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Opinión

27 de Mayo de 2012

Arréstenme, no merezco este tipo de libertad.

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En su “Libro del Desasosiego”, el escritor portugués Fernando Pessoa declara que ni Dios es tan desechable, ni la humanidad tan digna de ser venerada. El primero, siendo tan poco probable su existencia, siempre resulta un punto de partida para toda disquisición sobre la vida y la muerte, lo espiritual y lo material, así como para los motivos más mezquinos o aquellos que nos llevan al arrojo y al altruismo.La humanidad en tanto, siendo no menos idea que Dios, se ha transformado en una razón de culto en donde lo que se suele olvidar es nuestra condición de especie entre tantas otras. Reconozcámoslo, como categoría biológica nos creemos superiores, y para elogiar nuestra soberbia hemos inventado gobiernos, sistemas como la ciencia, la política, la religión o la educación y nos hemos amparado en monumentales palabras como democracia, igualdad, solidaridad y fraternidad, ficciones todas, al fin y al cabo.

Al respecto de lo humano y lo divino, y sin ánimo de amplificar cualquier chauvinismo emanado del mito de que los chilenos vivimos en “la copia feliz del Edén”, la inmediatez de los medios nos ha demostrado que también existen réplicas de nuestro “paraíso”. Otras sociedades experimentan procesos similares a los nuestros más allá de aquella muralla natural llamada Cordillera de los Andes, nuestra cárcel y nuestro refugio a la vez. Con este mismo sentimiento insular habremos escuchado que un amplio movimiento universitario se está desarrollado en la lejana provincia de Québec, en Canadá, la única región francófona de Norteamérica. Su demanda principal es el congelamiento de los cargos de escolaridad que el gobierno provincial de Jean Charest pretende establecer de manera paulatina a lo largo de 5 años, lo que representa un alza al costo actual de un de 80%. Sin embargo, este movimiento, ha tomado también posición sobre otras realidades que van más allá de las dificultades económicas y la falta de garantías para acceder a la educación superior. Intoxicados de entusiasmo juvenil, las principales federaciones de estudiantes han destapado la cloaca de la administración de las universidades quebequenses, como su ineficiente administración y endeudamiento sin precedentes, el fraude y la corrupción que se expresan en la construcción de instalaciones de elevados costos y gastos excesivos en publicidad y los altos salarios de algunos de sus funcionarios.

Tres meses en huelga han sido el detonante para que el gobierno de Québec aprobara en 20 horas de discusión en la Asamblea General la llamada “Ley especial 78” el pasado 18 de mayo. Dicha normativa establece medidas para toda manifestación de más de 50 personas y entrega a las autoridades policiales amplios poderes para decidir transformar el circuito de las manifestaciones o simplemente no permitirlas. De igual forma declara ilegal cualquier piquete por partidarios de la huelga a menos de 50 metros de los límites externosde cualquier edificio académico, aplicando fuertes multas a particulares o federaciones si no acatan la ley. A las medidas ya explicadas, la ley declaró, de golpe y porrazo, suspendido el semestre de invierno para que sea retomado en agosto y septiembre, buscando de esta forma debilitar el movimiento estudiantil. Cuanto más opresiva es una reacción más disparatada su justificación, y la del gobierno de Charestfue la de resguardar que “los estudiantes reciban la instrucción de las instituciones de educación superior a las que asisten”.

Como suele ocurrir, de estos movimientos resulta una serie de disgustos sociales que se libera en racimo. De tal manera que los estudiantes han sumando a sus cuestionamientos desde el aumento de las tarifas de los servicios públicos, como la electricidad o la salud, hasta el denominado “Plan Norte” que pretende explotar recursos naturales y minerales en territorios donde habitan mayoritariamente comunidades indígenas entre Inuits, Cris, Naskapis e Innus. Ante toda este expansionismo liberal, indignados, pacifistas, ecologistas y ciudadanos comunes se han sumando a la protesta bajo la consigna “Avecnous, dans la rue!”(Con nosotros, a la calle), siendo el cacerolazo la expresión ciudadana más espontánea en una sociedad donde reconozcámoslo, si la espontaneidad fuera un bien de consumo material colgaría en las vitrinas de las joyerías por su exclusividad. Aquella vieja práctica de los setenta patentada made in Chile, luego de dar la vuelta por toda Latinoamérica, ha sido adoptada en los barrios de Montreal como una pintoresca forma de manifestación justo a la hora 20.

Al igual que en las movilizaciones en Chile, internet ha jugado un papel fundamental. Si usted se dirige al sitio www.arretezmoiquelquun.com (“que alguien me arreste”) podrá ver como hombres, mujeres, niños, jóvenes y personas mayores, exhiben de las formas mas inimaginables la proclama “je désobéis” (desobedezco), enfrentando la nueva disposición con la desobediencia civil. La lista de retratados alcanza a casi cinco mil y avanza a cada hora que pasa, sus rostros parecieran expresar en conjunto: “Arréstenme, no merezco este tipo de libertad”.

