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Opinión

12 de Junio de 2012

La carta del Mercurio en que Gonzalo Rojas habla de los detenidos desaparecidos

Ayer Hermógenes Pérez de Arce escribía una carta al Mercurio diciendo que los detenidos desaparecidos no eran tantos como se pensaba. Hoy, Gonzalo Rojas escribe sobre lo mismo, explicando que -aunque no justifica la desaparición/tortura- hay que preguntarse en qué maluleces andaban aquellos a los que desaparecieron. Acá, la carta completa ¿Por qué no se […]

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Ayer Hermógenes Pérez de Arce escribía una carta al Mercurio diciendo que los detenidos desaparecidos no eran tantos como se pensaba. Hoy, Gonzalo Rojas escribe sobre lo mismo, explicando que -aunque no justifica la desaparición/tortura- hay que preguntarse en qué maluleces andaban aquellos a los que desaparecieron. Acá, la carta completa

¿Por qué no se perdona en Chile? I

Señor Director:
Santiago Orrego entrega ahora nuevos fundamentos para insistir en que este historiador debe pedir perdón.
Por una parte, porque fui discípulo de Jaime Guzmán, y eso me entregaba buenas fuentes de información; por otra, simplemente porque soy historiador.
Justamente por ambas razones -lo que el mismo Guzmán nos contaba sobre el tema y mi trabajo sobre 130 mil documentos de la Presidencia Pinochet que he sido el único en revisar- es que puedo asegurar que la presunción de culpabilidad que Santiago Orrego asume para el Presidente Pinochet es infundada. Si él tiene cómo probar lo contrario, debe hacerlo.

Pero, además, nunca he guardado silencio sobre las violaciones concretas a los DD.HH. realizadas por otras personas. En “Chile escoge la libertad” (1998 y 2000) las califiqué de brutalidades, venganzas criminales, iniciativas criminales y crímenes; en el seminario de la UDD del 2003 insistí en esos calificativos; en la declaración de historiadores del 2004 sobre tortura hablé de la gravedad de los actos ahí denunciados y de la necesidad de evitar toda acción de esa naturaleza en el presente y en el futuro de Chile; en la polémica del año pasado, declaré que jamás sería condescendiente con las violaciones a los derechos humanos, que nunca he justificado crímenes y que no lo haré jamás.
Obviamente el profesor Orrego no tiene por qué conocer toda mi actuación profesional y pública, pero ha sido imprudente al suponerme silencios inexistentes.

Por su parte, Antonio Recabarren sostiene que no es serio afirmar que la Comisión Rettig haya impuesto una determinada visión histórica, ya que el informe no hace juicios morales ni crea verdades oficiales.

Se ve que hace tiempo que el profesor Recabarren no lee el informe. En él se afirma que “se cumplía, en primer lugar, con un deber moral hacia las víctimas” y que se buscaba “colaborar con el Estado de Chile en el establecimiento de la verdad de un modo sereno e imparcial”. Todo el exordio del Informe es moralizante y con pretensiones de verdad final.

Mi planteamiento como historiador es más abierto, más arriesgado: Si queremos saber toda la verdad, si es la verdad lo que realmente nos mueve, necesitamos saber qué hacía cada uno de los detenidos los 15 días anteriores a su desaparición.
Nada justifica las malas prácticas de que hayan sido objeto. Pero nada justifica tampoco el silencio sobre cómo se comportaban cada uno de ellos al momento de ser detenidos.

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