Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

14 de Agosto de 2012

“Una novela norteamericana será siempre para mí una novela argentina”

Tres preguntas, tres respuestas, nada más. Ricardo Piglia (1941), establecido ya en Buenos Aires (dejó las clases que lo tenían la mitad del año en Princeton y ahora retoma su faceta de editor), habla sobre la necesidad de la ficción en el mundo actual, sobre su próxima novela y sobre el kirchnerismo.

Vicente Undurraga
Vicente Undurraga
Por

UNO
Una miradita a los catálogos de las mejores editoriales en español deja ver que la ficción ha ido cediendo crecientemente espacios a los llamados géneros referenciales (memorias, autobiografías, cartas, diarios, testimonios). Por otra parte, proliferan las novelas autobiográficas, donde el narrador es el único personaje casi, novelas que a ti no te gustan. Tú has defendido la ficción para estos tiempos, la “ficción-tradicional”, de invención, ¿podrías actualizar esa defensa?

-Desde luego es imposible admitir una sociedad donde la imaginación esté clausurada y donde el principio de realidad se imponga de modo absoluto. Habitualmente hemos definido así a los regímenes totalitarios y la novela –desde Don Quijote– ha mostrado la resistencia de lo imaginario frente al autoritarismo de lo establecido. En nuestra época, lo real es presentado bajo la forma de la información; la proclamada crisis de la narración ficcional está conectada con el crecimiento exponencial de las noticias. Hacia 1840 Edgar Poe definió la forma moderna de la narración a partir de su teoría del final sorpresivo e implícito; lo hizo como respuesta al periodismo de masas –que surgía en ese momento– definido por la serie continua de noticias que no tiene fin. La sociedad de masas se define por la novedad incesante de lo siempre igual, mientras que la novela nos defiende de la información presentando un tejido de acontecimientos que se cierran y se iluminan en la conclusión. El periodismo nos presenta la realidad bajo su forma juzgada, la ficción abre paso a la incertidumbre de los hechos y a la aspiración al sentido. No soy optimista pero confío en la fuerza de la imaginación (novelística en primer lugar ya que implica la soledad robinsoniana de la lectura) para construir mundos alternativos y vidas posibles que nos permitan trascender la confusa sucesión de noticias que en estos tiempos se presenta como garantía de un saber sobre la realidad.

DOS
Estás escribiendo una nueva novela, ¿no? ¿Está Renzi? Como decimos acá en Chile, ¿para dónde va la mano?

-Estoy terminando un primer borrador de una novela, contada por Emilio Renzi, que sucede hacia 1995 en Princeton y en algunas ciudades de California. Una novela norteamericana será siempre para mí una novela argentina, ya que los Estados Unidos han sido una especie de espejo deformado que refleja –y a veces anticipa– tendencias de nuestra cultura política (y no sólo política). Esta vez trataré de no dejar pasar tantos años entre un borrador y otro, así que, si no es buena, por lo menos podré argumentar que fue más rápida que mis novelas anteriores.

TRES
Considerando la nacionalización de YPF, la alta adhesión que tiene y otros hitos que quieras relevar, ¿cómo ves el derrotero que ha tomado el kirchnerismo, Cristina específicamente, ahora que se cumplen 60 años de la muerte de Evita?

-Bueno, miro con simpatía la gestión de Cristina y de Néstor Kirchner, sobre todo porque la comparo con los gobiernos anteriores que he padecido. He vivido activamente todos los acontecimientos políticos posteriores a la caída de Perón en 1955 y he visto en todos estos años gobiernos que no cumplían con sus promesas electorales o que subían al poder por la proscripción electoral de las mayorías, aparte de la sucesión criminal de dictaduras militares; hay que decir que en ese marco el gobierno de Cristina y el de Néstor han sido una notable sorpresa para mí y para muchos de nosotros. Varias de la cuestiones que sólo se discutían en el ámbito cerrado de las revistas y los cenáculos de izquierda, se discuten ahora en el espacio público, y muchas de esas cuestiones (los medios de comunicación, los derechos humanos, la educación pública, la intervención estatal en la economía, la reivindicación de tradiciones políticas minoritarias, los derechos ligados a una sexualidad igualitaria), son ahora políticas del Estado. No soy peronista, aunque conozco muy bien –por tradición familiar– sus formas de hegemonía y sus maneras políticas, así que miro con interés pero también con leve escepticismo el entusiasmo generalizado que suscita el gobierno. En su mejor versión el peronismo ha sido un movimiento que ha intervenido con gran eficacia en las disputas de poder y en los conflictos de las clases dominantes; en cuanto a su política hacia las clases subalternas ha sido siempre renovadora y audaz pero nadie puede confundir al peronismo (ni siquiera en la versión combativa de la inolvidable Eva Perón) con las tradiciones libertarias o con la herencia del socialismo. Como he mirado siempre la política argentina desde la vereda izquierda, no me he hecho ilusiones con la profundidad revolucionaria del peronismo, aunque he reconocido, y celebrado, su discursividad plebeya y su creativa renovación de las formas políticas tradicionales.

Notas relacionadas