En todos estos movimientos surge un ánimo por recuperar aquello de lo que el ciudadano supone ha sido despojado: salud, educación, previsión, la lista puede llegar a ser infinita. Todos estos elementos al acumularse se expresan en un sentimiento de estafa histórica mezclada con histeria colectiva, lo que me hace recordar las palabras de Luca Prodan: “No sé lo que quiero, pero lo quiero ¡ya!”. De esta forma he visto en distintas marchas estudiantiles, tanto en Montreal como en Chile, la utilización de la máscara del personaje “V” de la película “V for Vendetta”, dirigida por James McTeigue. La historia se desarrolla en el futuro en Inglaterra, donde un régimen dictatorial ultraconservador, religioso y fascista llamado “Fuego Nórdico” es encabezado por su líder Adam Sutler y mantiene sometida a la población bajo distintas estrategias comunicacionales. Nuestro enmascarado héroe “V” rescata a Evey Hammond (Nathalie Portman) del acoso de miembros de la policía secreta y la lleva a lo más alto de un edificio a presenciar la destrucción del emblemático edificio Old Bailey, todo esto amenizado con la parafernalia de fuegos artificiales y la parte final de la “Obertura 1812” deTchaikovski. Sí,esa misma que hace poner los pelos de punta al igual que arias como “Vesti la Giubba” de la opera “Payaso” de Ruggero Leoncavallo, o “Nessum Dorma” de la opera “Turandot” de Giacomo Puccini -mi preferida, especialmente si es interpretada por Beniamino Gigli.

La película concluye con el derrocamiento del régimen de Sutler y el movimiento de cámara captando miles de ciudadanos que se quitan las máscaras de V, en lo que preconiza la instalación de un nuevo orden: más justo y fraterno. Y he aquí la expresión más neurótica de los movimientos de masas, ya que si todo gobierno es un sistema de ideas, la encabezada por “V” no es más que otra ficción que se instala a la fuerza sobre otra. Si la objeción no es capaz de generar un orden social distinto, tal como reflexiona Pessoa en su cuento “El banquero anarquista”, sólo presenciaremos la supresión de una burguesía por otra en ciernes. El protagonista de la historia de Pessoa, un banquero que declara ser anarquista, se pregunta con impresionante lucidez:“¿Qué trajeron las agitaciones políticas de Roma? El imperio Romano y su despotismo militar. ¿Qué trajo la Revolución Francesa? Napoleón y su despotismo militar. Y verás lo que trae la Revolución Rusa…”De igual manera me pregunto ¿qué trajo la alegría del plebiscito del Si y el No en 1989? Dejo abierta la pregunta, acaso porque el silencio más que misterio otorga revelación. Al igual que Pessoa, creo justo y necesario desnudar las ficciones en las que caemos toda vez que vivimos estas reacciones sociales conmovidos por el frenesí.

En lo personal, mientras sigamos venerando la diosa democracia seguiremos siendo victimas de la tiranía de quién alcanza la mayoría. Es cierto y lo reconozco, es muy poco popular hablar en contra del sistema que de manera eufemística solemos llamar “el menos malo” y resulta difícil imaginar otra ficción. Y si finalmente optamos por ella es entonces donde cabe pensar como Bertrand Russel en su ensayo “Sobre el cinismo de la juventud” en las causalidades de nuestros actos. Cuán efectivo sería para nuestra sociedad chilena, tal como señala Russel en su ejemplo del magnate, verse enfrentado a la pregunta: “Si hubiera de establecer usted un monopolio triguero, ¿qué efectos tendría sobre la poesía alemana?”.

Nunca he creído de aquellos quienes saturados de paroxismo ven en estos movimientos de masas el horizonte hacia grandes transformaciones estructurales de la sociedad. Al menos no a la escala de lo que nuestro promedio de vida pueda apreciar. Sin embargo, así como en mayo de 1968, el movimiento estudiantil de 2011 en Chile creo que ha servido para desnudar las consecuencias de haber sido el laboratorio de Milton Friedman y abrir señalamientos para otras fracciones sociales que hasta ahora habían sido aplacadas, no por el poder institucional, sino por la misma sociedad.

De igual forma, el pueblo de Québec, que cada tarde a las 8 pm ha descubierto la maravillosa fiesta escondida en una cacerola, se enfrenta al peso histórico de ser uno de los países más ricos del mundo, pero paradojalmente con altos índices de aquella pobreza, quizá la masdura, llamada individualismo. Como escuché declarar por ahí este movimiento social le está regresando la política a la gente.

Regresando al título a esta columna viene a mí el recuerdo de las movilizaciones del 4 de agosto de 2011 en Chile. Aquél día la televisión mostró la fuertísima represión a los intentos de marcha de estudiantes secundarios durante la mañana y de universitarios en la tarde,la cantidad de detenidos y las calles de Santiago convertidas en una nube tóxica e irrespirable. Aquella noche fue quizá las más oscura de lo que recuerdo de todo el movimiento estudiantil, el pesar se sentía en el ánimo de mis amigos en Facebook, en Twitter, incluso en el reporte televisivo. Me preguntaba ¿cómo llegamos a la coerción y la violencia nuevamente?, ¿salimos alguna vez de ellas? Recuerdo haber dormido con quien en ese entonces era mi pareja, y en aquél refugio nihilista vino a mi cabeza como sutil eco la última estrofa de “Nessumdorma”: ¡Disípate, oh noche! ¡Tramontad, estrellas! ¡Tramontad, estrellas! ¡Al alba venceré!, ¡venceré!, ¡venceré!

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