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2 de Agosto de 2012

Nop…

En torno a la película NO de Pablo Larraín ha vuelto a deambular el tiempo del plebiscito. En theclinic.cl hicimos un especial repleto de imágenes de la época y recuerdos de sus protagonistas; estalló en visitas. La película trata de la franja electoral. El director eligió esa hebra para contar el período. La trama no […]

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En torno a la película NO de Pablo Larraín ha vuelto a deambular el tiempo del plebiscito. En theclinic.cl hicimos un especial repleto de imágenes de la época y recuerdos de sus protagonistas; estalló en visitas. La película trata de la franja electoral. El director eligió esa hebra para contar el período. La trama no invita a la emoción, quizás porque las multitudes ocupan un plano muy esfumado de la pantalla. La épica en juego tiene más que ver con la publicidad. El contexto, sin embargo, se revive de inmediato. Mal que mal, durante esas semanas, todo Chile esperaba la franja electoral. Los amigos se juntaban para verla en conjunto, y eso que apenas duraba unos minutos antes de que comenzara el noticiero.

Era tema obligado. Lo que la película no cuenta, porque la realidad es enorme y no se puede contar todo, pero también porque en la elección de la trama vibra el autor, es lo que sucedía en las calles. No lo muestra, pero en el espectador vivencial late con fuerza todo el tiempo. La dictadura fue una especie de nube negra. Flotaban muertos en el aire. Había rincones de intenso dolor. Estéticamente era de una siutiquería imbancable. Todo estaba prohibido. Terminar con Pinochet, para muchísimos, era lo más importante del mundo. La gente del SÍ no era igual que la gente del NO. La indecisión resultaba inaceptable; a las finales, una cobardía. Como recrea la película, salvo unos cuántos mamarrachos, no existían artistas por el SÍ. A mí todavía me cuesta concebir que los de ambos bandos nos hayamos convertido en casi lo mismo. De los arrepentidos es el reino de los cielos, pero han sido pocos todavía los que han reconocido que obraron mal.

La mayor parte de la derecha volvería a votar que SÍ, aunque sea de pésimo gusto reconocerlo actualmente. Para los derechistas renovados, ha de ser incómodo ver convertidas sus militancias pinochetistas en un prontuario. Defendieron un universo en blanco y negro, contra el imperio de los colores. Acertaron los publicistas: ganó la alegría. Solo que el arcoíris se fue difuminando. Entonces eran mundos tan distintos… Supongo que esto lo percibe el movimiento estudiantil, compuesto enteramente por jóvenes que a fines de los 80 comenzaban a nacer. Cada tanto en sus afiches reaparece la palabra “dictadura”. Todo indica que para los nuevos votantes, no está en juego si Labbé, el alcalde de Providencia, ha sido un buen o mal alcalde, sino que alguien con su historial no los puede representar. Los consensos, esos lugares en que las diferencias encontraban su punto de acuerdo, derivaron en una postura política propiamente tal. Gobernar sin buscar acuerdos es de una prepotencia inaceptable, tanto como decretarlos definitivos. Cuando la gente sale a la calle, es para recordarle al poder que no todos pensamos lo mismo.

En esos tiempos del NO, la sociedad estaba fracturada, porque sin democracia las diferencias se incuban hasta convertirse en odio. En estos nuevos tiempos del NO, urge refrescar la democracia. Sacudirla, abrirla, oxigenarla. Cunden los distingos. El escenario es completamente diferente. Está todo para encontrar nuevos consensos mucho menos timoratos. Consensos verdaderos, de aquellos que provienen de todas las voces y no solamente de unas cuantas. Son los escenarios perfectos para los demagogos y para los más interesantes proyectos. Últimamente han hecho más noticia los primeros, pero no tanta como para asustarse. Lo que falta es que brillen los segundos. Proyectos que contradicen los privilegios, para que todos los chilenos tengan las mismas posibilidades de ser felices. Esto, claro, en la medida de lo posible.

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