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Opinión

30 de Abril de 2012

Disculpe señor

* Otra vez la historia se abrevia en una imagen que los diarios del establishment desdeñan por “populista”: la presidenta argentina exhibe en el Salón de las Mujeres de la Casa Rosada un pequeño tubo de ensayo conteniendo una muestra de petróleo. Dice que la muestra se la regaló un año atrás el nieto del […]

Federico Galende
Federico Galende
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Otra vez la historia se abrevia en una imagen que los diarios del establishment desdeñan por “populista”: la presidenta argentina exhibe en el Salón de las Mujeres de la Casa Rosada un pequeño tubo de ensayo conteniendo una muestra de petróleo. Dice que la muestra se la regaló un año atrás el nieto del primer ingeniero que descubrió ese combustible en suelo nacional, en la localidad de Comodoro Rivadavia, en 1907, poco tiempo antes de que el Presidente Hipólito Irigoyen (no “Marcelo T. de Alvear”, como señala erróneamente La Tercera del martes 17 de abril) fundara a partir del hallazgo los Yacimientos Petrolíferos Fiscales: YPF.

La sigla es precisa, traza un nudo entre la vida secreta del subsuelo argentino, el asomo inesperado de un fluido milenario y las arcas del fisco, que debe poner el nuevo tesoro al servicio del interés público de la nación, construyendo hospitales, escuelas, bibliotecas, universidades, viviendas, etc.
Lo que los medios de derecha llaman “populismo” es simplemente una cita que evoca trechos olvidados del antiguo maridaje entre Estado y nación, consistente en mantener la lógica de acumulación unida a una serie de leyes con las que el Estado regula mínimamente la convivencia entre las partes que lo conforman. Todo esto podría desde luego no existir (podrían no existir los Estados, las fronteras, las naciones, los inmigrantes tristes a quienes en nombre de estas abstracciones se les niega el pan y la tierra), pero existe, por lo que la contraparte reside entonces en que la riqueza y la acumulación respondan a una matriz o domicilio que les impone ciertas condiciones.

A esas condiciones los gobiernos neoliberales no son proclives. Lo que les interesa es forzar el dinamitado de fronteras para que los capitales vuelen libres sobre las naciones y escojan a gusto dónde empollar el huevo más fácil, pero se escandalizan cuando a esas fronteras las cruza un hombre de a pie que reclama un poco de trabajo. ¿No acaba acaso el gobierno de Rajoy, que tanto se irrita con el nacionalismo argentino, de negar hace una semana las cartas de salud a los inmigrantes indocumentados? Debería ser al revés. Pero no es al revés, en parte porque “neoliberalismo” no es en el fondo el nombre de ningún gobierno ni principio; es un nombre de paso para quienes defienden chovinistamente ante los inmigrantes pobres la misma idea de nación que ellos traicionan persiguiendo ofertones planetarios y jugando a la ruleta rusa con las carteras de los endeudados.

Para este tipo de gente, cuyos medios riegan en el mundo por estos días toda clase de chantajes contra un pueblo que ha decidido recuperar algo que es suyo, gobernar también es algo de paso: el ex presidente del PP José María Aznar percibe actualmente 200 mil euros anuales como asesor de Endesa, Felipe González, otro “ex”, gana casi 150 mil euros como lobista de una filial de Repsol y Rodrigo Rato, ex Ministro de Economía, cobra otros tantos como titular de la Caja de Madrid. Por supuesto que podríamos seguir con la lista, pero no es necesario, se entiende.
Lo que se entiende es que los mismos que atisban brumas de populismo en un Estado que quiere proteger sus riquezas y amenazan con quebrar un país completo llamando a no invertir ni un peso, ya quebraron otro, el suyo: las políticas que recomiendan –y tienen el descaro de seguir difundiendo- son las que tienen hoy al pueblo español al borde del colapso, con la tercera parte de sus trabajadores desempleados, con el precio de la propiedad varias veces por debajo del valor impuesto por la burbuja financiera y con una tasa de interés para los préstamos del rescate de casi un 7 %, es decir, tres veces más alta que la de sus coetáneos alemanes.

Quienes pagarán todo esto son, como siempre, los pobres de siempre, sobre quienes los defensores del modelo, sin esgrimir la más mínima disculpa, hacen recaer ya los recortes presupuestarios más agresivos. El modelo, Argentina no lo desconoce; es el que la condujo a las hambrunas del 2001 después del saqueo menemista (“no me importa el gringo que me compra, sino el criollo que me vende”, solía decir San Martín); es el que la arrojó al “corralito” que merodea ahora en torno a los bolsillos del pequeño ahorrista español; es el que le costó todos sus muertos y desaparecidos en manos de una dictadura que, al igual que en Chile y el resto de la región, hizo una masacre para liberar el enriquecimiento de unos pocos.

Repsol no es una empresa española ni nada de esto tiene que ver con algún conflicto entre los pueblos de España y Argentina. Tampoco es una empresa que al gobierno español le importe defender en pos de sus ciudadanos. Repsol, donde las palabras “yacimiento” y “fiscal” no conviven ni figuran, es la cifra ignota de la que la máquina neoliberal se toma para defender con manotazos de ahogado un modelo que ha causado mucho daño y que está en claro retroceso. Mientras el retroceso se consuma, hileras de pobres se agolpan a las puertas de un Palacio del que el Rey ha salido a cazar mastodontes; son los mismos que una década atrás, y a este otro lado del Atlántico, se acumulaban en las plazas a gritar que se fueran todos.

* Filósofo y ensayista.

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