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Opinión

16 de Agosto de 2012

Cuestión de fe

Por Camilo Jiménez para El Malpensante Un atardecer cualquiera de finales del verano y comienzos del otoño en la Universidad de Lehigh, Filadelfia. Casi dos decenas de estudiantes se han inscrito en el curso que dicta el prestigioso profesor Norman Girardot sobre religiones comparadas. El curso se llama “Jesús, Buda, Mao y Elvis”, y el […]

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Por Camilo Jiménez para El Malpensante
Un atardecer cualquiera de finales del verano y comienzos del otoño en la Universidad de Lehigh, Filadelfia. Casi dos decenas de estudiantes se han inscrito en el curso que dicta el prestigioso profesor Norman Girardot sobre religiones comparadas. El curso se llama “Jesús, Buda, Mao y Elvis”, y el nombre es más que un gancho para pescar estudiantes perezosos o jóvenes rezagados de izquierdas: Elvis ha pasado por encima de los mitos tradicionales del rock and roll, casi todos los llamados “cadáveres bien parecidos” —por aquello de “vive rápido, muere joven y tendrás un hermoso cadáver”: Jim, Janis, Jimi, Jones…—, para convertirse en un movimiento internacional con todos los ingredientes de una religión: peregrinaciones, textos sagrados, profetas, reliquias y hasta apariciones documentadas o en proceso de serlo.

“A House That Has Everything”

Elvis fue encontrado muerto en el baño de Graceland, su mansión en Memphis, el 16 de agosto de 1977. Ese día cerca de un centenar de seguidores se reunieron a las puertas de la casa, y desde entonces todos los agostos viaja hasta allí un número cada vez más grande de personas de Estados Unidos y de todo el mundo; el año pasado se congregaron desde la noche del 15, que se pasa en vela por tradición, más de 40 mil personas. Cuando se descerrajó una tormenta de verano que iba dejando empapados a los fieles, algunos se preguntaban porqué El Rey estaba permitiendo que sucediera, si ellos sólo querían recordarlo. Betty Skinner, una seguidora, dio a Reuters la respuesta que dejó satisfechos a todos: “Son las lágrimas de Elvis, que llora por nosotros”.

La peregrinación a Graceland —y el culto en general— ha crecido en todo el mundo a pesar de que Elvis nunca se presentó en vida por fuera de Estados Unidos; es más, durante sus últimos seis años en la Tierra casi no se presentó por fuera de Las Vegas, y aun allí la embarró algunas veces yéndose de bruces frente al respetable. Había perdido ya su cara de niño bonito y su cuerpo atlético de camionero —que lo fue luego de terminar el colegio— a punta de masivas dosis diarias de pastillas de prescripción y de las otras, omelettes de seis huevos en cada desayuno y repetidos sán­dwiches de mantequilla de maní con banano, sus preferidos.

Las cerca de 600 mil personas que visitan la mansión anualmente pagan 25 dólares cada una por un recorrido VIP, niños y viejos a mitad de precio. También se ofrece un recorrido “regular”, de menos duración, por el que las Elvis Presley Enterprises, EPE, encargadas de administrar los bienes y pasar los dividendos a Lisa Marie, la única hija reconocida de El Rey, cobran 16 dólares. La mayor cantidad de fieles se da cita en la mansión durante la Semana Elvis, que va del 11 al 17 de agosto y que fue instituida por el ayuntamiento de Memphis para impulsar y proteger una de sus principales fuentes de ingresos.

Pero otros lugares de la historia de El Rey también se han convertido en lugares de peregrinación: su casa materna en Tupelo, Mississippi, donde nació el 8 de enero de 1935; las dos escuelas a las que asistió durante su niñez y adolescencia; la tienda en Memphis donde compró su primera guitarra y los estudios del legendario Sun Records —8 dólares la entrada—, donde grabó como regalo de cumpleaños para su madre sus dos primeras canciones: “My Happiness” y “That’s When Your Heartaches Begin”, en 1953.

“Forget Me Never”

El culto a Elvis encuentra sus textos sagrados en los más de 30 discos de larga duración que grabó en vida el rey del rock and roll, además de las incontables recopilaciones, bootlegs y grabaciones no oficiales, que suman más de mil millones de copias vendidas alrededor del mundo. Sí, mil millones. Incluso ha vendido más discos después de muerto, en buena parte gracias a la primera revitalización de su catálogo que hizo a mediados de los ochenta la RCA, su sello por más de 20 años, y a las que han seguido desde entonces.

Bueno, también se han publicado alrededor de 1.400 libros sobre la vida y obra de El Rey. El más autorizado quizás sea el de Peter Guralnick, Last Train to Memphis: The Raise of Elvis Presley. Una curiosidad bibliográfica es el libro escrito por David Rosen, profesor de la Texas A&M University, titulado The Tao of Elvis, que reúne 42 reflexiones sobre Elvis —una por cada año de vida del Rey— y los principios taoístas. Para Rosen, “Elvis era un hombre profundamente religioso que encarnó los principios del tao: pasó su vida buscando equilibrar los opuestos”.

