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Opinión

4 de Abril de 2012

“Guatemala se ha vuelto a llenar de camiones con soldados armados hasta los dientes”

Estuvo en Chile, en la Cátedra Bolaño de la UDP para dictar una conferencia sobre una novela que, según cuenta acá, ya no está seguro de querer escribir. Nacido en Ciudad de Guatemala en 1958, Rey Rosa es autor de libros siempre distintos y distinguidos, como “El cuchillo del mendigo”, “Agua quieta”, “La orilla africana”, “El material humano” y, recientemente, “Severina”, la historia de una alocada ladrona de libros con la que el vendedor de los mismos sicosea en mala. Pero acá conversamos sobre todo de Guatemala y la violencia. Y de la justicia maya.

Vicente Undurraga
Vicente Undurraga
Por


Foto: Alejandro Olivares

“Ycasi todos del MIR”, dice con ligero asombro Rodrigo Rey Rosa mientras, dando pasos cortos y girando sobre su propio eje, lee las pequeñas placas que en la vereda, frente a la casona de Londres 38, recuerdan el nombre y la militancia de quienes fueron torturados hasta morir en el recinto de la DINA que ahí operó entre septiembre de 1973 y septiembre de 1974. No hace más comentarios que ese, más bien mira atento y escucha, porque es persona de pocas palabras y también porque todo lo que tiene que decir sobre esa violencia, ese horror, esa vileza, ya lo ha dicho, y con seguridad lo seguirá diciendo, en sus libros que, no siendo de denuncia ni mucho menos, pueden ser vistos en su conjunto como un reflejo del despiadado continente en que vive y entonces, lo dijo Bolaño, leyéndolo “uno no puede sino pensar en todo el horror que se ha vaciado sobre Guatemala, la abyección y la sangre”.

Rey Rosa, escritor y traductor guatemalteco que no admira nada a su coterráneo y Premio Nobel Miguel Ángel Asturias (por xenófobo y latero), estuvo en Chile para dar una conferencia. Antes estuvo en Argentina en un encuentro literario. Allí, en Rosario, Horacio Castellanos Moya (hondureño) y Rey Rosa vieron un inusitado hecho policial. Francisco Goldman (norteamericano de madre guatemalteca que también anduvo en Argentina y luego vino a Chile a terminar un perfil de Camila Vallejo para The New York Times) me dio esa información, agregando entre risas que al parecer Rey Rosa y Castellanos Moya andarían con una nube de violencia centroamericana encima.

¿Qué pasó en Rosario?
-Estábamos en una terraza precisamente hablando de que era una ciudad muy tranquila cuando pasaron corriendo unos cinco chicos, muy cerca de nuestra mesa, casi tocándonos, tanto que yo me revisé el bolsillo y le dije a Horacio “saca la pistola que son delincuentes”. Y en eso oímos “pah” y ese silencio que se hace después de un balazo en la calle. Y luego “pah, pah, pah”. Gente que estaba en la esquina, como a veinte metros de nuestra mesa, se tiró al suelo y entonces vimos pasar una moto con un tipo tirando al aire. Resulta que en la esquina había un banco del cual estaba saliendo un empresario con una bolsa con dinero -esto lo leímos al día siguiente en el periódico-. Iba con guardaespaldas, pero igual le tiraron dos balazos y le quitaron la bolsa. El guardaespaldas le tiró a uno de los asaltantes, al que iba atrás, que se cayó de la moto. Lo mató. Y a una señora que estaba ahí de mala suerte la hirió no sé si un balazo o una esquirla.

OJOS ABIERTOS
Hay una cita del polaco Adam Zagajewski sobre la que discurres en “El material humano” (Anagrama, 2009), tu investigación narrativa sobre los archivos policiales hallados en Guatemala: “Describir nuevas variedades del mal y del bien; he aquí la magna tarea del escritor”.

-Sí.

¿Cómo tomas esa “magna tarea”?
-Cada tiempo tiene su violencia específica y uno tiene que seguirla atento. Yo la tomé mientras investigaba el archivo policial. En ese trabajo archivístico hay para mí una mezcla de curiosidad y de mala conciencia, pues estaba escarbando en la herida de otros. Pero con eso en mente el trabajo se vuelve una investigación tendiente a interpretar o buscar una explicación, una causa remota, de la violencia. En Guatemala hay un tipo de violencia distinto.

