy a leer poesía española! Medito, respiro, pienso que los catalanes de la editorial DVD tienen una buena colección de traducciones (no sólo traducen hits y sandías caladas), entonces voy a leer los poemas de esos traductores, eso haré. Sí, señor. No creo que todos tengan ese fraseo pesado, ese amaneramiento y lentitud que los hace repelentes. Voy a buscar y encontrar. Es un acto de sabiduría tratar de disfrutar y comprender eso. Casi como aprender otro idioma, abrir de verdad la cabeza.

Pero siempre hay imágenes que lo movilizan a uno, que le suben el ánimo y lo sacan a uno del asco, uno percibe ese instante de revelación. Esas imágenes se llaman cine, se llaman poesía. Las demás son avivadas.

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