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Opinión

9 de Abril de 2012

El futuro del liberalismo chileno

¿Dónde están los liberales? se preguntaba Héctor Soto en una columna publicada en La Tercera el sábado 25 de febrero. Con la lucidez que lo caracteriza, Soto hilvana una impecable historia del tránsito del liberalismo en Chile, destacando sus luces y apuntando sus sombras. Su conclusión es desoladora: en la actualidad sería más fácil encontrar […]

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¿Dónde están los liberales? se preguntaba Héctor Soto en una columna publicada en La Tercera el sábado 25 de febrero.

Con la lucidez que lo caracteriza, Soto hilvana una impecable historia del tránsito del liberalismo en Chile, destacando sus luces y apuntando sus sombras. Su conclusión es desoladora: en la actualidad sería más fácil encontrar en suelo chileno un monárquico, un estanquero o un marciano antes que un genuino liberal. La indefinición del gobierno de Piñera sería paradigmática respecto de la inexistencia de una derecha liberal en forma. El reciente anuncio del PPD de abandonar las banderas del liberalismo económico confirmaría que la Concertación es territorio hostil para los liberales consistentes.

A simple vista la tesis de Soto es indisputable. Pero adolece de dos problemas fundamentales. El primero es que ignora que las ideas liberales han permeado en el tejido político y cultural chileno con más éxito que en cualquier otro país de la región. El segundo es que olvida que el fracaso de su propia generación en la construcción de una identidad liberal no constituye designio invencible para los que venimos de entrada.

El liberalismo latinoamericano ha sido sin duda una empresa precaria. Su expresión ha sido fragmentaria: los abogados promoviendo el constitucionalismo y el estado de derecho; los periodistas la libertad de expresión; los empresarios el libre mercado y los economistas la libre competencia; los profesores la libertad de cátedra; los laicos la secularización; los políticos la democratización… mas nadie defendiéndolas todas juntas como un sistema indivisible de libertades. Pero aún sin haberse transformado en el proyecto hegemónico de modernidad –vive en constante tensión con el nacionalismo, el populismo, el autoritarismo y el integrismo religioso- es innegable que al menos en Chile su aliento ha sido resiliente y prevalente.

Al año 2012 Chile es una república democrática con libertades esenciales garantizadas constitucionalmente, una economía abierta al mundo y en proceso de transformarse en una sociedad pluralista, cosmopolita y respetuosa de la diferencia. Y aunque el discurso del mérito y la igualdad de oportunidades todavía es pura lírica, la indignación frente la injusticia en la asignación de recompensas sociales es mucho más visible que en otros períodos de nuestra historia. Se trata de indesmentibles victorias de la doctrina liberal, tan comunes que parece innecesario seguir batallando por ellas. Se han vuelto moneda común, denominación genérica, dato dado.

Si lo anterior es cierto, no parecería imperativo contar con un partido u organización que compita políticamente en nombre del liberalismo. A fin de cuentas, todos están infiltrados –en mayor o menor medida- por las convicciones liberales. Mejor sería seguir operando con espíritu transversal en el campo de las ideas. Pero esta es una mala estrategia. Urge una expresión autoconsciente de su misión: defender lo conseguido ante la nueva arremetida de paternalismos asistencialistas y colectivismos autoritarios, así como luchar por profundizar los espacios de autonomía individual frente a la resistencia tradicionalista y la lotería inmerecida de las posiciones sociales. En esto último, un partido liberal del siglo XXI haría suya una bandera igualitaria que sus antecesores ciertamente no tomaron, introduciendo en ello una auténtica- e imprescindible- novedad histórica en su accionar.

Es verdad: organizar liberales bajo una misma enseña es tan difícil como arriar gatos. Más complejo todavía cuando el eje binominal dibuja un muro que parece dividirlos invariablemente. Una dosis de escepticismo no sólo es recomendable sino que auténticamente liberal. Sin embargo el duopolio que heredamos del plebiscito no es eterno. Un proyecto liberal encuentra campo más fértil en poblaciones más educadas, más conscientes de sus derechos y más conectadas con el mundo. En tanto Chile siga avanzando en esa dirección, bien puede ser que los mejores momentos del liberalismo criollo estén aún por venir.

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#bellolio#Liberalismo

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