¿Distinto de cuál?
-A diferencia de lo que pasa en Honduras o El Salvador, en Guatemala hay una violencia étnica, que viene de una manera despectiva de ver a la gente que no tiene el poder económico y social: los indígenas. Son ellos los que han sufrido esta violencia particular.

Que no solo es física.
-No, claro que no, tiene todos los signos. Guatemala, que tiene un 60% de indígenas, depende y vive de ellos, pero los desprecia y los masacra cuando hace falta. Creo que eso diferencia la violencia guatemalteca de otras latinoamericanas. La de México se parece a la de Guatemala por el componente étnico.

¿Y la de Honduras?
-En Honduras es social, una violencia de clase, pero no tiene el signo de la raza.

Se puede hacer una conexión entre la de Guatemala y la violencia que hay en Chile, que es clasista, pero también racista, como la que se ejerce contra los mapuches.
-Claro. Se ejerce más violencia mientras más diferente se sienta la gente que la ejerce respecto a la gente que la sufre. Creo que acá la población mapuche está en ese mismo caso. Pero hay una diferencia. Acá es una minoría, mientras en Guatemala es una mayoría. Hay una contradicción en eso.

Una mayoría oprimida durante siglos.
-Sí. Incluso antes de la llegada de los españoles había en mi país una estructura muy opresiva.

En alguna entrevista dijiste que, por todo esto, te costaba entender la existencia de narrativas latinoamericanas que no contuvieran de alguna manera esta violencia.
-Sí. La clase alta vive en un aislamiento, en una irrealidad tal que puede permitirse una literatura que no hable de esa violencia, porque está muy protegida y ni siquiera la perciben. Es una tara eso en todo caso.

¿Suscribes la idea de que la literatura tiene un cierto deber con respecto a su tiempo?
-Es la magna tarea que decía Zagajewski.

¿Que consistiría en qué: en describir, en reflejar, en conjurar esa violencia?
-Por lo menos en verla. Mostrarla. Pero no creo que sea algo que uno se propone. Simplemente es lo que te pasa si vives ahí. Lo absorbes y de cierta manera terminas trabajando con eso. Es un problema de absorción o de falsedad.

¿Cómo de falsedad?
-Si no la pones, es falsedad. Luego, claro, la violencia se refleja de muchas maneras. Incluso la locura es una forma de escape o de reacción. Y no es que tengas que hablar de la violencia de una manera histórica o analítica, pero aparecerá: es lo que va a ocurrir si tú vives ahí plenamente con los ojos abiertos, como debe estar un escritor.

A eso apunto, a esa idea del escritor como alguien que debe estar con los ojos abiertos.
-Hay muchas clases de escritores, tú puedes ser un escritor autista incluso, pero hasta un niño percibe esa violencia hoy día. Dado el grado de violencia que existe, es muy difícil aislarse. Y si tú te propones aislarte, estás faltando…

¿A qué?
-Pues a la verdad.

EL EJÉRCITO EN LA MESA
Dejando la literatura, ¿se te ocurre alguna salida a toda la violencia que campea por el continente, especialmente por Centroamérica?

-La salida es siempre imprevista. No creo que nada de programa vaya a cambiar ese tipo de violencia. Puede haber un cambio oceánico, digamos. Es por ahora la única salida que yo veo (risas). Sino, una terapia nacional.

Un cambio cultural puede ser una solución más probable contra el racismo que un desborde oceánico.
-Creo que sí, pero eso no está en la mesa ahora. Aunque es cierto que allá la población indígena ha cobrado conciencia y ha tenido en los últimos 15 o 20 años más acceso a educación. En la población indígena hay una capa con dinero, comerciantes, ciertamente no con el poder económico que tiene el empresariado que gobierna, porque en Guatemala todavía el empresariado tiene casi tanta fuerza como… o yo diría casi más que los militares. Aunque los militares han adquirido un poder imprevisto.

¿Imprevisto?
-Los militares trabajaban para los grandes terratenientes y los grandes monopolios y ahora hicieron su rancho aparte; bueno, quebró el Banco del Ejército, pero lograron un gran poder económico a través de la guerra.

¿Cómo exactamente?
-El empresariado tiene que negociar con ellos, por lo que la clase militar ascendió casi al punto de un cambio social; después de haber estado al servicio, ahora están en la mesa. Y siempre hubo una clase indígena dominante. Los españoles al llegar encontraron una pirámide muy bien asentada. En el sentido positivo, todo eso se manifiesta en que hay una clase intelectual indígena, que ya tiene un lugar en los periódicos y un lugar simbólico en los gobiernos.

