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Opinión

15 de Marzo de 2012

Chile: donde el feto es rey

Quizás sea que pertenezco a esa porción de chilenos, como dice el presidente Piñera, con “maldad en el alma”, pero no consigo entender tanta devoción por el embrión. Cuando la pasión por el feto llega al extremo de defenderlo pasando por alto la salud física o sicológica de la madre, la perplejidad da pie a […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Quizás sea que pertenezco a esa porción de chilenos, como dice el presidente Piñera, con “maldad en el alma”, pero no consigo entender tanta devoción por el embrión. Cuando la pasión por el feto llega al extremo de defenderlo pasando por alto la salud física o sicológica de la madre, la perplejidad da pie a la furia. Acá no son pocos los casos de mujeres que obligadas por la ley deben padecer el embarazo completo de una criatura que no tiene posibilidad ninguna de nacer y existir. Sus testimonios son escalofriantes. Los países que prohíben el aborto terapéutico se cuentan con los dedos de una mano. Son países como El Salvador o Somalía, o El Vaticano, donde los embarazos son poco frecuentes, y de suceder, tremendamente embarazosos. Ninguno de ellos, por cierto, le suele servir de ejemplo o modelo a los defensores de este sometimiento estricto de los cuerpos ajenos.

En los países a los que se supone que aspiramos parecernos, hace rato que se puede abortar. Ya Sócrates defendía que era un derecho de las mujeres. Aristóteles llegó a una conclusión sorprendente: que el feto masculino se convierte en humano a los 40 días, mientras que el femenino a los 90. En Roma se consideraba persona solamente a los nacidos, por tanto el aborto era lícito. Se le reconocían, sin embargo, algunos derechos al nonato. Si la madre, por ejemplo, era condenada a muerte hallándose preñada, recién podía ejecutársela tras el parto. Otros, como los aztecas, sancionaban a los abortistas con la pena capital. Ya en el siglo XVIII varias naciones legalizaron el aborto. El año 1920 lo hizo la URSS y los estados escandinavos a partir de la década del 30. Durante los 60, buena parte de los así llamado países desarrollados siguieron el mismo camino.

Los últimos fueron Alemania, Italia y Holanda en 1981. España y Portugal quedaron rezagados, aunque a estas alturas ya están al día. En resumen, eso que acá es visto como una causa de inmorales, con mayores o menores restricciones, hoy es prácticamente un acuerdo mundial. Resulta cansador insistir en los argumentos filosóficos que sustentan este derecho: la libertad individual, la soberanía sobre el propio cuerpo, etc., etc., o, así le cueste reconocerlo a algunos, la distancia sideral que hay entre un óvulo fecundado y un ser humano propiamente tal. Sin duda que en ese huevo está la matriz de una persona, pero no es lo mismo talar un árbol que pisar una semilla. A ratos circulan argumentos francamente escandalosos.

La pasión religiosa lleva a algunos a sostener que para ellos el embrión es tan persona como la mujer que lo gesta. Para mí que son sólo desmedidos afanes de control. Salvo para los tiranos que buscan herederos, la muerte de un feto no se compara con la de una hija o una esposa. Otro dato: hasta hace algunos años, los abortos clandestinos eran la principal causa de muerte femenina en Chile. Actualmente, se llevan a cabo más de 200.000 por año, es decir, una tasa que duplica la de Canadá y EE.UU, donde es legal. Todavía hoy, no es raro que se realicen utilizando técnicas tan primitivas como insalubres y peligrosas. Nada indica que legalizándose el aborto, aumente su número. En Holanda disminuyeron.

No obstante, entre nuestros políticos de todas las tendencias, cunde un extremo cuidado a la hora de discutir el asunto. La controversia, cuando mucho, se adentra en los casos que médicamente lo justifiquen, y quienes lo defienden en esos casos, gastan litros de saliva en explicar que sólo hasta ahí llegan, como si avanzar un poco más (en las mujeres violadas, por ejemplo), ya pusiera en tela de juicio su respetabilidad. Como dijo alguien por ahí, si los hombres nos embarazáramos, desde hace rato sería un problema zanjado.

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