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Opinión

19 de Abril de 2012

Los temblores, Parra y El Rey

Los de la ONEMI dicen que el temblor del martes fue grado 6,3, pero unos gringos muy autorizados (USGS) aseguran que fue de 6,7. El comentarista callejero, a estas alturas un experto catador de movimientos telúricos, decretó que se trataba de un temblor de 7º. Se sintió fuerte y largo. No dejó a nadie indiferente; […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Los de la ONEMI dicen que el temblor del martes fue grado 6,3, pero unos gringos muy autorizados (USGS) aseguran que fue de 6,7. El comentarista callejero, a estas alturas un experto catador de movimientos telúricos, decretó que se trataba de un temblor de 7º. Se sintió fuerte y largo. No dejó a nadie indiferente; cuando mucho a los borrachos terminales. Para cataclismo, sólo le faltó ese último sacudón que los chilenos conocemos perfectamente y que arranca el grito unánime de “¡terremoto!”. Las etapas previas a esa constatación son: inquietud atenta, grave y alarma, levantada de la cama y, si la cosa sigue, el alarido en cuestión. Esa noche, como de costumbre, los teléfonos colapsaron. Veinte minutos, a lo menos, para comunicarse con los seres queridos. Muchos corrieron a las calles. Unas turistas nórdicas, aterradas, dieron declaraciones en pijama para Chilevisión.

El temblor sucedió a la hora del noticiero de trasnoche. Matías del Río le contestaba el teléfono a su esposa para tranquilizarla mientras informaba a los televidentes lo que ya sabíamos: que acababa de temblar fuerte. Después vinieron las notas y los detalles. Algunos nos abalanzamos al twitter, convertido hoy en la más rápida herramienta de información, así como en el punto de encuentro de los ansiosos ciudadanos virtuales. Yo creo que no se ha valorado suficientemente lo que acontece ahí: en momentos de miedo, nerviosismo e incertidumbre, una multitud de intimidades viven juntas la contingencia. Muchas aldeas habitan en ese mundo, entre ruca y ruca, donde la vida privada se entremezcla con la pública.

No hemos sopesado, tampoco, lo extraño que es vivir en una tierra que se sacude a cada rato. A estas alturas, los habitantes del país tienen más claro que ninguna autoridad lo que deben hacer en caso de emergencia. A partir de cierto nivel de agitación sísmica, los costeros arrancan a las alturas, sin preguntarle a nadie. El SHOA agrega un dato entre muchos, y ni tan confiable. Durante el último año y tanto, hemos recibido un entrenamiento animal. Ninguna tecnología consigue captar la cantidad de variables que un ser vivo. No existe un medidor más preciso y sabio, en último término, que la intuición natural. La civilización, lo sabemos, es una ficción modesta. Con que la Tierra -alguna vez simbolizada en el cuerpo de un elefante- se zarandee, todas las pretensiones se desmoronan: las ciudades ideales, los hombres nuevos, las tecnologías de punta, la utopía social y la iniciativa individual.

“La Naturaleza no es amable –dice Lao Tse-. Trata a todas las cosas imparcialmente”. A Nicanor Parra le interesa el Tao. ¿Qué opinará de un rey que mata elefantes? Me lo pregunto ahora que viene la ceremonia de entrega del Premio Cervantes, donde se le reconocerá, a fin de cuentas, como poeta de la corona. Yo sé lo que diría, aún sin consultárselo: “No puede seeeeer”. A continuación, desde su terraza en el balneario de Las Cruces, quizás agregaría: “Tao es todo lo que existe y puede existir”. No es nada que los argentinos les quiten a los españoles YPF: imperdonable de verdad es bajar de un tiro en la frente a un animal enorme, con aires de planeta, en peligro de extinción. Según Parra, está viejo para viajar. Según yo, es lo bastante joven y sabio como para no hacerlo.

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