¿Simbólico?
-Desde la firma de la paz (años 90), el Ministerio de Cultura es para un indígena. Es casi una ley. Rigoberta Menchú jugó en eso un papel muy importante. Todavía no hay un cambio en la estructura del poder, pero sí hay una emergencia, y un enorme miedo.

¿Miedo?
-Miedo de parte nuestra, digamos, lo que exacerba el racismo. Todavía, de todos modos, no es un cambio significativo.

No deja de ser rara una democracia moderna donde un sector que es mayoría absoluta vive tan oprimida.
-Cierto, pero es una mayoría cuya mayoría es analfabeta y pobre y, por lo tanto, oprimida. Aunque Guatemala firmó un
Tratado internacional acerca de los pueblos indígenas, lo que ha permitido un poquito más de campo de acción.

¿Por ejemplo en qué?
-Hay cierta autonomía jurídica, que en la práctica ya comienza a aplicarse. Si tú cometes un crimen en una comunidad donde hay una autoridad maya (se llaman autoridades mayas ancestrales), puedes optar porque te juzguen ellos y no el Ministerio Público.

¿Tienes que ser indígena para optar a ser juzgado por una autoridad maya?
-No, no. En la novela que acabo de terminar, “Los sordos”, sin habérmelo propuesto hay un crimen. Conseguí hablar con un tipo brillante que es estudiante de leyes, pero también él es una autoridad maya en su comunidad, es parte de un Consejo, que son quienes juzgan. Él me explicó que el puesto en el Consejo es hereditario, son familias que hacían eso ya hace 500 años. Están los títulos en los manuscritos coloniales, una especie de constancia de quién es quién y qué tierra es de quién.

¿Conoces algún caso donde esta justicia alternativa se haya aplicado?
-Sí, el de un camionero que mató a un niño en la carretera. Lo aprehende la gente de la comunidad.

¿Y lo linchan?
-No, el linchamiento pasa, pero estos Consejos se oponen al linchamiento. Sí existe el castigo corporal, pero es para corregir la falta, es una violencia, según me dijo este tipo brillante, terapéutica, no punitiva. Él me dijo también que en estos códigos jurídicos mayas, que son para las comunidades tradicionales pero ahora se están abriendo a todos, el principio es reparar la falta, corregir al culpable y reinstalarlo. O expulsarlo. El destierro es lo máximo, la pena de muerte nunca.

¿De verdad no la aplican?
-A veces un brujo la puede ejercer, pero no es un linchamiento. Ahora se ha vuelto una forma de justicia popular el linchamiento, pero no es maya. Generalmente los que incitan al linchamiento son miembros de ex patrullas civiles, paramilitares, que también son indígenas, pero los ancianos del Consejo no.

LA VACA ROBADA
Y el encierro, el encarcelamiento, ¿está contemplado dentro de la justicia maya?

-No, porque no tienen cárceles, pero el trabajo sí. Por ejemplo, un muchacho de 18 años se roba una vaca. Viene alguien y dice “Juan me robó la vaca”. Entonces se investiga. Primero se llama a toda la familia para preguntarle si es posible que Juan haya robado esa vaca.

¿Se llama a la familia del ladrón?
-Sí. Y si es cierto o posible, van a buscar a Juan, lo citan. Y si no llega lo van a traer, ahí sí ya con fuerza. Y le preguntan dónde está la vaca.

¿Y?
-Si la tiene, la devuelve y hay una especie de vergüenza pública. Si ya la mató, entrega el dinero. Y si no hay nada, trabaja los meses que sea necesario para pagar al dueño el precio de la vaca. A veces se castiga al padre por no haber educado a su hijo bien.

¿En serio?
-Si a través de la investigación se averigua que lo descuidaron, que los padres no fueron buenos educadores, a ellos les cae la pena.

¿Aunque sea mayor de edad el hijo?
-No, no. Ahí hay un límite. Pero es un concepto de la justicia muy distinto, porque estás hablando de comunidades pequeñas, donde la convivencia es necesaria y hay que cuidarla. Y si hay un tipo que reincide, lo expulsan. Y si sigue ahí, pues lo pueden matar. Ahí sí ya es una cosa secreta.