En eso de pronto tenga razón el profesor Rosen, en Elvis se juntaban los contrarios. Era el blanco con espíritu y caderas de negro que buscaba Sam Philips, el dueño de los estudios Sun, para popularizar de una vez por todas la música que se conocería luego como rock and roll. Los valores y la música del campo y la ciudad se encontraron en Elvis y su fusión del country con el rythm and blues. Grababa con igual asiduidad y entrega cantos gospel y “esa música de negros” o “del diablo”, la misma cosa según los más atra­biliarios racistas del profundo sur. Detenerse en esa mezcla de elegancia sureña y empalagoso kitsch de su querida Graceland sería para ocupar varias cuartillas. También se presentó en vivo después de muerto, pero esa historia viene más adelante.

“They Remind Me Too Much of You”

Es fácil: se dejan crecer el cabello y lo tinturan de negro profundo, conservando, claro, las gordas patillas. Se confeccionan el emblemático traje de chaqueta y pantalón blancos recamados de pedrería, bota elefante y, siempre, una bufanda para tirar al público. Imitan la voz melosa y profunda de los últimos años del ídolo o hacen la mímica encima de una grabación.

Los imitadores de Elvis son toda una industria en Estados Unidos. Los hay desde charlatanes que se alquilan para animar fiestas en una patética caricaturización de la figura y falsos ministros de Las Vegas que casan parejas vestidos de Elvis a 65 dólares la ceremonia sencilla, hasta profesionales que recorren otra vez los pasos de El Rey por los grandes escenarios de Las Vegas. Estos últimos, a tiempo completo, pueden ganar 150 mil dólares al año.

Ellos mantienen viva esa figura que ya es ícono mundial, son los profetas del culto a Elvis. Conocidos simplemente como “imitadores”, prefieren que la gente los llame Artistas de Tributo a Elvis, ETA por sus siglas en inglés. Las Elvis Presley Enterprises no tienen muy buena relación con ellos, y más de un litigio legal han entablado contra algunos. Con quienes sí tienen buenas relaciones las empresas encargadas de mantener aceitado el flujo de dinero del culto a Elvis es con los más de 600 clubes de fans registrados en todo el mundo, desde Tokio hasta Buenos Aires. Ellos representan las embajadas de ese Vaticano en que se ha venido convirtiendo Memphis o, más exactamente, Graceland.

“All That I Am”
Entre discos vendidos, entradas a Graceland e impuestos a las ventas de memorabilia el ayuntamiento de Memphis y las EPE recaudan cerca de 200 millones de dólares cada año. Los objetos que recuerdan al Rey van desde rompecabezas hasta sellos de correo (uno de los más populares en la historia postal de Estados Unidos fue el dedicado a Elvis). Master Card ofrece una tarjeta de crédito Elvis, con la cual los compradores habituales de reliquias obtienen descuentos especiales en las tiendas de recuerdos.

Imagínese cualquier producto, y hay una versión Elvis: computadores y esferos, juegos de Monopolio y tazas de café, la “cuchara Elvis” y réplicas de su cama redonda de Grace­land, incontables afiches y guitarras, gafas oscuras como las que usó El Rey y gafas oscuras con imágenes de El Rey. Elvis Yours, una empresa británica dedicada exclusivamente a fabricar y comercializar mercancía Elvis (su gerente, Sid Shaw, firma las cartas de propaganda “Elvisly Yours… Sid”), ofreció en el 20° aniversario de la muerte la “champaña Elvis”, 2.000 botellas con una cinta azul como distintivo, numeradas, a 25 libras cada una. El año siguiente ofreció otras 2.000 botellas también numeradas, pero esta vez con la cinta roja…

“I’ll Be There”

Elvis regresó a Estados Unidos en 1960 luego de servir tres años en una base militar norteamericana en Alemania. Del 61 al 68 casi se retiró de los estudios y definitivamente dejó las presentaciones en vivo, para dedicarse sólo a la industria del cine en Hollywood. Los discos de esos años fueron nada más las bandas sonoras de sus películas. Su regreso, en un especial de televisión de 1968, quiere ser visto por sus seguidores como una “segunda venida”, una resurrección. La apoteosis llegó en su especial para televisión Elvis Aloha from Hawaii, de 1973, que fue visto por más de 100 millones de personas en 40 países, vía satélite: más audiencia que el alunizaje de Neil Armstrong y compañía en 1969.

