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Opinión

22 de Abril de 2012

El síndrome Andreotti

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¿Es cierto que el poder desgasta? -sonó la pregunta. Es cierto -respondió Andreotti-, pero le puedo asegurar, agregó, que estar fuera del poder desgasta todavía más.

Los partidos de la Concertación probaron esta semana que Giulio Andreotti -el “cardenal laico”, el penúltimo democratacristiano luego de casi cuarenta años de gobierno en Italia- tenía toda la razón.

La pérdida del poder ha surtido en la Concertación efectos disímiles, pero todos, como lo predijo Andreotti, acusan el deterioro. Para algunos -decés y socialistas- el fracaso es fuente de añoranza; para otros -radicales y pepedés- es el comienzo de una experiencia adolescente.

La DC y el PS tienen en común un rasgo ideológico: ambos son socialdemócratas. Creen que la modernización de Chile -capitalista como casi todas las modernizaciones- está bien encaminada. Piensan que hay que corregirla aquí y allá, especialmente en la distribución de ciertos bienes básicos como salud o educación, lo que no es poco; pero en lo fundamental no quieren torcer el rumbo.

No es el caso del PR y el PPD. Estos partidos creen que el rumbo está equivocado. Ellos piensan que estos veinte años se concedió demasiado, que la transición fue una camisa de fuerza imaginaria, pero férrea, que impidió una agenda de cambios más radicales en todas, o casi todas, las esferas de la vida, las materiales y las simbólicas. El malestar en el progreso (como lo llamó la semana pasada The Economist) los ha hecho pensar que ahora sí esa agenda es posible.

Así las cosas ¿cómo se resolverá la candidatura presidencial? Hay varias razones para pensar que Michelle Bachelet debería ser la candidata. La más poderosa es que para triunfar hay que tener capacidad de seducir a la mayoría y esta es una destreza que Bachelet ha demostrado poseer con creces. Pero, como es obvio, si encantar serpientes es una de las principales virtudes del político, ello no basta. Es útil saber convencer a la gente de que el propio triunfo les será personalmente provechoso (si no ¿por qué votarían por ella?), pero también es necesario saber qué es realmente provechoso para la comunidad (si no, ¿por qué esforzarse por alcanzar el poder?).

Sin una respuesta a este segundo aspecto -llamémoslo ideológico- una candidatura presidencial de Michelle Bachelet sólo se justificaría si la próxima presidencial fuera un plebiscito sobre liderazgos carismáticos.

Max Weber empleó ese concepto -en un diálogo con Robert Michels, el autor de la ley de hierro de las oligarquías- para aludir al hecho de que las sociedades modernas, en su opinión, se burocratizarían cada vez más, hasta quedar entregadas a un grupo de expertos que aspirarían a conducirlo todo. El liderazgo carismático, pensó Weber, sería un antídoto contra el poder de la burocracia que, de otra forma, manejaría a su antojo la “jaula de hierro” en que, pensaba él, se convertirían las sociedades modernas.

Pero Chile no es todavía, sobra decirlo, una jaula de hierro, una comunidad de personas enajenadas y rutinarias, sino una sociedad llena de expectativas, esperando que la clase política sea capaz de interpretarla. Así entonces, nada justifica apostarlo todo nada más que a un liderazgo seductor, sin detenerse a pensar en las expectativas que se tratan de satisfacer y las transformaciones que, para ello, habría que impulsar.

Para que una candidatura tenga sentido -para que el empeño por volver al poder tenga sentido- hay que pensar los desafíos que plantea una sociedad de masas que se ha modernizado, donde la gente es cada vez más indócil frente a las élites, donde las formas de vida y las creencias proliferan, el consumo se expande, la desigualdad hiere y donde lo que hasta hace poco parecía reservado a una minoría, la posesión de bienes materiales y simbólicos, es hoy anhelado por todos.

Es de veras increíble (aunque no tanto si uno escucha a Andreotti) que a dos años de la derrota, todavía nadie en la Concertación, o en lo que fue la Concertación, tenga claro qué es lo que hay que hacer.

Y que en cambio todos piensen que el asunto se arregla con una candidatura.

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