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Opinión

31 de Mayo de 2012

La Vaticueva

El Vaticano, para esos chilenos tan llenos de fe como vacíos de información, es una tierra santa. Es donde habita el Sumo Pontífice, cuya imagen está en muchos livings de la patria. Juan Pablo II llegó a convertirse en afiche de moda. Desde el “os amo y os adoro” de Julio Iglesias, que no aparecía […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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El Vaticano, para esos chilenos tan llenos de fe como vacíos de información, es una tierra santa. Es donde habita el Sumo Pontífice, cuya imagen está en muchos livings de la patria. Juan Pablo II llegó a convertirse en afiche de moda. Desde el “os amo y os adoro” de Julio Iglesias, que no aparecía una frase tan popular como “el amor es más fuerte”. Pocos comprenden que la ciudad del Vaticano es también un Estado, uno de los más pequeños del mundo, pero no por eso uno de los más débiles. Ahí la lengua oficial es el latín, aunque su poder radica en acomodarse a todas las lenguas, como durante Pentecostés.

El Vaticano no es poderoso únicamente porque a su cabeza esté el representante de Cristo en la tierra, sino además por sus riquezas, consistentes en joyas y obras de arte, una inmensa cantidad de propiedades romanas e inversiones y negocios de todo tipo repartidos por el mundo. Sus finanzas no son nada virginales. Se las ha vinculado con el tráfico de armas y el lavado de dinero. El año 2009, el Papa Benedicto nombró presidente del IOR, o Banco Vaticano, a Ettore Gotti Tedeschi, para que se hiciera cargo de transparentar sus platas y movimientos. Pocos días atrás, Gotti Tedeschi fue despedido sin mayores explicaciones, contrariando la voluntad papal.

En torno a la detención de Paolo Gabriele, su mayordomo, han circulado múltiples interpretaciones. Los vaticanistas aseguran que ningún “cuervo” se mueve solo, y dan por segura la participación de cardenales en la maniobra. Otros aseguran que Paoletto –como llaman a Gabriele- dista mucho de ser un traidor. Las cartas “robadas” por él habrían ido a parar al libro “Su Santidad”, del periodista italiano Gianluigi Nuzzi, y en no pocas de ellas, el cardenal Carlo Maria Viganó, hombre de confianza de Ratzinger, hoy en Washington, se referiría en duros términos al Secretario de Estado, el cardenal Tarcisio Bertone. En esas misivas, entre otras cosas, Viganó hacía mención de cómo habían encubierto a Marcial Maciel.

En La Meca de la Cristiandad, nadie confía en nadie. A sus 85 años, Benedicto XVI, según algunos el hombre más solo del palacio, ya es mirado como un cadáver. Sus ansias depuradoras lo transformaron en un estorbo. Le han calculado fecha de muerte y la lucha por su sucesión se halla desatada.

Voces anónimas provenientes de San Pedro continúan sacando a la luz la corrupción instalada. Se cuidan de dar la cara. Los seguidores de Bertone (papabile) no están contentos con la política de nombramiento de obispos en la iglesia romana. De hecho, algunos ven en esa pandilla un intento de reconquista de los prelados italianos, tras el gobierno de dos extranjeros. Años atrás, en raras circunstancias, murieron unos soldados de la guardia suiza. Nunca quedaron del todo claras las causas. La tesis del asesinato de Albino Luciani –Juan Pablo I- a pocos les resulta enteramente descartable.

Todo esto acontece en la única teocracia de Occidente, la misma que desde sus orígenes ha funcionado como una escuela de sutilezas y brutalidades políticas. El espíritu de César Borgia, el príncipe de Machiavelo, continúa deambulando por sus corredores. Está bien lejos de ser un territorio donde reine la virtud. Mal que mal, y teologías aparte, estamos hablando de herederos del Imperio Romano, de Tiberio y Calígula, harto más que de San Francisco de Asís. Para los buenos, un escándalo; para novelistas, politólogos e historiadores, un manjar de los dioses.

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