¿Cómo?
-Antes de que existiera este acuerdo, normalmente era un brujo el que le daba algo para matarlo, le llamaban el susto, dar el susto. La brujería se emplea en los casos extremos como una manera de aplicar la muerte. O de dejarlos idiotas.

¿Y hasta qué punto la justicia nacional guatemalteca respeta este orden jurídico paralelo?
-Debe respetarlo. Siguiendo con el ejemplo, que está documentado, del camionero que atropella a un niño: lo aprehenden y le preguntan: “¿Llamamos a la policía o te juzgamos aquí?”.

¿Y qué dice el camionero?
-Que lo lleven a la policía, pero antes llama a su jefe y le cuenta. Le vuelven a preguntar y entonces él pregunta qué va a pasar si lo juzgan ellos. Le explican que la madre del niño atropellado lo que quiere son 15000 quetzal, unos 3000 dólares. Entonces se da cuenta que le conviene y acepta. Queda constancia de esta decisión suya, llama al dueño del camión, que paga, y se va feliz.

¿Y la justicia ordinaria lo toma como cosa juzgada?
-Sí, es cosa juzgada. Esto consta como un ejemplo de algo que está sucediendo.

Con otro espíritu, acá existe también una justicia alternativa para juzgar a los indígenas: la justicia militar.
-Ya veo.

OTTO PÉREZ
Guatemala no es el único país donde estas justicias autónomas coexisten. En Bolivia, por ejemplo, también. Hay un código de la OIT que contempla autonomías indígenas. “Como te decía -dice Rey Rosa- casi todos en la justicia tradicional se oponen, incluso ha habido iniciativas de echar marcha atrás, pero no se puede”.

¿Por qué tanta oposición?
-Porque esto también apoya al movimiento.

¿Cuál movimiento?
-El movimiento social más importante que hay en Guatemala ahora es la oposición indígena a la minería a cielo abierto, Guatemala está llena de oro en polvo. Y las comunidades indígenas están matándose porque esto no pase, para lo cual se acogen a este derecho. Debería exigirse, si la ley se cumpliera, una aprobación de las comunidades indígenas para que estos proyectos mineros marchen.

Aprobación que no va a estar.
-Es unánime el rechazo. Todas las consultas populares han dicho no, no, no. Pero ahí sí ha habido una violación de esta autonomía.

Probablemente porque hay mucho dinero de por medio.
-Sí, corrompen a todo el mundo, si tienen más dinero que el país.

Ahí entra a operar una plutocracia.
-Que corrompe incluso a las autoridades mayas ancestrales si es necesario.

¿Ha habido casos?
-Sí. Ha habido líderes que se han opuesto y que de pronto han cambiado de opinión. Pero también se ha producido una serie de linchamientos a la gente que vendió sus tierras, que está negociando con estos mineros.

Mencionaste hace un rato que el Ejército allá tenía un banco.
-Sí, el Banco del Ejército. Quebró, pero durante 25 años operó y era como un reto al poder empresarial.

Qué rareza. ¿Y hoy es un ejército respetuoso del gobierno?
-¿Estás bromeando, che? Bueno, ahora tenemos un presidente nuevo, Otto Pérez.

Es un militar retirado. ¿Qué tal?
-Hay que ver. Es un tipo muy hábil, que ha puesto militares en puestos clave y está haciendo una política social inteligente, o por lo menos está anunciándola. Pero ha echado a andar planes. El principal, que debió haberlo echado a andar el gobierno anterior, de tintes socialistas, es una campaña contra la hambruna.

En algún libro tuyo, un personaje dice que, de seguir como va, Guatemala será un nuevo Haití.
-Sí, así vamos. Guatemala es el país, después de Haití, donde más niños tienen desnutrición crónica, y es un país muy rico. Otto Pérez a la semana de estar en el poder echa a andar un plan para combatir la hambruna, pero a la vez está arreglando el tablero para otro prolongado gobierno. Es un gobierno no militar pero sí de militares. Bueno, su insignia es un puño. Y ya sacó a las tropas militares a circular por todos lados.

¿A circular?
-A hacer retenes de control en todas partes, como hace 20 años.

¿Qué busca, sembrar el miedo?
-Siembra el miedo, pero como hay tanta criminalidad, el populacho está contento. Así siempre ha funcionado esa lógica militar: tranquilizan la cosa pasando por encima de todo, pero como la gente queda tranquila, no hay problema.

Esto de los militares patrullando las calles, ¿es literal?
-En la capital circulan camiones llenos de soldados armados hasta los dientes.

