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Cultura

15 de Mayo de 2012

El último tongo de Roberto Ampuero

La última novela de Roberto Ampuero comienza, como comienzan las novelas en las que se avizora un futuro oscuro, con una frase cursi: “Envuelto en la capa que flamea al viento del crepúsculo…”. Todavía en la primera página: “Aunque un aleteo de picaflores agita su estómago…”. El efecto de estilo es, a lo más, rústico. […]

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La última novela de Roberto Ampuero comienza, como comienzan las novelas en las que se avizora un futuro oscuro, con una frase cursi: “Envuelto en la capa que flamea al viento del crepúsculo…”. Todavía en la primera página: “Aunque un aleteo de picaflores agita su estómago…”. El efecto de estilo es, a lo más, rústico. Reemplazar mariposas por picaflores no hace de nadie un poeta o un estilista. En un diálogo con un aduanero a uno de los protagonistas “la emoción” le “humedece los ojos”. En la página 53, el primer párrafo empieza con “El Doctor…”, el segundo con “Demarchi…” y el tercero, de nuevo, con “El Doctor…”. Estas son solo apenas algunas de los descuidos mínimos de estilo que Ampuero comete en el libro.

La imaginería de “El último tango de Salvador Allende” es lacrimógena. Como en los peores folletines, las relaciones entre los personajes se reducen a una expresión primitiva, basada en casualidades maniqueas, siempre entre una virilidad misógina y una lágrima varonil. El efecto buscado es enérgicamente comercial. Como recuerda el crítico norteamericano Lionel Trilling, toda obra de arte es una mercancía. Suponer que está ajena a las fuerzas de la producción y la circulación equivale a romantizar, y reducir, una novela o una pintura a un hecho espiritual. Todo libro se lee dentro de las complejas relaciones entre mercado, gusto y arte que determinan su valor.

El problema con novelas como “El último tango de Salvador Allende” es que son obras difíciles de leer en perspectiva. Se las lee de cerca, casi con lupa, atento a los errores y a las erratas, a su fraseo cursi, a su estructura simplona. De lejos la novela no se ve, ni tampoco resuena. Rufino, el asistente de Allende, es tonto como una puerta, mamón y aburrido. Kurtz (¿quién le pone Kurtz a los personajes todavía? La cita en sí misma es símbolo de la desconsoladamente pobre imaginación de Ampuero) es todo lo que John le Carré dice en sus libros que no es un agente.

“El último tango de Salvador Allende” es, desde su tópico hasta su desarrollo, una novela floja. Perezosa. Sin embargo, es primera en ventas en Chile. Una mina de oro. Una prueba más de que el sistema literario está fracturado; que la coincidencia entre eso tan subjetivo a lo que se le llama calidad, y masividad, es, en la realidad, casi inexistente.

EL ÚLTIMO TANGO DE SALVADOR ALLENDE
Roberto Ampuero
Editorial Sudamericana
2012, 375 páginas

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