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Opinión

9 de Agosto de 2012

Enersis

Creo exagerado hablar de la caída del modelo, mientras la maquinaria que lo mueve está mostrando sus engranajes; pero de que el modelito cruje, cruje. Mucho de lo que durante décadas aceptamos sin cuestionamientos, ahora molesta, o al menos inquieta. Cunde la sensación de que nos han estado “pichuleando”, “afilando sin vaselina”, escuché decir recién, […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Creo exagerado hablar de la caída del modelo, mientras la maquinaria que lo mueve está mostrando sus engranajes; pero de que el modelito cruje, cruje. Mucho de lo que durante décadas aceptamos sin cuestionamientos, ahora molesta, o al menos inquieta. Cunde la sensación de que nos han estado “pichuleando”, “afilando sin vaselina”, escuché decir recién, “y hasta por las narices”. La tan mentada concentración del poder, ya camina desnuda. El aumento de capital de Enersis, aunque a Somerville le moleste la comparación, se suma al caso Chispas, a la colusión de las farmacias y los pollos, a La Polar y, en otra arista de la noticia, al conflicto que conlleva, entre los bancos y sus usuarios, la clonación de tarjetas. En todos estos casos fue descubierta la trampa con que unos pocos le ganaban el quién vive a las multitudes, o eso pretendían. Agrego lo de las tarjetas clonadas, porque obviamente que es a los bancos y no a los titulares de las cuentas desfalcadas, a quienes esos ladrones les han robado. A ellos nunca les quitaron nada, ni el plastiquito siquiera.

Al menos en las películas del lejano oeste, cuando las pandillas salvajes asaltaban un banco, lloraba el banquero. Por acá hay algunos empeñados en no devolver la plata. Las utilidades se las queda el banco y las pérdidas los clientes. Bonito. En el caso de Enersis, esos que paradójicamente se llaman “socios minoritarios”, cuando en verdad son la mayoría, perdían dinero de sus pensiones, mientras las empresas controladoras veían subir sus acciones en la bolsa europea. Los directores chilenos de la empresa, que a su vez forman parte de otros directorios, no dijeron nada. Escuché las explicaciones de dos de ellos: Hernán Somerville, el financista de las corbatas, y Eugenio Tironi, el sociólogo más representativo de la Concertación. Somerville, seamos francos, se dedicó a exigir respeto a su trayectoria y civility (esa fue la palabra que usó), porque este tono de discusión le hacía mal al país, mientras el 99% de los chilenos, de escucharlo, hubiera murmurado: “lo que hace mal es que nos sigan cagando”.

Para él, no se trataba de un negocio entre empresas relacionadas –aspecto que de pura mala onda contradijo la Superintentencia-, y aunque aseguró que por supuesto que en Enersis tenían un plan para el dinero reunido, no contó ni la cola de un proyecto. Uno de los involucrados reclamó que la calle los estaba linchando. Es cierto, metafóricamente hablando, la calle quiere sangre. Considera que el abuso es mucho. Quiere para el que la hiere, lo mismo que le dan a ella cuando agrede. Aquí, en todo caso, no hay delitos en juego, sino la sencilla reproducción de un comportamiento acostumbrado, que por razones de proporciones y otras casualidades, el sentido común cuestionó. El caso de Tironi es decidor. Es el drama de la Concertación personificado. De una parte, percibe que la sociedad ha cambiado, no es contrario a los vientos que soplan, pero de la otra, ya no pertenece a esos que admira. Los ciudadanos dejaron de creer en la Concertación, cuando ella dejó de ser lo que creía. Sintomático: justo antes del estreno de la película NO, sus protagonistas se convierten en personajes de ficción.

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