Otra vez en el 20° aniversario de su muerte El Rey regresó del más allá en una cinta magnetofónica con la que hicieron dúo 30 cantantes de Memphis, acompañados por la orquesta filarmónica de esa ciudad. Ante el éxito de la presentación, que agotó localidades varias semanas consecutivas, las EPE sacaron al Rey de gira, y gracias a esa maniobra de merchandising Elvis pudo tocar por primera vez fuera de Estados Unidos: el espectáculo fue llevado a Londres en 1999. Y sí, fue la primera vez que que tocó fuera de su país: su manager de siempre, el Coronel Tom Parker, que compró sus derechos a Sun en 1954 por 35 mil dólares, era un inmigrante holandés ilegal en Estados Unidos que no podía hacer las diligencias para obtener un pasaporte americano sin que se viera envuelto en problemas legales (su verdadero nombre era Andreas van Kuijk, aunque había creado para sí el personaje de un veterano coronel de una guerra incierta, proveniente de West Virginia). Su dominio sobre el cantante era tal que gracias a él Elvis fue un soldado más en las filas del ejército americano durante la guerra de Vietnam. Aunque nunca pisó el frente de batalla tampoco prestó su servicio en calidad de VIP, entreteniendo a las tropas, porque el Coronel no permitía que su pupilo actuara gratis, ni siquiera para levantar la moral de las tropas. Y es que su forma de hacer negocios no tenía en ese momento —quizá ni ahora— antecedentes en ningún manager del rock and roll: en 1968 un periodista inglés le preguntó si era verdad que él tomaba el cincuenta por ciento de todo lo que ganaba Elvis; luego de una pausa respondió muy serio el Coronel: “Eso no es verdad. Él toma el cincuenta por ciento de lo que yo gano”.

“He Is My Everything”

Según una encuesta de la firma Harris, la mayor parte de los seguidores del culto a Elvis son mujeres de clase media de 45 a 60 años. Es decir, las fans originales de El Rey, muchas de las cuales lo vieron en vivo o asistieron al estreno de alguna de sus 31 películas. Ellas son las que el año pasado, para el 25 aniversario, se empaparon a las puertas de Graceland, las que lloran en el Jardín de la Meditación, donde dicen que está enterrado el cuerpo de El Rey al lado de los de sus padres. Ellas son las que aseguraron en los ochenta haberlo visto comiendo una hamburguesa en un Whopper King de Kalama­zoo, Michigan. Ellas y sus esposos, hermanos, vecinos…

Está bien, puede que todos los miembros de estas huestes no visiten cada domingo alguna de las iglesias que ven en Elvis a otro Jesucristo, como la Primera Iglesia Presley­teriana de Australia —según parece es una empresa que vende camisetas disfrazada de culto— o la Iglesia Elvis 24 Horas de Portland, Oregon. Pero esas personas mantienen vivo el culto a Elvis. Aunque el dato de la edad no ha pasado desapercibido para las EPE: piensan desde ya en el relevo gene­racional y en la ampliación de mercados, toda vez que según sus estudios Elvis poco le dice a las generaciones del hip hop y el nu metal. Por eso la remasterización en el 2002 de sus 30 éxitos número uno y la actualización de un oscuro lado b, “A Little Less Conversation”, a cargo del pincha­discos holandés Tom Holkenborg —que para esta ocasión cambió su alias habitual, Junkie XL, por el más juvenil y blanco JXL—, que sirvió al doble propósito de entusiasmar a los americanos con el soso mundial de Corea Japón 2002 y de enganchar a los más jóvenes con la música de El Rey. Por eso también la inclusión de media docena de temas de Elvis en la banda sonora de Lilo & Stitch, una reciente película de Disney. Para cuando esta nota esté circulando también lo estará haciendo una nueva selección de éxitos de El Rey titulada 2nd to None. Como señuelo para los nuevos —o quizás para repetir el golazo de vender nueve millones de copias de un cantante muerto hace 26 años, lo que sucedió con los Elvis 30 # 1 Hits—, esta recopilación también incluye tema resucitado: se trata del desapercibido en su momento “Rub­berneckin’ ”, a cargo de Paul Oa­ken­­fold.

A pesar de esa fascinación de sus seguidores Elvis sigue en su tumba. Bueno, eso dicen muchos. Quizá por esos visos de leyenda que comenzó a tomar su figura mientras estaba vivo —incluso más que sus canciones y muchísimo más que sus películas—, Elvis intentó desaparecer durante sus últimos años, hasta que murió en su baño mientras leía La búsqueda científica del rostro de Jesús —dato que les debe decir algo a esos miles de fans que lo atosigaron y que lo adoran en el sentido religioso del término—. Algunos especialistas serios ven en esa adoración excesiva el motivo del retiro voluntario en Grace­land, donde sólo recibía a los más amigos y a su hija. De pronto El Rey había comprobado ya que de las fans… no queda sino el cansancio.

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