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Opinión

31 de Mayo de 2012

Don Patricio Aylwin

Una cosa queda clara tras la reciente entrevista del ex presidente Patricio Aylwin al diario El País. Chile está plagado de políticos. Los hay buenos, mediocres y malos. Pero demócratas, poquísimos. Muy pocos. Don Patricio fue un político y bueno. Excepcional para su tiempo, me atrevería a señalar. ¿Pero un demócrata? En absoluto. Me van […]

Pedro Cayuqueo
Pedro Cayuqueo
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Una cosa queda clara tras la reciente entrevista del ex presidente Patricio Aylwin al diario El País. Chile está plagado de políticos. Los hay buenos, mediocres y malos. Pero demócratas, poquísimos. Muy pocos. Don Patricio fue un político y bueno. Excepcional para su tiempo, me atrevería a señalar. ¿Pero un demócrata? En absoluto. Me van a perdonar los desmemoriados, pero ningún político que apoye, por acción u omisión, un golpe de Estado puede llamarse un demócrata. O pretender ser recordado así por la historia. No me jodan. “Fui durante todo el Gobierno de Allende parte de la dirección del partido. Estuvimos interesados en cambiar la orientación del Gobierno de Allende, pero no en derrocarlo”, señala el ex mandatario a El País. Interesados en cambiar la orientación del Gobierno. Vaya eufemismo. Y lo dice luego de tildar al presidente Allende de “mal político” (“si hubiera sido buen político no habría pasado lo que le pasó”), restar importancia a la intervención norteamericana (“el golpe se habría producido igual”) y alabar la figura diablilla y simpaticona del dictador Pinochet (“no fue un hombre que obstaculizara las políticas del Gobierno que yo encabecé”).

Seamos serios. Lo de Aylwin es a la DC lo de Altamirano al PS. Un lavado de imagen en la postrimería de su vida. Hacerse el leso. Travestir la historia. Concedámosle al viejo jerarca socialista cuando menos un par de mea culpa. De que la cagó Altamirano en los setenta, la cagó. Estiró el chicle hasta que se cortó. Fanfarroneó con la vía armada hasta ver los milicos en las calles. Así lo reconoce, tímidamente, el mismo Altamirano en sus memorias. Aylwin, por su parte, además de no reconocer responsabilidad alguna en el Golpe de Estado, advierte que de publicar memorias ni hablar. “Siempre he sido contrario a los personalismos”, señala a El País.

Luego, matiza. “Estoy indeciso sobre si debo dejar que las próximas generaciones discutan estos temas y no ser yo el que abra el debate”. Sabio don Patricio. El sabio de la tribu, como lo llamó el actual timonel de la DC, Ignacio Walker, quien dicho sea de paso, avaló de pe a pa las polémicas declaraciones del ex mandatario al medio español. Yo creo que Aylwin sí debiera publicar sus memorias. Este ya es un país sin memoria, entonces, ¿para qué agravar las cosas? Don Patricio, las nuevas generaciones demandan conocer todas las versiones. Por más interesadas y rebuscadas que estas sean.

Bueno, don Patricio siempre fue un conservador. En la medida de lo posible, claro. No lo descubramos tras esta entrevista. Tampoco nos engañemos. Sería como creer aquello de que la Concertación es una coalición de centroizquierda. Pamplinas. Siguiendo a Mayol, el gobierno de Piñera es el quinto gobierno de derecha en el Chile post Pinochet. Bueno, de centroderecha, para que no se molesten en el PPD, partido calificado hace poco por su actual presidente como “revolucionario”. Sí, leyó bien, revolucionario. En fin. Así con don Patricio. Los mapuches, que algo de memoria cultivamos, no olvidamos que fue el primero en aplicarnos la Ley de Seguridad Interior del Estado.

Fue el año 1992. Plena democracia, arcoíris y la alegría que ya viene. Sucedió que mientras el continente festejaba el Quinto Centenario, el “Encuentro entre dos Mundos” como se le llamó, a los mapuches se nos ocurrió protestar. Y no solo eso. También recordar al primer mandatario algunas de las deudas pendientes de la floreciente democracia. Hasta una bandera propia se nos ocurrió izar en el centro de Temuco. La respuesta de don Patricio fueron los palos y los calabozos. No siempre en ese orden. Cuento corto: 144 mapuches condenados por la justicia chilena. Una década más tarde, la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado por violación de derechos humanos, ordenando reparaciones para todos. Mi abuelo, dirigente en aquel entonces, no lo perdonó jamás. Lo llamaba “el hombre sin palabra”. Había estado con él, tres años antes, cuando era candidato, firmando el solemne Pacto de Nueva Imperial. Nunca perdonó su traición. Esta última y tampoco la anterior.

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