¿Eso es cotidiano?
-Se ha vuelto cotidiano, no se había visto últimamente. En todas las carreteras hay que andar con cuidado. No puedes andar fumando marihuana porque en cualquier momento te paran y te registran, lo que es completamente ilícito, porque es un allanamiento sin una orden. Pero no te vas a poner tú a decirle a cinco soldaditos de 18 años que no, que eso no está permitido. Eso en un momento era impensable, pero como la gente está harta de que ande tanto criminal suelto…

Crecen las atribuciones militares.
-Claro, pero el Ejército no debería hacer eso, el Ejército no está para revisar civiles.

DIOS
Me mencionaste este trabajo de investigación que hiciste para “Los sordos”; antes, para “El material humano”, revisaste archivos policiales y ahora estás metido con archivos siquiátricos, que fue de lo que viniste a exponer a la Cátedra Bolaño.

-Sí, aunque después de la conferencia ya no sé si voy a seguir con eso. Lo tengo que dejar un tiempo, pero sí seguiré visitando los archivos neurosiquiátricos para documentarme.

Todo este trabajo con archivos es nuevo en tu obra.
-Sí, se abrió ahí una nueva brecha para mí de una gran riqueza.

El escritor metiéndosele por los palos a los historiadores no debe gustarle mucho a éstos.
-Sí, no les gusta que uno se meta porque no es seria para ellos nuestra manera de leer esos archivos. No les gusta o lo ven con cierto desdén, pero bueno…

Mala suerte.
-Sí.

¿En qué está “Los sordos”?
-Ya está terminada. Es una historia contada desde el punto de vista de un guardaespaldas.

¿Y en qué estás trabajando?
-Mi proyecto ahora es hacer algo más extenso. “Los sordos” era eso: buscar una temática que exigiera cierta longitud. No por nada, sino para experimentar, para ver qué pasa.

Siendo “El material humano” (180 páginas) tu libro más extenso, ¿a qué te refieres ahora con “cierta longitud”?
-De 300 páginas para arriba. Me lo he propuesto como un pintor que después de hacer cuadros de tal tamaño se propone hacer unos más grandes. Lo interesante es que cuando piensas en esos términos cambia todo, no sólo la extensión.
También tiene que ver con la edad.

Se cumplen 20 años de la edición conjunta de tus libros “El cuchillo del mendigo” y “Agua quieta”, cuentos breves donde Dios es un recurrente tema, lo que proviene, supongo, de tu declarada influencia de Borges.
-Y de mi infancia también.

No es muy usual encontrarse con Dios en las narrativas latinoamericanas contemporáneas.
-Sí, eso era una diferencia. Fui educado en un colegio de jesuitas, y mi familia era de creyentes, pero mi trayectoria me ha llevado a alejarme de eso. Es algo en lo que ya no pienso. Salvo algunas recaídas, me considero ateo.

MINIFUNDIOS Y CHILE
En “El material humano” aparece tu abuelo como un defensor de los minifundios.

-Sí, él era agrónomo. Eso lo descubrí yo justamente por mi trabajo archivístico, pues mi abuelo publicaba sus ideas en columnas. A mi madre, que está muy anciana, le viene a veces la pena –mi abuelo se suicidó– y empezamos a buscar en gavetas. Así dimos con esos textos.

¿Y qué entendía él exactamente por minifundio?
-Con minifundios funcionan las comunidades indígenas. Hubo varias etapas de expropiación de tierras indígenas, porque no tenían los papeles en orden, tierras que se convirtieron en fincas de café. Hubo gente que se oponía a ese monocultuivo masivo; mi abuelo era uno de estos opositores a ese modo de explotación que arruina todo, como antes el algodón: no solo agotan la tierra sino que la envenenan con fertilizantes y pesticidas.

Y uniforman el paisaje.
-Además, claro. Después mi abuelo se volvió sordo y se pegó un tiro.

¿Cómo estuvo la pasada por Chile? ¿Habías venido?
-Estuve en el 2005, pero no vi nada porque estuvo lloviendo los tres días que me quedé. Ahora ha estado todo muy bien.

¿Te llevas algo de acá?
-Un montón de libros.

¿Tienes lecturas chilenas?
-Lihn, Parra, Bolaño. En Guatemala a Parra se le ha leído mucho siempre. Desde que yo me acuerdo, Parra estaba ahí.

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