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Opinión

14 de Agosto de 2012

Carta a un escritor pendejo (o introducción posible para un taller de escritura imposible)

Hace un par de semanas yo estaba en la fuente de soda Baquedano, en Plaza Italia, haciendo tiempo para devolverme a mi pueblo y tratando de capear algún episodio de fobia. Me encontraba junto a mi hija chica, que se comía un sánguche de pollito. En ese instante se me acerca un pendejo (expresión un […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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Hace un par de semanas yo estaba en la fuente de soda Baquedano, en Plaza Italia, haciendo tiempo para devolverme a mi pueblo y tratando de capear algún episodio de fobia. Me encontraba junto a mi hija chica, que se comía un sánguche de pollito. En ese instante se me acerca un pendejo (expresión un tanto discriminatoria y poco feliz) y me entrega un papel escrito con tinta roja, probablemente redactado a la rápida, quizás en el mismo local o al ladito, afuera. Su contenido era fascinantemente quejumbroso y culpógeno (se reproduce íntegro para mejor comprensión del lector), y daba cuenta de la angustia por la que pasan los que quieren dedicarse a esta cuestión.

Se la mostré a mi editor y nos pareció pertinente hacer algo que imitara charchamente a los vates famosos que le hicieron al gesto pedagógico-formativo y ñoño de la maestría escribiendo célebres textos olvidables. En el texto del pendejo hay una solicitud de tutoría, una especie de clamor de discipularidad que es atendible y hasta tierno. Alguna vez reflexioné sobre este tema a propósito de vivir en un país de huachos sin referencias paradigmáticas. A partir de ahí es que pensé en hacer una especie de taller (o anti taller) que aliente o desaliente a los que quieren convertirse en escritores(as) o al menos un decálogo que advierta de los peligros de dedicarse a esta tonterita. El compadre que me dejó la nota no la firmó, pero a él (y a todos los tristes que pretenden vanamente hacerse un espacio en esta pega idiota) va dedicado este primer intento de seudo maestría literaria o recado para aquellos que deciden esta ruta. Aquí un breve decálogo para que no insistan demasiado:

1.- La sensación de fracaso es necesaria, asociada por cierto a humillaciones y omisiones, todo eso es capital productivo.
2.- Háganse un buen diagnóstico y tómense todos los remedios.
3.- No carreteen de más. No crean que la tonta bohemia es la conditio sine qua non de la pega: es la parte ordinaria, y si la pueden obviar, mejor.
4.- Váyanse a provincia, da buena imagen, al menos visto desde el centro metropolitano, pero ojo, no es fácil (y esto puede ser contenido para otro taller, con otro precio). Traten de participar de proyectos colectivos, no muy políticos, ojalá de carácter educativo.
5.- No firmen declaraciones a tontas y a locas. Ojo con las causas que asumen, los especuladores culturales suelen estar al servicio de poderes fácticos (políticos) y siempre están al acecho.
6.- Háganse expertos en otras cosas, en cocinar, en hacer pan, en cultivos hidropónicos o en tecnologías manuales, o algo así, vale mucho más la pena para la misma escritura, no hablen de lo hablable (no demasiado), es decir, de libros y del mundo editorial.
7.- Odien con astucia a los viejos culiaos o vacas sagradas, hagan obra con eso (pero con mucho cuidado). Pueden partir por sospechar de Bolaño, lo pueden considerar un escritor para adolescentes (de juegos de iniciación), una especie de Herman Hesse latinoamericano (pueden ser así de ácidos, aunque pensando en los bolañistas más que nada).
8.- Controlen la ansiedad y en lo posible réstense de usar las redes sociales, son muy ordinarias, excepto cuando se usan con fines revolucionarios, en ese caso un escritor participa como uno más.
9.- Para hacer carrera siempre es bueno tributarle a alguna minoría, ya sea étnica o sexual (religiosa no) o tener alguna minusvalía de la cual rentar (con la falta de litio basta).
10.- No olvides, querido postulante, que mucha de esta gente es muy histérica y que suele usar su supuesta vocación literaria como complemento de sus perversiones y patologías criminales.

Ojo, toda esta huevada es el reino de la subjetividad, por lo tanto lo que uno diga casi no tiene valor, la clave es la construcción de un proyecto con el que hay que ser coherente. ¡Suerte!
Nota: Me puse hasta beato.

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