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Opinión

19 de Junio de 2012

El pene o la vida

Por Delfín Rodríguez para La Opinión de Zamora Un hombre retiene dos días a su mujer bajo candado, porque no quiere sexo con él. Otro introduce la de orinar en un tubo de acero y casi tienen, ¡ay!, que cortársela. Quieren prohibir la prostitución en las carreteras porque las chicas distraen a los conductores con […]

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Por Delfín Rodríguez para La Opinión de Zamora

Un hombre retiene dos días a su mujer bajo candado, porque no quiere sexo con él. Otro introduce la de orinar en un tubo de acero y casi tienen, ¡ay!, que cortársela. Quieren prohibir la prostitución en las carreteras porque las chicas distraen a los conductores con sus provocativas minifaldas? No cabe duda: estamos en quiebra económica y hormonal.

Es dramático. Que la crisis te haga un roto en el bolsillo y que, además, se cebe con tu vida sexual amenazando partes tan sensibles como el pene, es como para renunciar a la nacionalidad.

En el primero de los casos, ocurrido en Barcelona, el hombre fue condenado a tres años de cárcel. Como atenuante podrían alegar que ocurrió en 2007. Como agravante, que no había llegado la crisis y las prostitutas no estaban prohibidas y tampoco los tubos de acero. Podía haberse desahogado con estos mecanismos, aunque uno sea triste para la dignidad y el otro duro para el pene.

El segundo caso ocurrió en Granada. El tipo la metió en un tubo para darle gusto al gatillo sin tener que tocar los ahorros de la cartilla. Y pasó lo que tenía que pasar. Que estuvo a punto de perderla. Se le inflamó y le fue imposible sacarla. Lo que no me explico es cómo la metió. A no ser que la tuviera como un macarrón de flaca, porque el tubo solo medía dos centímetros de diámetro. La práctica es utilizada por personas que buscan sexo de alto voltaje a bajo coste: siempre será más barato un tubo que una vagina. El amante pensó que el tubo era la venusta parte íntima de Alessandra Ambrosio y se excitó tanto, que se le estranguló el órgano produciéndole una inflamación que impedía que la erección bajara.

El glande quedó al otro lado del tubo, aislado como un náufrago gordo, imposibilitando su extracción. Cuando se dio cuenta de la gravedad, llamó a Urgencias y se presentó en su casa un equipo médico. Incapaces de liberarlo del artilugio, lo trasladaron al hospital de Granada.

El cirujano de guardia se percató de la gravedad del asunto. Aquel paciente corría el riesgo de sufrir una gangrena que pusiera en peligro su vida. Había que cortar por lo sano, porque por el tubo era imposible: medía cuatro milímetros de grosor.

Había que elegir: el pene o la vida. Afortunadamente, al galeno se le encendió una bombilla. Había una tercera solución: los bomberos. Y con las manecillas del reloj corriendo contra el frívolo penetrador de tubos, a las cuatro de la mañana sonó el teléfono en el acuartelamiento de bomberos de Granada.

Creyeron que la llamada era una broma pesada. Pero poco a poco el cuerpo de bomberos comenzó a sumirse en la duda: mira que si era verdad y tenían que cortársela a un señor por su culpa… Pero claro, aunque fuera verdad, qué podían hacer ellos. El acero solo podían cortarlo con una cizalla y no hay cizalla humana que se atreviera a hacer un corte en un tubo que rodeara un pene como si fuera una faja.

El sargento se acordó entonces de que tenía en casa un taladro con discos y fresas para cortar metales. Y eran muy pequeños. A lo mejor con eso y un buen pulso, se liberaba el pene sin necesidad de que el paciente quedara castrado?

El cabo Chinchilla dijo: el pulso lo pongo yo. Y se pusieron en marcha. Cuando llegaron al hospital, el paciente estaba sedado. Les presentaron la minga entubada y procedieron. Pero cada dos por tres tenían que parar. Con el roce del disco el tubo se calentaba y temían que se le asara el chisme como si fuera una salchicha a la plancha.

Al cabo de dos horas de alta tensión, Chinchilla y su sargento lograban liberar al travieso de su envoltorio. Al paciente no le quedaron más ganas de darle un hermanito a un tubo. Solo acertó a decir: «nunca mais»? Aunque no era gallego.

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