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Cultura

20 de Marzo de 2012

Cuento de cómo se escribe un poema en Chile

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En primer lugar, debo sentir un profundo odio y/o desprecio contra algo significativo, negativamente hablando, es decir, ubicar un objeto descomposicional preciso para someterlo a diversos juicios de descriptividad que impliquen su puesta en catástrofe. Obviamente se trata de un objeto antropomórficamente determinado. Me preocupo de no tomar copete ni consumir ninguna sustancia sicotrópica, eso viene después, cuando sobreviene el éxtasis celebratorio o depresivo (o cuando la huevá esté relativamente lista). Me conecto concentradamente en ese objeto odioso y convoco a su campo semántico respectivo, lo que me provee de las imágenes necesarias para la construcción de las columnas versales.

El archivo retórico surge o se actualiza a partir de esta fórmula operativa y la conchesumadre. Ejemplo: la política o la cosa pública suele ser de interés para los que escriben poemas. De esa zona del discurso puedo extraer imágenes tales como la de un pueblo que se alza contra la injusticia, al modo del cuadro “La libertad guiando al pueblo” de Delacroix (tetas incluidas). Quizás algo como esto: “El padre, que ha dejado a la familia en casa / empuña un palo del que pende una bandera humeante…”. Partamos por eso, por ahora, aunque es un poquito blando. Aquí el hablante lírico ha optado por un enunciado de carácter levemente épico.

El poeta ha tomado partido, qué duda cabe. Su proyecto es, por ahora, hacer abandono de cierto registro de la subjetividad, que suele caracterizar a la poesía vernácula del momento, aunque no del todo, e ingresar a las áreas de lo políticamente correcto, que es lo culturalmente aceptable. Este poeta, y esto no hay que olvidarlo, hace mucho rato que tiene plena conciencia que aquí no hay ingenuidad ni trasnochado desprendimiento romántico, que el bardo de ahora es un deseoso de poder (político), que ya no corre el poeta marginal del siglo XX, ahora manda el rapsoda con voluntad de power y con capacidad de lobby, aunque en el registro social todavía algo se puede rentar de lo que queda de aquella imagen de supremacía moral de la poesía (o de lo poético), aunque ya es un poquito tarde. Se le viene a la mente al poeta la economía real, debe buscar pega concretamente, y eso lo bajonea.

Aún así intenta otros versos que de a poco debieran conformar una estrofa de un largo poema, en verso libre obviamente, aunque también proyecta escribir sonetos por un tema curricular. Quizás el poema se intitule Himno Patagónico, porque piensa y asume que esa es la actitud lírica que corresponde al momento cultural que se vive. Los otros versos buscan la humedad y los colores locales, con metáforas que aludan a la rudeza de la vida en esos parajes, sobre todo a los problemas de las vías de comunicación. En una de esas mencionar al cóndor y al huemul, a los volcanes, por cierto, que debe haberlos. Recuerda que tiene que consultar una guía caminera Turistel para ver unas referencias topográficas y toponímicas. Escucha los ronquidos de su mujer y recuerda que tiene que entrar al gato. Abre la puerta de calle que da a un pasaje y escucha el maullido del animal, al que desprecia profundamente, pero al que debe cuidar porque es parte del orden interno. Se le seca el hocico y toma un vaso de vino, ya es tarde, no quiere quedarse dormido, pero lucha contra el sueño. Sabe que el vino no le ayuda, pero no lo puede evitar.

El ruido de la ciudad lo distrae, un camión, una sirena, un disparo. La cantidad de perros que ladra es enorme, hacen más ruido que los vehículos que todavía transitan. Es de madrugada. Recuerda que su barrio precordillerano alguna vez fue bonito, se proyectaba hacia la cordillera y tenía un trazado rural que lo hacía muy atractivo. Se rasca las bolas y recuerda que hace rato está reteniendo las ganas de mear. Va al baño, mea y le vuelve ese dolor de mierda. Otro recuerdo, debe ir al policlínico para que lo vea el médico. Se le ocurre otro verso, uno que contiene una imagen incendiaria de los acontecimientos. Cae en la cuenta que la situación revolucionaria que se estaría gestando puede ser un buen trampolín para su proyecto poético, más aún, su vida depende de la cagada que tiene que quedar en nuestros territorios. Ojalá el país se paralice, piensa. Él no es de los poetas académicos o de los eventistas-proyectistas que son clientes del Estado culturoso (análogo al Estado docente y al Estado de bienestar), aunque sí debe reconocer que le gusta la escena recitativa, adora las tablas, incluso hasta se emociona cuando declama, el muy hijo de la conchadesumadre.

Siente que se le va la vida en la recitada enfática y violenta. Es cercano a la institución partidaria que le pone la plataforma para dicho teatro, por usar una imagen de otro vecindario cultural tan histérico como el de los poetas (el de los teatreros). Y la primera parte del poema ya está medio concluida, y alude a ciertos registros de la intimidad, conflictuados por las condiciones objetivas. Recuerda que debe actuar (o leer, o declamar, es decir, practicar la oralidad poética) en el bar El Chanchito de Tierra, que queda en el límite de su comuna con otra, y en El Roquerío Angustioso de Valparaíso, en una jornada solidaria con el movimiento social en marcha.

El verso libre termina por vencerlo y opta por la prosa, le es más cómodo contar historias que la pulsión lírica o la subjetividad con filtro sicoanalítico, como que en esa área le falta formación, por eso no se atreve tanto. La madrugada también lo derrota. Duerme. Y la que ha roncado gran parte de la noche lo despierta por la mañana temprano y lo manda a comprar el pan.

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