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Mundo

9 de Agosto de 2012

Usain Bolt, el hombre menos egoísta del mundo

Crónica de Publico.es Fue increíble lo que sucedió en el estadio Olímpico de Strafford. Cosas que sólo pueden suceder con Usain Bolt que, desde hoy, ya es el atleta menos egoísta del mundo. Lo gana todo y ha vuelto a ganar los 200 metros con la misma marca que Michael Johnson en los Juegos de […]

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Crónica de Publico.es

Fue increíble lo que sucedió en el estadio Olímpico de Strafford. Cosas que sólo pueden suceder con Usain Bolt que, desde hoy, ya es el atleta menos egoísta del mundo. Lo gana todo y ha vuelto a ganar los 200 metros con la misma marca que Michael Johnson en los Juegos de Atlanta 96 (19,32). Pero la diferencia es que Bolt no lo dejó todo en la pista. Su triunfo posibilita otra lectura que sólo a un hombre como Bolt puede importar un pimiento. Tuvo el récord del mundo de los 200 metros a tiro. Lo sabe él y lo sabe el mundo entero. Pudo bajar de los 19,19 que sólo están en su poder, pero a Bolt vive otra clase de vida. Los últimos metros de su extraordinaria carrera no los corrió, los celebró. Son los contrastes de un atleta que nunca se parecerá a nadie. Carl Lewis, al que desde ayer superó en la biografía olímpica, era serio, orgulloso, didáctico en cada fotografía. Bolt, sin embargo, es un viva la virgen que cree en los triunfos, no en los récords.

Sus últimos metros fueron una pasada. Bajó el ritmo voluntariamente y acercó uno de sus dedos a los labios, sabedor de que ya no podía suceder nada malo para él. La amenaza de Blake había pasado de moda. Venía desesperado por la calle cuatro, convencido de que esta vez podía ser que sí. A la salida de la curva, Blake dio la impresión de que estaba en disposición de batir a Bolt, pero fue una gran mentira. La última recta fue para Bolt que, sin dejar de ser teatral y divertido, ha sido un hombre puntual en Londres. Ha hecho añicos las dudas, ha sido Bob Marley en la pista, el responsable de que una isla de 2,8 millones de habitantes, con 11.000 cuadrados, sea hoy un paraíso de felicidad. ‘Público’ ya lo advirtió en la previa de los Juegos cuando definió el estado de Bolt: “Todos dudan de él menos él”.

La final de 200 metros se resumió a un nuevo asalto entre Bolt y Blake. La diferencia es abusiva, casi imposible de explicar con palabras. El escenario fue de Bolt, al que se advierte tan relajado en la previa que parece un actor de cine. No hay un psicólogo en el mundo que pueda relajarle más. Luego, pidió silencio a las tribunas del Olímpico de Strafford, donde no sólo se venera a este hombre, también se lo respeta. El resto fue una ejecución magistral en la que sólo Blake puso alguna amenaza. Los demás atletas corrieron a años luz, y eso que hubo dos (Warren Weir y Spearman) que también bajaron de los 20 segundos. Pero ni siquiera eso les autorizó para complicar el gobierno de Bolt y de Blake, que podrían haber corrido los dos solos, y no hubiese pasado nada. Hubiera sido como cualquier mañana de entrenamiento en Jamaica, una tierra que incita a las buenas personas.

El héroe silencioso

La vida de estos dos dos fenómenos allí está gobernada por un hombre, de 62 años, anchísimo de estómago, con pinta de predicador y al que no le gusta que se escriba sobre él. “No me importa que me ignoren”, acostumbra a decir Glenn Mills, el entrenador de Bolt y de Blake, que en eso no se parece nada a Mourinho. “No me importa si estoy en una habitación llena de gente y nadie nota que estoy ahí”.

Pero hay veces en las que se hace necesario reconocer a Glenn Mills, un hombre que jamás se ha casado ni tiene hijos. Sus atletas, entre los que estaban Bolt y Blake, hicieron una apuesta para ayudarle a encontrar una mujer. Pero eso ya es imposible en el caso de Mills, un hombre muy religioso, cuyo “objetivo número uno es la velocidad” en un país, que hoy ejerce casi una dictadura en el mundo del atletismo. El tercero de los 200 metros fue Warren Weir que, en principio, era casi un invitado en este escenario. Tiene 20 años, dos menos que el francés Lemaitre, pero corrió como los ángeles. Weir fue el primero de los humanos (nunca derrotados) en una carrera que Lemaitre nunca recordará con cariño. Toda Francia estaba detrás suya, convencida de sus opciones de bronce. La realidad fue otra. No le favoreció nada correr por la calle dos. Su corno (20,19) se alejó de la excelencia. Aun así fue sexto en una final olímpica, un botín que ya firmaríamos en España.

Lemaitre, además, estuvo ahí, en uno de esas noches que el atletismo no olvidará jamás. Bolt es un tipo divertido, que es capaz de explicarse riendo y que, en realidad, enseña otra manera de vivir en el deporte de elite, poseído por egos infranqueables, entrenamientos a puerta cerrada y miles de secretos. El único secreto de Bol es que nació en Jamaica y tiene un entrenador que, además, es un padre para él: Glenn Mills. A pesar de que en Jamaica hace mucho calor, y Mills sin responsabilidades familiares podría pasar el día en la playa, nunca para de investigar. Es un obseso de la velocidad que “siempre está buscando algo más que la receta”. Lo dice Bolt de él y lo dicen todos los que han tratado a este hombre que, a diferencia de Bolt, nunca corrió a la máxima velocidad en su vida “como no fuera para huir del peligro”.

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