Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

2 de Abril de 2012

No quiero que ores por mi

Quiero escribir algo sobre Daniel Zamudio y no sé qué. Pienso en temas posibles: el discurso supuestamente progre que se burla de neonazis morenos (tienen que ser rubios y entonces así sí) /la discriminación/la violencia/qué se yo, pero las columnas implican tesis, implican inteligencia, implican estar suficienteme afuera como para poder tirar la hipótesis certera […]

Camila Gutiérrez
Camila Gutiérrez
Por

Quiero escribir algo sobre Daniel Zamudio y no sé qué. Pienso en temas posibles: el discurso supuestamente progre que se burla de neonazis morenos (tienen que ser rubios y entonces así sí) /la discriminación/la violencia/qué se yo, pero las columnas implican tesis, implican inteligencia, implican estar suficienteme afuera como para poder tirar la hipótesis certera y fría, y el problema es éste: yo estoy suficientemente adentro.

Tan adentro que no sé bien por donde empezar, cómo armar una historia lineal a partir de fragmentitos.

Por eso parto desde el final.

Es martes, 27 de marzo, y todo se acaba. Estoy en la premiere de Joven y Alocada -soy una de sus guionistas, soy la persona en la que se inspira la historia- y siento, muy emocionada, muy con dolor de cabeza, que la hueá, el proceso, el camino o como sea que se llame a eso que empezó desde que me propusieron hacer una película basada en las historias de mi fotoloc-basado en la historia de mi vida se termina hoy. Salgo de la premiere, todavía dolor de cabeza, todavía emoción, y me dicen: murió Daniel Zamudio.

Odio cualquier frase que empiece con “la vida” pero la vida tiene sincronías raras. Eso pienso cuando sé lo de Daniel. Lo pienso en colores: si su muerte hace que se hable de ciertas cosas desde un hecho negro. Joven y Alocada lo hace -o me gustaría que lo hiciera- desde un lugar fucsia. Negro, fucsia y -de pronto- las imágenes rápidas de algunos días de los últimos meses.

Un día: Gato Juanito y Pato Frez -evangélicos- están animando sobre el escenario de la Marcha por la familia -una suerte de respuesta a Acuerdo de Vida en Pareja, a las marchas gay, a la pérdida de valores, etcétera, etcétera, etcétera- en la que se juntan evangélicos, católicos-muy-católicos y neonazis, y uno no sabe (o sí) por qué un evangélico o un católico-muy-católico está en la misma vereda del neonazi mientras los gays están allá, lejos, cruzando la Alameda.

Otro día: Antaris Varela, la “Camila Vallejo evangélica” -diría la Revista Ya meses después-, le grita a Piñera “Está legalizando el pecado” y el pecado es el Acuerdo de Vida en Pareja.

Otro: llevo meses sin decirle a mi familia, evangélica, que trabajo en el guión de una película de mi vida, llevo años sin decirles que soy gay, llevo casi toda una vida escondiendo -aunque suene a frase cuma- quien soy de verdad, llevo años sin darme siquiera cuenta yo de quien soy, de que soy lesbiana porque la represión que viene de afuera (el pack evangélico: colegio evangélico, iglesia evangélica, familia evangélica) rebota adentro; llevo todo eso cuando mi mamá me llama dos días antes de irme al festival de Sundance con la película para preguntarme: “¿Eso de joven y alocada tiene que ver contigo?”

Otro más: Todo mejora. Todavía no sé que existe Daniel Zamudio -todavía el apellido Zamudio es uno desconocido para todos- y estoy frente a una cámarita junto con la Marialy, directoradelapeli, grabando un video para el proyecto Todo Mejora, que busca que los niños-niñas-ni tan niños-ni tan niñas gay/lesbianas no se desesperen, no se suiciden cuando los hueveen, cuando se rían, cuando la familia no los acepte; porque todo, todo, todo de verdad mejora.

Y en es pienso -en eso trato de pensar, en que mi vida también debería mejorar- cuando llega otro día más. Me entero de que existe Daniel Zamudio, que tiene dos años menos que yo, que le sacaron la chucha por ser gay, que lo que le hicieron es tan terrible que no lo puedo ni escuchar. Conozco a sus papás, los entrevisto y me pasa lo que pocas veces: no es gente a la que conozca, entreviste y después salgan de mi vida como nada. La mamá de Daniel, Jacqueline, es buena y ama a su hijo. El papá, Iván, es bueno y pareciera tener que reconciliarse de golpe con todo lo que para él era difícil aceptar de Daniel.

Entonces vuelvo casi al final: es martes, día de la premiere, en la mañana. Leo que Antaris Varela dice en la Revista Ya que hay que orar por mí y pienso, ya de noche, al terminar la función, que no necesito su oración. Que Daniel tampoco la necesitaba. Que ninguna lesbiana, ningún gay que conozca necesita la oración de nadie. Que -y esta no es una tesis; es una obviedad- sólo se necesita, sólo necesitamos que no nos hueveen más.

Notas relacionadas